sábado, 28 de febrero de 2009

Musicombres del 28 de Febrero

¡Fantástico temazo!
Fine Young Cannibals
"She drives me crazy" (Remix 2)

I can't stop the way I feel
(The) things you do don't seem real
Tell you what I got in mind
cause we're runnin' outta time
Won't you ever set me free?
This waitin' round's killin me
She drives me crazy
Like no one else
She drives me crazy
And I can't help myself

I can't get any rest
People say I'm obsessed
Everything that's serious lasts
But to me there's no surprise
What I have, I knew was true
Things go wrong, they always do
She drives me crazy
Like no one else
She drives me crazy
And I can't help myself

I won't make it on my own
No one likes to be alone
She drives me crazy
Like no one else
She drives me crazy
And I can't help myself
She drives me crazy
Like no one else
She drives me crazy
And I can't help myself
She drives me crazy
Like no one else
She drives me crazy
And I can't help myself
She drives me crazy
Like no one else
She drives me crazy
And I can't help myself

Y aquí otro temazo de categoría... con un par de chulazos de categoría. ¡A todo volumen!
Y otros dos tiarros, faltaría más, hombreyá.

De amor y sexo (y otras sandeces), 14

FILIAS, 4: "CARRETERA Y MANTA"

Tengo cuarenta y dos años, pero aparento treinta. No quiero echarme flores, es así de sencillo, tengo esa suerte. No tengo ni una cana, y el color de mi pelo es natural, se ve en el resto del cuerpo que, por otro lado, es perfecto. He sido un buen atleta desde el colegio, lo que me ha procurado un muy buen tono muscular y un cuerpo realmente bonito. Además, soy guapo, y morboso. Y me gusta el sexo.
Aún así, he estado años sin explotar todo esto. Cuando acabé mi segundo master ya ganaba suficiente dinero como para darme todos los caprichos. Y me los daba, pero mi trabajo me gustaba tanto que me absorbía por completo. Me convertí, sin darme cuenta, en un ejecutivo trabajólico. Trabajaba catorce horas diarias de lunes a sábado, y los domingos comprobaba la validez del trabajo en casa. Tres o cuatro veces al mes, viajes de cuarenta horas (incluidos los vuelos) a Boston, Sao Paulo, Johannesburgo; o de ida y vuelta en el día a varias capitales europeas.
Pero un día, hace unos tres años, todo esto cambió. Ni mi adicción al estrés, ni mi buena forma física evitaron el infarto. Un infarto antes de los cuarenta y con una salud teóricamente a prueba de bomba. Una larga baja y después el trabajo con cuentagotas. Por supuesto, una temporada sin subirme a un avión.
Tanto tiempo pensando en mi salud me hizo reaccionar. Consulté mis cuentas y, como eran bastante positivas, presenté mi dimisión. Vendí la casa, pues ya empezaba a odiar Madrid. También vendí todo el arte que había ido comprando como inversión, y los dos coches de lujo. Me quedé con el 4x4 y un par de maletas de ropa cómoda y cosas personales. Un lunes por la mañana llamé a la DGT para que me informaran sobre qué salida de Madrid estaba mejor de tráfico y por allí salí, sin saber dónde acabaría aquella noche.
Fueron varias semanas impagables. Gracias a ellas me puedo considerar un experto en rincones especiales, geografía y arquitectura. Una delicia que me apena que otras personas no puedan disfrutar. Me levantaba pronto por las mañanas, desayunaba a gusto en algún sitio típico del pueblo donde estuviera, y a las diez ya estaba en marcha. Tres horas de coche te llevan a muchos sitios diferentes, así que a la una de la tarde paraba allá donde hubiera llegado, buscaba un hostal, comía, y me dedicaba a patearme el lugar. Si era una ciudad grande, me quedaba más tiempo. También en los sitios con playas gozosas, o en las casas rurales que me proporcionaban gente interesante, paisajes excepcionales. Casi medio año de movimiento.
Un día, aún no sé por qué, me levanté con ganas de carretera. Estaba en Roses, y decidí ir a Huelva, donde aún no había estado nunca. Estaba claro que era una locura hacerlo de un tirón, de modo que sobre las ocho de la tarde decidí parar en un área de servicio en algún sitio de la provincia de Murcia. Cogí una habitación en el motel del complejo, eché gasolina, comprobé el estado del coche y entré en el bar a tomarme un gazpacho. En las mesas y la barra había grupos de camioneros, de los que habían ido llegando entretanto. Como todos los urbanitas homosexuales medio atontados, tenía una idea un tanto de cómic alemán de los camioneros: hombretones rudos y fuertes, grandes y velludos, manchados y llenos de tatuajes. Me sorprendió ver que no era cierto.
También me sorprendió que uno de ellos, sentado en la mesa frente a la mía, se despatarrara y comenzara a magrearse el paquete, mirándome directamente a los ojos. De hecho, me sorprendió tanto que ni siquiera me di cuenta de que yo mismo acariciaba mi erección a través del vaquero. Me llenó de pavor que, cuando me hizo una seña con la cabeza, yo le siguiera hasta el servicio. Una vez dentro, aquel hombre me empujó contra una pared y comenzó a besarme y morderme la boca y el cuello, mientras con una mano me apretujaba el pecho y con la otra el culo, frotando todo su cuerpo contra el mío, su erección contra la mía, ya dolorosa a causa del mínimo slip que en la oficina nunca me había molestado.
Rápidamente, se desabrochó el pantalón y sacó su rígida polla. Me sentía mareado y empezaba a darme miedo el ritmo aceleradísimo de mi corazón, pero estaba salido, no me reconocía a mí mismo. Mi excitación era tal que pensé que si aquel hombre tocaba mi polla en ese momento, me correría sin poder hacer nada por evitarlo. Entonces dijo las palabras mágicas:
- Vamos, maricón, chúpame el rabo.
Tironeó de mí para meternos en un cubículo que, afortunadamente, estaba muy limpio. Incluso olía a pino. Allí dentro me arrodillé como pude y le hice la que creo que era la tercera o cuarta mamada que había hecho en toda mi vida. El tío me follaba, literalmente, la boca, sujetando mi cabeza por la nuca. Yo me atragantaba, tosía, intentando respirar medio ahogado con mi propia saliva, mientras me masturbaba desesperado por correrme. El tío gemía sin ningún pudor hasta que, de repente, me agarró por las sienes.
- Aparta, que me corro.
Le miré desde abajo, entre las lagrimillas que caían de mis ojos a causa del esfuerzo, sin dejar de masturbarme. Aún sujetándome la cara entre sus manos, sonrió:
- Qué cachonda estás, perra. Me gustas. Date la vuelta.
Y dicho esto, empujó mi cabeza hacia un lado y me levantó tirando de mis sobacos. Separó mis piernas con dos patadas de sus botas y me empujó sin ningún cuidado hacia delante, de modo que me vi apoyado en la cisterna, mirando a la pared con los ojos enormemente abiertos, gimiendo al ritmo del pajote que seguía haciéndome. Le oí escupir un par de veces, y noté sus dedos mojándome el culo.
Me la metió de golpe, y empezó a follarme a un ritmo frenético, agarrándome de las caderas. Con cada movimiento profería un nuevo insulto.
Paró para coger aire. Paré para no correrme. Sentía su polla latiendo dentro de mí. Dejó caer todo su cuerpo sobre mi espalda. Con una mano agarró mi polla por la base, y apretó como para evitar una corrida. Noté cómo mi capullo se hinchaba y endurecía aún más, si cabe. Con la otra mano tiró de mi pelo hacia atrás, y estuvo a punto de arrancarme una oreja de un mordisco.
- ¿Quieres que me corra dentro, zorra?
Un calor tremendo subió desde mis intestinos hasta mis sienes, y volví a sentirme mareado. Pero comencé a mover las caderas frenéticamente, sin poder evitar ya una corrida explosiva, manchando la cisterna, la pared, mis pantalones tirados en el suelo. No hizo falta decirle nada. Con un fuerte golpe de cadera se quedó pegado a mi culo, gritó dos veces y una corriente de lava comenzó a quemarme las tripas. Con cada movimiento de su cuerpo empujaba más al mío contra la pared, mi cara ardiente pegada a los azulejos fríos.
No esperó a que su polla estuviera fláccida. La sacó tan de golpe como la había metido, se la limpió con papel higiénico y se vistió en cinco segundos. Yo era incapaz de moverme, intentando normalizar mi respiración sin conseguirlo. Se despidió con un fuerte palmotazo en el culo.
- Muy buen culo, zorra.
Abrió la puerta y se largó.
No sabía si llorar o reír. La única sensación cierta era que tenía el culo abierto y tremendamente vacío. Apoyé los hombros contra la puerta y, abriéndome de piernas, me metí un dedo. Noté su semen chorreando por un muslo. Metí otro dedo. Mi polla estaba dura de nuevo, así que me follé a mí mismo con los dedos y me pajeé otra vez, como loco. Sin pensar. Sin reparar en lo que me había pasado y en lo que estaba haciendo. Sólo disfrutando.

