Adiós, Fidel.
Ya era hora, hijo. A ver si con esta despedida, no tan simbólica como parece, se va también el último reducto de comunismo recalcitrante que queda en el planeta.
No me malentendais: soy rojo, pero otro tipo de rojo; de los que no han vivido, al igual que no las han vivido el 75% de ciudadanos cubanos, ninguna revolución. Las revoluciones comunistas estaban muy bien a principios del siglo pasado, cuando las economías de algunos estados no soportaban las presiones económicas, de las guerras o del pensamiento individual conjunto, y no tenían ninguna otra salida por no tener la infraestructura necesaria para convertirse a la economía de mercado internacional. Pero el comunismo, a mi entender, no es aquello en que se transformó después de esas revoluciones, que convirtieron el pensamiento libertario en una condena para las poblaciones que lo alimentaban. El comunismo no se hizo para tener un líder -mucho menos, como en la mayoría de los casos que se dieron, para que ese líder se convirtiera en un dios, generando la antítesis del poder comunista-.
Cuba fue una utopía preciosa durante una temporada. El planteamiento de que la población no necesite dinero para vivir, de que tus necesidades estén cubiertas por el estado a través del trabajo conjunto, de que no necesites nada del exterior, estaría muy bien en países con el tamaño, la población y la riqueza natural de Estados Unidos. Pero Cuba es una isla. Grande, pero una isla. Sus propios recursos nunca han sido suficientes, e incluso Fidel lo sabía. Su último brazo torcido (y probablemente el que más controversias internacionales ha provocado) ha sido el turismo, un generador de riqueza automático pero políticamente muy sucio. Cuando los occidentales salíamos de nuestros hoteles de 5 estrellas (españoles) para dar una vuelta por la Habana vieja era cuando nos dábamos cuenta de que los cubanos no eran sólo Gloria Estefan y Celia Cruz, sino también los cientos y cientos de muchachos avispados y niñas jineteras que perseguían a los turistas por un par de dólares o por una cena en uno de esos hoteles donde tenían prohibida la entrada, los miles de trabajadores en otros países en los que nunca habías reparado y que no podían volver a su país, los abuelos que recordaban otra Habana -la que no daba pena ver-, los abejorros universitarios de trasnochada revolución avergonzados de saber -y sin querer reconocer- que su utopía vivía del turismo sexual...
Resulta curioso que para que las personas se liberen tengan que desaparecer los representantes de las teorías de la liberación del pueblo (no confundir con la Teología de la Liberación...), que en realidad habían mutado en carceleros de millones de personas que, estuvieran de acuerdo o no con los idearios, se vieron obligados a ser meros comparsas de dioses de los más humanos, corrompidos por las delicias del poder absoluto.
Sé que este comentario está lleno de agujeros y es plano, pero sé poco de política y filosofía, y cuando hablo de ciertos temas no tengo el vocabulario ni los conocimientos necesarios. Lo único que sé con respecto a este tema es que, a veces, la simple desaparición de una persona desencadena todos los cambios necesarios.
Es curioso: tengo una amiga cubana, pero la conozco poco y no la he oído hablar nunca del tema. Quizás ella algún día me cuente algo más: no me gusta nada hablar desde el desconocimiento o los prejuicios (Vale, ya veis que en realidad suelto por la boca, pero qué coño... todos tenemos opiniones)
Adiós, Fidel. Y ya que lo dejas, mantente calladito, que ya te han oído demasiado.
Y si estoy muy equivocado, por supuesto ¡admito opiniones!
Ya era hora, hijo. A ver si con esta despedida, no tan simbólica como parece, se va también el último reducto de comunismo recalcitrante que queda en el planeta.
No me malentendais: soy rojo, pero otro tipo de rojo; de los que no han vivido, al igual que no las han vivido el 75% de ciudadanos cubanos, ninguna revolución. Las revoluciones comunistas estaban muy bien a principios del siglo pasado, cuando las economías de algunos estados no soportaban las presiones económicas, de las guerras o del pensamiento individual conjunto, y no tenían ninguna otra salida por no tener la infraestructura necesaria para convertirse a la economía de mercado internacional. Pero el comunismo, a mi entender, no es aquello en que se transformó después de esas revoluciones, que convirtieron el pensamiento libertario en una condena para las poblaciones que lo alimentaban. El comunismo no se hizo para tener un líder -mucho menos, como en la mayoría de los casos que se dieron, para que ese líder se convirtiera en un dios, generando la antítesis del poder comunista-.
Cuba fue una utopía preciosa durante una temporada. El planteamiento de que la población no necesite dinero para vivir, de que tus necesidades estén cubiertas por el estado a través del trabajo conjunto, de que no necesites nada del exterior, estaría muy bien en países con el tamaño, la población y la riqueza natural de Estados Unidos. Pero Cuba es una isla. Grande, pero una isla. Sus propios recursos nunca han sido suficientes, e incluso Fidel lo sabía. Su último brazo torcido (y probablemente el que más controversias internacionales ha provocado) ha sido el turismo, un generador de riqueza automático pero políticamente muy sucio. Cuando los occidentales salíamos de nuestros hoteles de 5 estrellas (españoles) para dar una vuelta por la Habana vieja era cuando nos dábamos cuenta de que los cubanos no eran sólo Gloria Estefan y Celia Cruz, sino también los cientos y cientos de muchachos avispados y niñas jineteras que perseguían a los turistas por un par de dólares o por una cena en uno de esos hoteles donde tenían prohibida la entrada, los miles de trabajadores en otros países en los que nunca habías reparado y que no podían volver a su país, los abuelos que recordaban otra Habana -la que no daba pena ver-, los abejorros universitarios de trasnochada revolución avergonzados de saber -y sin querer reconocer- que su utopía vivía del turismo sexual...
Resulta curioso que para que las personas se liberen tengan que desaparecer los representantes de las teorías de la liberación del pueblo (no confundir con la Teología de la Liberación...), que en realidad habían mutado en carceleros de millones de personas que, estuvieran de acuerdo o no con los idearios, se vieron obligados a ser meros comparsas de dioses de los más humanos, corrompidos por las delicias del poder absoluto.
Sé que este comentario está lleno de agujeros y es plano, pero sé poco de política y filosofía, y cuando hablo de ciertos temas no tengo el vocabulario ni los conocimientos necesarios. Lo único que sé con respecto a este tema es que, a veces, la simple desaparición de una persona desencadena todos los cambios necesarios.
Es curioso: tengo una amiga cubana, pero la conozco poco y no la he oído hablar nunca del tema. Quizás ella algún día me cuente algo más: no me gusta nada hablar desde el desconocimiento o los prejuicios (Vale, ya veis que en realidad suelto por la boca, pero qué coño... todos tenemos opiniones)
Adiós, Fidel. Y ya que lo dejas, mantente calladito, que ya te han oído demasiado.
Y si estoy muy equivocado, por supuesto ¡admito opiniones!
2 comentarios:
Ojalá sorva de algo y empiecen a cambiar las cosas. Yo sí he hablado con cubanos, pero la verdad es que son muy prudentes a la hora de tratar sobre la situación allí. Sin embargo, en una conversación normal, sobre cosas cotidianas, te vas dando cuenta de lo mal que está todo ...
Lo que me jode es que, al menos al principio, lo único que va a pasar es que el hermanito heredará. Aunque bueno, también es muy mayor...
Publicar un comentario