Cinco días después encontré un motel unos kilómetros antes de entrar en Zaragoza. El bajo del edificio era un restaurante cutre, que no llegaba, a pesar de los neones, a ser un puticlub. El lugar perfecto.
El dueño abrió mucho los ojos cuando le pagué por adelantado un mes de habitación. La más grande, con una hermosa terraza en la que tomo el sol desnudo y en la que, cuando me apetece, les muestro mi cuerpo –discretamente, no quiero problemas con el dueño- a los camioneros que van parando en el aparcamiento.
Casi todas las noches ceno en el restaurante, donde me resulta muy fácil ligar con alguno de ellos. Otras veces no me apetece bajar, así que dejo la puerta de la habitación entreabierta, y cuando oigo unas llaves asomo la nariz. Si es un hombre solo le sonrío. Si me devuelve la sonrisa, le muestro mi desnudez y mi polla ya erecta. Casi nunca falla.
Algunos preguntan. Entonces les cobro. Me excita mucho más. Pero lo que más cachondo me pone, y se lo hago saber a todos, es que me traten como lo haría un camionero de cómic alemán.
- Vamos, cabrón –les susurro con voz de gata en celo-: fóllame... que soy tu putita.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Musicombres del 25 de Febrero

Una representación de los "modernos" de los 80:
The Style Council
"Promised land" (Longer Version)


ohyeah ohyeah ohyeah ohyeah

Brothers, sisters
One day we'll all be free
From fighting, violence
People crying in the street
When the angels from above
Fall down and spread their wings like doves
We'll walk hand in hand
Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land



You and I
We'll walk The Land
And as one, and as one
We'll make our stand
When the angels from above
Fall down and spread their wings like doves
We'll walk hand in hand
Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land
There will be no more tears
The sun is meant to shine (someday)
We'll all, we'll all be free - ohyeah

When the angels from above
Fall down and spread their wings like doves
We'll walk hand in hand
Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land
(Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land)
We'll all - be free.

When the angels from above
Fall down and spread their wings like doves
We'll walk hand in hand
Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land
When the angels from above
Fall down and spread their wings like doves
We'll walk hand in hand
Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land
When the angels from above
Fall down and spread their wings like doves
We'll walk hand in hand
Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land
When the angels from above
Fall down and spread their wings like doves
We'll walk hand in hand
Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land
(Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land)
(Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land)
(Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land)
(Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land)
(Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land)
(Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land)
(Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land)
(Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land)
Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land
Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land
Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land
Sisters, brothers, we'll make it to the Promised Land


Y una demostración de que hasta los más modernos copian a otros:
Joe Smooth
"Promised land - The Deep House Real Anthem" (Club Mix)


Estos no son modernos, pero oye, ¡a la mierda la modernidad!

lunes, 23 de febrero de 2009

De amor y sexo (y otras sandeces), 13

FILIAS, 3: "MUSIC"

Cuando conocí a Charlie no me di cuenta de dónde me metía.
Por supuesto, sabía que era americano –thank God he did not spoiled my so British English...-, pero no pensé que en Estados Unidos hubiera verdaderos seguidores de esa secta.
Creía que todo aquello venía de Japón y de Alemania, países en que se alojan la mayoría de páginas web de la dichosa secta, y donde se editan todas las rarezas, las ediciones especiales, los discos piratas... He de confesar que yo mismo me había dejado pillar por algún trabajo que me parecía incluso de calidad, y que lucía flamante en mi cedeteca, sin ninguna vergüenza, junto a los Mahler de Karajan y los clásicos de Miles Davis.
¿Por qué aguanté tanto aquel exprime-cerebros? Porque Charlie era como una Oregon apple: grande, lustroso, brillante y colorido por fuera, y dulce, jugoso y sabroso por dentro. ¡Tan dulce!
- ¿Dónde está la fiesta? –me preguntó aquella primera noche, cuando nos presentó un conocido común.
- En casa de una compañera de trabajo, Rebeca.
Y allí fuimos. Se amorró a mí porque se sentía cohibido entre tanto desconocido. Bailamos un par de horas, hablamos durante otro par...
- Me encantan tus ojos españoles. Los ojos latinos son diferentes: tienen profundidad, sinceridad, quieren decir algo siempre, son... como una oración, son la mirada del amor.
Yo iba intercalando frases de agradecimiento o de flirteo, pero para qué reproducirlas. Comparadas con las suyas eran insulsas.
- Me gusta estar en España por gente como tú. Sois diferentes, hacéis que el amor haga girar el mundo, le construís al amor un santuario, y dejáis crecer dentro a la naturaleza humana. Comparado con la vida americana esto es un paraíso, pero no para mí, al menos por ahora. Sigo estando congelado porque mi corazón no se abre.
Toda aquella palabrería sonaba hasta cursi, pero como era un chaval de los estados del sur, le dejaba hablar.
- ¡Jimmy! ¡Jimmy! –deformaba mi nombre, Jaime, a gritos-. ¡No pares!
- No, no... –gemía yo.
- ¡Oh! ¡Exprésate! ¡Sí, si! ¡Fóllame, así, fóllame!
- Si, si... –berreaba yo.
- Oh, baby, rescátame, así, nado en tu rayo de luz, ah, estoy colgado de ti, ¡me corro, me corro!
¿Dónde demonios habría aprendido español? Tumbados en la cama, chorreando las tres eses (sudor, saliva, semen), me lo aclaró.
- La primera vez que oí “La isla bonita” de Madonna, me pareció un idioma muy bonito y sonoro. Empecé pidiéndole a un amigo mexicano que me tradujera algunas canciones y más tarde hice unos cursos en el Instituto Cervantes de New York. Y ya llevo aquí casi dos años. Y no me pienso ir, ahora que te he conocido. Tengo la sensación de que contigo todo será vivir para contar, que no voy a tener que justificar mi amor ante nadie, que jamás tendré que decir lo siento, sólo tendré que dejarlo ser una y otra vez. Estás provocando una conmoción en mí, me empujas, estoy ardiendo por tu amor, como si celebrara unas vacaciones continuas.
- Vale, vale, tranquilo... ¡Pareces Mónica Naranjo!
Uff, qué equivocado estaba. La MadonnaManía me había captado sin darme cuenta.
Siete meses después nos casamos. Cambió su nombre por el mucho más latino Carlos. Por fortuna, se me ocurrió pedirle que no españolizara su apellido. No habría soportado estar casado con alguien que se apellida Fox.
Empecé a darme cuenta de algunas extrañezas suyas, como que recitara en nuestra boda tres canciones de Madonna. Yo había escrito un poema, y todos nuestros amigos me preguntaron de qué disco lo había sacado.
Cuando le hacía el amor le hacía sentirse como “un” virgen.
Si tenía algún problema de trabajo, papeles, familia, mi apoyo le hacía pensar que nada realmente importa, que conmigo nada falla.
Si era yo el que estaba bajo de forma, me pedía que abriera mi corazón a mi “chica” materialista.
Finalmente, algo se fundió en mi cerebro, el día en que dijo que adoraba mi “profusión de amor”.
- ¿Mi qué? –pregunté intrigado.
- Tu profusión de amor. ¿No se dice así?
- No lo había oído nunca. ¿Es inglés se dice algo como “profussion of love”?
- No, baby, se dice “Love profussion”.
- Ah.
Debí darme cuenta cuando, tras la mudanza, junto a Mahler y Miles Davis aparecieron veintiocho álbumes, cuarenta y seis DVDs y ciento setenta y siete maxis de Madonna.
Desde aquel día, cualquier conversación se transformó en una lucha interna. Todo lo que antes me había sonado a ternura y encantador desconocimiento del español, ahora me sonaba a pose, a falso, a banda sonora.
- Estoy loco por ti –me decía-. Verás, podemos mantener esto juntos por siempre y para siempre. Más pronto o más tarde te darás cuenta de que lo nuestro no es una canción de amor, sino algo que podremos atesorar.
- Tararí, rarí, shoo-bee-doo.
- Ooh la la… when I look in your eyes, baby here’s what I see…
Lloró mares cuando solicité el divorcio. Me llamó jugador, me dijo que tenía que hacer un acto de contrición por haberle hecho tanto daño, me preguntó si él para mí sólo era otra maleta en otro portal, me espetó que después de haberme vestido con su amor, que cada vez era más y más profundo, después de haberme besado en Paris, tomado mi mano en Roma, corrido desnudos bajo una tormenta, hecho el amor en un tren..., cómo era capaz de hacerle eso... ¿y ahora qué? ¿y ahora qué?
Medité la respuesta. Supe que iba a perder lo mejor que había tenido nunca y que probablemente nunca tendría nada semejante. Pero no lo soportaba más.
- Ahora nada, cariño. El amor ya no vive aquí.

Años después, tras muchos intentos fallidos, encontré a un hombre que podría hacerme olvidar a Charles. Me enamoré hasta las trancas, y creo que él también, pero las sectas son así, y la captación se había producido sibilinamente, en silencio, sin darme cuenta de nada.
Cuando me pidió que nos casáramos hicimos el amor tiernamente. Pero después, en vez de darle un cigarro, le dejé patidifuso:
- Eclipsas totalmente mi corazón. Es como si te tuviera bajo mi piel.
- ¿Cómo? –preguntó, entre sorprendido y divertido.
- Pues eso, que mi amor continuará, que siempre te amaré, que no sabría qué hacer si me dejas ahora, que me pierdo en los molinos de tus ojos...
Se descojonó vivo. Yo le estaba dando todo de mí... Y él se descojonaba.
- Sabía que eres el rey del kitsch, pero esto... ¡es demasiado!
- No te rías así, cabrón. ¿Realmente quieres hacerme daño?
Se siguió descojonando durante años y años. Al principio me sentía mal, ridículo. Después me acostumbré. Me decía que nunca nadie le había hecho reír como yo, y eso inflaba mi orgullo y mi amor por él.
Por suerte, uno de nosotros conservaba el cerebro intacto: Juan, que así se llamaba mi hombre, odiaba, no sé por qué, profundamente la música. “Nadie es perfecto”, me decía a veces, al apagar el CD.
Años después nos compramos otra casa más grande para meter a los niños, los perros, los gatos, los peces, los canarios, las plantas y los pósters de Tom de Finlandia. Nos costó mucho porque adorábamos nuestra antigua casa, pero decidimos alquilarla, sólo para sentir que seguía siendo nuestra. Fue tan difícil encontrar la nueva casa, que a veces Juan se sentía en busca del arca perdida, peor imposible... Durante meses, a lo largo de nuestra búsqueda, no paraba de preguntarme: “¿qué he hecho yo para merecer esto?”
- Bueno –dijo cuando cerramos aquella puerta por última vez-, siempre nos quedará Paris. Menos mal que te tengo a ti, con tu cara de ángel me haces sentir que el cielo puede esperar.
Sonreí. Me reí por dentro a carcajadas.
Le amé.
Aún hoy, cuarenta y siete años después, de vez en cuando se lo recuerdo: "tú eres el que yo quiero... ¡jani!"
¡Quien reconozca todos los títulos tiene premio! XD

domingo, 22 de febrero de 2009

Musicombres del 22 de Febrero

Hoy, como me he pasado toda la semana tocándome los mondongos, os pongo sesión extra de musicombres. Faltaría más.
A ver, ¿quién no recuerda ésto?
Matt Bianco
"Get out of your lazy bed"


Get up
get up
get out of your lazy bed.
Before I count to three - step to it baby.
She goes out every night 'till the morning?s light
And she sleeps aU. day.
So come on and get up
I won't say it again - I'll drag you out!

Get up
get up
get out of your lazy bed
Before I count to three - step to it baby.
I don't care anymore.
You can sleep on the floor
'cause I'm knocking you out.
So come on and get up
I won't say it again - I'll drag you out!

Get up - get up
get out of your lazy bed.
Get up - get up
get out of your lazy bed.
Get up - get up
get out of your lazy bed
Get up - get up
get out of your lazy bed
Get up - get up
get out of your lazy bed.
Get up - get up
get out of your lazy bed.
Get up - get up
get out of your lazy bed
Get up - get up
get out of your lazy bed


Éstos chicos no fueron de un sólo éxito, como ya pudimos ver aquí. De hecho, después de 25 años, siguen sacando discos y tocando.
Y éste no fue un súperéxito, pero a mí me encantaba, y me sigue encantando.

Matt Bianco
"Wap bam boogie" (Extended Version)

Let's go!

All the people on the left - wap bam boogie!
All the people on the right - boogaloo!

Let's go!
Let's go!

Creo que no hace falta poner el resto de la letra... ;D

Y no creais que ésto era lo único, que no, que aquí ya escuchamos más en su día!

Con éstos sí que hacía yo babadoobap y wap-bam-boogie y boogaloo, y lo que hiciera falta...

domingo, 15 de febrero de 2009

Musicombres del 15 de Febrero

Uff, ¡lo que bailé ésto!
M.A.R.R.S.
"Pump up the volume" (Extended Version)

pump up the volume pump up the volume

pump up the volume pump up the volume

brothers and sisters
pump up the volume
we're gonna get you
brothers and sisters
pump up the volume
pump that lady
brothers and sisters
pump up the volume
we're gonna get you
brothers and sisters
pump up the volume
pump pump it up

rock the house
rock the house

ah yea
ah yea

do it
do it do it

yea yea
yea yea

boogie down bo bo boogie down bo bo bo boogie down
down do do down here we go, c'mon

do it
do it
do it

pump up the volume
pump up the volume
pump up the volume
dance dance

rythmatic, systematic and world control
magnetic, genetic, dement your soul
rythmatic, systematic and world control
magnetic, genetic, dement your soul
rythmatic, systematic and world control
magnetic, genetic, dement your soul
rythmatic, systematic and world control
magnetic, genetic, dement your soul

put the needle on the record
put the needle on the record
put the needle on the record
put the needle on the record
put the needle on the record
when the song beats go like this

pump up the volume
pump up the volume
pump up the volume
dance dance

din daa da don doo do (bah!)
din daa da don doo do (bah!)

Mars
needs
women

Mars
needs
women
do it - do it do it

Y aquí un tema que me flipaba y me seguirá flipando hasta que sea viejete.

Éstos también XD

sábado, 14 de febrero de 2009

De amor y sexo (y otras sandeces), 12

FILIAS, 2: "VIDA SEXUAL SANA"

Siempre fui muy maduro.
Quizás el haber vivido la ruptura de mi familia y haberla aguantado sin quejas ni lamentos me hizo más fuerte. Mis padres, ambos filósofos racionalistas, me enseñaron desde pequeño a observar las cosas desde un punto de vista alejado y frío.
También puede ser por mi descubrimiento precoz del amor y el sexo. A los 13 años, creí enamorarme de un compañero de clase que, si bien no tenía ni idea -ni tenía intención de tenerla- sobre lo que era el amor, sabía perfectamente lo que hacer en compañía de otro muchacho igual de calentorro que él. Empezamos, cómo no, masturbándonos juntos, pero nuestra curiosidad nos llevó a la investigación. Sin ninguna clase de vergüenza, preguntamos a todo aquel que se puso a tiro, incluido mi padre. El hombre parecía haber estado esperando el momento preciso para tener conmigo la conversación sobre flores y abejas, pero yo eso lo tenía más que controlado gracias a las clases de Ciencias Naturales. Para lo que papá no estaba preparado era para un hijo de 13 años que destapaba abiertamente su homosexualidad. Cuando se lo dije levantó una ceja –signo inequívoco de que intentaba apartarse a un lugar alejado y frío- y me respondió que tendría que esperar unos días. Tuvo una larga conversación telefónica con mamá, que por aquel entonces ya tenía otro marido, otro hijo, y vivía en otra ciudad, y concluyeron que necesitaba la ayuda de un “consejero” infantil. Cuando el psicólogo les confirmó la madurez de su hijo y lo clara que tenía mi “tendencia sexual”, volvieron a tener una “reunión” telefónica, tras la cual papá, como buen profesor que era, aprendió todo lo habido y por haber sobre homosexualidad y, en un principio más cohibido que seguro, me traspasó sus conocimientos sobre el tema, incluyendo la práctica del sexo seguro y responsable, y la íntima relación entre sexo y amor, independientemente de la opción sexual. Incluso llegó a alquilar un par de películas porno –una hetero, otra gay-, para que viera con mis propios ojos de qué se trataba, y pudiera comparar. Fue claro y sincero, sobre todo en el momento en que me confesó que a él también le había excitado el porno gay.
Papá me aconsejó, igual que el psicólogo, que esperara unos años para disfrutar del sexo, cuando cuerpo, mente y corazón hubieran terminado de formarse, y supiera realmente lo que quería. Pero yo creía saber lo que quería: a Carlitos, a la esplendidez de su cuerpo lampiño y suave, y a la reciprocidad de su excitación sexual. Por supuesto, no le amaba –aún no sabía cómo se ama-, pero sí que tenía la seguridad de sentir algo por él, alimentado por tanta comedia romántica americana. Algo que ahora, treinta años después, aún siento. Por supuesto, ahora lo reconozco; se ha transformado en afecto, conexión, y amistad. Durante esos treinta años ha sido una amistad más que profunda... con derecho a roce.
En los momentos en que ambos hemos estado, o nos hemos sentido, solos, hemos suplido la falta de sexo en pareja por el sexo más tierno, cariñoso y cómplice que ninguno de los dos haya disfrutado nunca con otra persona. Siempre hemos sabido que encontrar a otro hombre –a otra persona, en su caso- con el que disfrutar de esa manera del sexo sería difícil, y lo tenemos más que asumido, pero también sabemos que si fuéramos pareja, nuestra amistad se acabaría rompiendo. Cosas del conocimiento mútuo.
Otro de los consejos paternos que intenté seguir fue el de dar salida a mi lado heterosexual, a no encerrarlo en mi armario ya vacío sin haber vivido esa parte de mi personalidad. Le hice saber a Carlitos mis planes de futuro a corto plazo: aprender todo lo que pudiera sobre las mujeres –las chicas, en aquel momento- para contentar a papá, mientras seguía disfrutando de su cuerpecito, que treinta años después sigue siendo lampiño y suave.
Tuve suerte con mis genes, así que no me costó mucho convertirme en el Ken soñado por muchas de las Barbies del instituto. Crecí mucho y rápido, gracias a los genes de mamá, y varonil y guapo gracias a los de papá. El gimnasio y la piscina hicieron el resto.
Primero fue Esther, una vecinita que babeaba por mí desde que jugábamos juntos a las casitas. Esther era gordita y no muy agraciada, pero como me idolatraba, me pareció la opción más acertada. Al principio, la muchacha pensó que le estaba tomando el pelo, que estaba jugando con ella y con sus sentimientos, pero la convencí con nuestro primer beso. Durante una larga temporada fuimos juntos a todas partes, y gracias a ella me enteré de mi popularidad entre las féminas del instituto y del barrio, ya que nos convertimos en la comidilla de los pasillos, y ella en la envidia malsana del resto de chicas, que la consideraban un acto de compasión por mi parte. Pero se equivocaban.
En un primer momento, me resultaba extraño todo su cuerpo en comparación con el de Carlitos. Ella tenía mucha más carne y mucho más vello –quizá gracias a ella es por lo que ahora me gustan los hombres grandes y velludos-, pero me acostumbré rápidamente porque me daba cuenta de que me adoraba por motivos diferentes a los del resto de chicas, y el sentimiento era muy halagador. Me sirvió de poco acostumbrarme, ya que en tres o cuatro meses Esther había florecido ante los ojos de todo el mundo. Había perdido kilos, se maquillaba y peinaba, se vestía como las otras chicas, se afeitaba muchas más zonas de su cuerpo que yo mismo.
Pero pronto llegó el problema por el que lo dejaríamos: mis hormonas desatadas. Y es que Esther no quería pasar de los magreos que nos pegábamos en el parque o en el portal de su casa. Coincidió, además, con el “problema” de Carlitos. Cuando yo salí del armario, él no hizo lo mismo. Le daban miedo sus padres, que no eran filósofos racionalistas, sino panaderos de barrio, que se estaban dejando un pastón en el colegio de pago de su hijo, futuro primer universitario de la familia. Cuando por fin se destapó, con dieciséis años recién cumplidos, sus padres, efectivamente, montaron en cólera. No le llevaron a un “consejero” porque no tenían dinero para pagarlo, así que le prohibieron verme. Por supuesto, nos veíamos en la Escuela, pero ya no podía venir a estudiar a mi casa, momento en que dejábamos fluir nuestro deseo casi a diario, así que sólo podíamos desahogarnos muy de vez en cuando en algún servicio, o en el vestuario del gimnasio del instituto, con más miedo que ganas.
Aquello me hizo insistir aún más con Esther, pero la pobre muchacha, a pesar de su educación moderna y liberal, no podía darme lo que yo necesitaba en aquel momento. En el fondo, su amor por mí seguía siendo el mismo que cuando teníamos ocho años: incondicional, profundo, sincero. Pero también era un poco infantil, del todo platónico y completamente asexual. Intenté entonces terminar nuestra relación con un arrebato de sinceridad y le conté lo de Carlitos. Se enfadó muchísimo conmigo, se sintió herida y ultrajada, y fue el final de nuestra pareja. Estuvo una larga temporada sin hablarme. Pero sí que habló con Carlitos, quien le confirmó, según me contó después, toda la historia, pero que introdujo un cambio sustancial: él pretendía ser completamente heterosexual, casarse y tener hijos. Así que Esther y Carlitos terminaron enrollándose. Para él, el sexo no era tan importante como para mí: le gustaba matarse a pajas. Y así disponía de una chica que presentar a sus padres para que le dejaran en paz. Se lo agradecimos los dos a todos los dioses, porque pudimos volver a estudiar juntos.
Carlos y Esther, efectivamente, se casaron, y tuvieron dos magníficos hijos, Borja y Bárbara, gemelos, que adoran a su tío postizo, es decir, a mí, porque les apoyé incondicionalmente cuando confesaron su homosexualidad a sus padres. Por fortuna, Esther ya estaba curada de espantos, y se había convertido en una mujer realmente moderna y liberal. No así los abuelos paternos de los chicos, quienes por supuesto me echaron la culpa de que sus nietos tuvieran esa “enfermedad”.
Carlos y yo, mientras tanto, seguíamos disfrutando de nuestros estudios, tanto durante su noviazgo asexuado como durante los diecinueve años que duró su matrimonio, con la excepción de las temporadas en que yo estuve emparejado. Bueno, no todas, pero sí la mayoría.
En fin, prosigamos con mi adolescencia.
Como el amor incondicional de Esther no había funcionado en aspectos realmente importantes para la edad y el momento hormonal en que me encontraba, decidí hacer una encuesta entre el resto de compañeros del instituto para saber cuál era la chica que se había acostado con más y enrollarme con ella. Supuse que mi insaciabilidad la haría dedicarse en exclusiva a mí. Bueno, a mi cuerpo. Y así fue.
Tras la exhaustiva encuesta, me dediqué a perseguir a la Bluesy, así llamada por su fetichismo por el azul, y su facilidad para mostrar sus encantos a través de blusas transparentes y/o abiertas. También la llamaban la Reina Midas, porque todo lo que tocaba se ponía como el oro: duro. Su Top #1: unas mamadas espectaculares.
Rita, que así se llamaba en realidad, se hizo de rogar durante un mes, según los novios de sus amigas porque yo había estado con Esther, la chica más odiada del instituto, y ninguna de las otras se rebajaría en ese momento a enrollarse conmigo, a pesar de ser el cuerpo más deseado de las clases de gimnasia. Pero Rita finalmente cayó en la tentación, gracias a los cotilleos que, comenzando en el vestuario masculino, se extendieron como pólvora por todo el instituto, llegando hasta ella a través de las novias de mis amigos, quienes le aseguraron que, además de ser un quesito enorme y duro, tenía otras cosas enormes y duras. Rita no pudo evitarlo aquella noche de discoteca en que, tras un mes de acercamientos fallidos, me pegué a ella bailando. Ella –o mejor dicho, sus senos- se pegó a mí, y discretamente me metió mano para comprobar el material, que respondió de inmediato y que, cinco minutos después, estaba en su boca, poniendo berracos con el ruido de succión al resto de tíos del servicio de hombres de la discoteca. Aquel fue el principio de una serie de proezas sexuales llevadas a cabo en los sitios más inverosímiles, desde la encimera de su cocina, con toda su familia en casa, hasta el escenario del Salón de Actos del instituto, minutos antes de una reunión de la APA. Rita se confirmó como una consumada artista oral, que necesitaba que le diera de comer al menos una vez al día, con lo que mis hormonas se relajaron por fin durante unos meses.
Tal fue el relax, que acabó con nuestra relación. Al principio, ni a Rita ni a mí nos hacía falta esforzarnos para llegar a un muy buen nivel de excitación, pero según pasaban los días, me iba dando cuenta de que realmente no me atraía, y cuando no estaba excitado, pensaba en Carlos para empalmarme. Como ya empezaba a ser costumbre en mí, le conté la verdad, pero no reaccionó como yo esperaba, con algún numerito de heridas y ultrajes, sino que se puso más cachonda que de costumbre, y me propuso un trío con Carlos. El polvo que echamos aquella noche fue el mejor de nuestra carrera, porque a mí también me puso muy bestia imaginarme el trío, aunque sabía que no se produciría. Aunque Carlos y yo seguíamos estudiando juntos, para él yo era una cosa, y el resto del mundo era otra: mientras estuviera con Esther, sería incapaz de acostarse con otra tía.
Así que Bluesy se acabó. Como ella quería seguir conmigo, su venganza fue terrible: le hizo saber a todo el que quiso saber que ni la tenia tan enorme, ni tan dura. Tampoco me importó mucho, porque mi recámara estaba, sin yo saberlo, completamente llena.
Aquella relación con Rita, que había durado nada menos que siete meses, había levantado ampollas entre el resto de las chicas del instituto, ya que Rita nunca había estado más de dos semanas con ninguno de sus “novios”, y sin embargo había acaparado durante casi un curso entero al niño más deseado del lugar. En ese momento, Esther había acabado su transformación, y volvíamos a ser amigos, por lo que, cuando Carlos no estaba delante, ella se dedicaba a cantar mis beldades a todas sus amigas, que ahora eran muchas.
No te aburriré con nombres, descripciones, datos. Sólo te diré que, entre los exámenes de Mayo y los de Septiembre, me acosté con más de cincuenta chicas. No cuento a los hombres de mis vacaciones ibicencas. Yendo ya para los dieciocho años, mi desarrollo casi se había completado, convirtiéndome en un hombre realmente atractivo, guapo, llamativo, y que no aparentaba en absoluto ser menor de edad.
Bueno, a lo que iba. En definitiva, follé con todas aquellas chicas, intenté incluso comenzar algún tipo de relación con algunas de ellas, pero la única conclusión a la que llegué es que ninguna de ellas me atraía sexualmente. Como me pareció harto extraño que entre tanto para escoger nada me llamara la atención, se lo comenté a papá. Noté un cierto orgullo en su expresión, pero no pudo evitar aconsejarme que volviera a visitar al psicólogo porque me había convertido en un ninfómano. Le contesté, por supuesto, que para ser filósofo y profesor universitario, tenía poco control del vocabulario, y también que lo mío no era un problema de mi psique, sino de mi polla, que tenía vida propia y una energía inusitada, incluso para un adolescente.
¡Claro que le dije que era definitivamente gay! De eso trataba el tema. Lo único que quería al hablar con él era que terminara de admitir las cosas como eran. Aunque papá no tenía ningún problema con la homosexualidad en general, mantuvo, por si acaso, una nueva reunión telefónica con mamá, tras la cual me hizo saber que mis preferencias sexuales no harían cambiar en absoluto el orgullo que sentían por mí como hijo, como persona, como estudiante, y el profundo amor que me profesaban. Eso sí, impuso ciertas normas de conducta que me parecieron completamente lógicas y saludables, a saber: de nuevo el tema de la responsabilidad y el sexo seguro, cuestión que no me preocupaba ya que, por temor a embarazos nada deseados, me había convertido en el “hombre-látex”; también me pidió que, si iba a tener relaciones con tantos hombres como había tenido durante esa temporada con mujeres, lo hiciera como lo había hecho hasta ahora: discretamente. Esto no significaba que le importara mi salida del armario de cara a la galería, sino que no quería encontrarse cada mañana a alguien diferente sujetándose el rabo delante de nuestro báter común. Tampoco me importó: sólo tres personas habían probado hasta entonces mi cama: Carlos, Rita y una tercera que no viene a cuento relatar ahora, y papá no se había enterado nunca. Por último, me rogó que no cambiara, ni hacia mí mismo, ni hacia él, ni hacia nadie. Que siguiera siendo tan maduro y sincero, y le contara cualquier cosa que creyera conveniente.
El haber sentado unas bases de entendimiento con papá me tranquilizó, e hizo que por fin me abriera completamente a mi sexualidad. De modo que comencé a meterme en el mundo gay, primero visitando un colectivo de gays y lesbianas, donde me aconsejaron convenientemente, haciéndome saber que a mi edad ser consecuente y responsable de mis actos debía ser lo más importante. Me dieron varias direcciones web de consulta de todo tipo, y algunas notas sobre un plano del ambiente gay de Madrid. Entré en varios chats y páginas de contactos de Internet, gracias a los que me di cuenta de lo fácil que me resultaría encontrar sexo si lo necesitaba. También entré en varios foros y páginas de consulta, donde la gente hablaba de sus preocupaciones y miedos, de modo que desde el principio supe que aquello no iba a resultar tan fácil en absoluto. Sí, el sexo sí, pero el resto... Me informé todo lo posible sobre el SIDA y las ETS. Y, finalmente, me lancé de cabeza al ambiente, donde empecé a acudir, en compañía de otros chicos jóvenes a los que iba conociendo por Internet.
Fue una época un tanto enloquecida, en la que bebí mucho, probé bastantes drogas diferentes y, lo mejor, follé todo lo que quise, por fin, con los objetos de mi deseo: hombres. Jóvenes y maduros, con físicos impresionantes o penosos, interesantes o anodinos, interesados por mí o sólo por mi sexo. Durante casi cinco años pensé que alguna de esas noches de sexo desenfrenado estallaría de júbilo.
Pero una de esas noches lo que me pasó es que conocí a Julio. Él fue la primera persona que me hizo disfrutar de mi cuerpo por completo, ofreciéndome mucho más que sexo. En tanto tiempo nunca nadie se había ocupado de mí, de mi cuerpo y de mi corazón. La primera noche que nos acostamos su ternura, su suavidad, su atención, su dulzura, me excitaron tanto, que consiguió que me corriera con un simple roce de sus labios en mi polla, después de estar casi dos horas acariciando y besando todo mi cuerpo. Fue tanto lo que sentí y tan fuerte, todo junto, nuevo, y bueno, que lloré abrazado a él, como un niño al que al fin le hacen el regalo que le han negado durante años.
Julio y yo permanecimos juntos casi once años, durante los cuáles el sexo fue tan maravilloso y completo que nunca sentí la necesidad de hacerlo con terceras personas, y hasta donde yo sé, él tampoco. Sólo una vez, cuando llevábamos ya tiempo viviendo juntos, hice el amor con Carlos, a modo de su “despedida de soltero”. Ya llevaba varios años casado con Esther, los niños ya habían nacido. Los dos éramos felices con nuestras parejas, pero en una noche de borrachera para celebrar mi ascenso en el trabajo, le confesé que le echaba mucho de menos, y él que desde hacía años deseaba haber podido disfrutar de una última vez conmigo. De modo que lo hicimos. Representó la constatación del cariño que aún sentimos por el otro, y realmente fue la última vez... hasta que rompí con Julio.
No sé qué pasó. El sexo seguía siendo maravilloso. El amor y la pasión ciegos habían dado paso a un cariño y entendimiento que nos habían unido con unos lazos a prueba de cualquier revés. Pero algo pasaba, y los dos lo sabíamos. Quizás era una amistad demasiado sincera para poder mantenerse como una relación de pareja. Eso es lo que he pensado siempre pero, sinceramente, no sabemos qué nos pasó. Seguimos siendo íntimos amigos...
No me mires así, no somos tan íntimos.
Tras cortar con él y encontrarme de nuevo viviendo solo, pensé que lo mejor que podía hacer era refugiarme en la futilidad del ambiente, volver a dar rienda suelta a mi libertad. Y así lo hice. Durante años, nuestras costumbres como pareja nos habían llevado a relajar considerablemente nuestra vida social. Nuestros amigos eran gente tranquila y culta, igual de casera que nosotros, así que me resultó extraño salir por el ambiente, yo solo, en busca de sexo. Pero lo hice. Mi cuerpo se estaba disparando de nuevo, y le dejé seguir sus propios pasos en busca de desahogo. Por supuesto, ya no era lo mismo que a los veinte años, pero no por falta de ganas o de vigor, sino porque las comparaciones son odiosas. Tardé tiempo en darme cuenta, pero finalmente caí en el problema que estaba teniendo: tras once años de sexo increíble con Julio, nadie me ofrecía más que una corrida. Con más o menos parafernalia, pero una simple corrida al fin y al cabo. Y a pesar de las necesidades puramente físicas, aquello ya no era suficiente.
Un día, tiempo después, recordé aquella conversación con papá, en la que le prometí contarle mis alegrías y mis penas. Así que allí estaba yo, un hombretón de casi treinta y ocho años contándole su vida sexual a su padre sesentón. Papá me sorprendió con su confesión: después del divorcio de su segunda mujer, no había vuelto a tener relaciones sexuales. Se masturbaba a diario, y eso era más que suficiente para él, además de proporcionarle los mejores orgasmos que había tenido en años. No pensé que mi mano pudiera sustituir a los hombres en general, ni a Julio en particular, pero durante una larga temporada, me dediqué a redescubrir mi cuerpo. Y la verdad es que papá casi, casi, tenía razón.
Por supuesto, dejé que algún que otro hombre intentara darme lo que necesitaba. En mis salidas por el ambiente con Julio, que no pretendían ser más que ratos de conversación y cañas con un amigo, conocí a un par de tíos que podrían haberme hecho cambiar de idea sobre mi soltería. Pero no funcionó en ninguno de los dos casos. Uno de ellos era demasiado putón para mantener una relación monógama, que era lo que yo pretendía. El otro –tú le conoces: Andrés- tenía demasiado miedo de vivir su sexualidad abiertamente, y yo no estaba dispuesto a vivir en pareja dentro de un armario. No había vivido y aprendido tanto para luego esconderlo todo. El primero resultó incapaz de amar por completo a otro persona. El segundo, a sí mismo.
Así que aquí me tienes. Puedes pensar que en realidad no tengo tanta experiencia con hombres como piensan nuestros amigos. Y quizá sea cierto. Es innegable que otros hombres, incluso más jóvenes que yo, tienen mucha más experiencia. Pero creo que la que tengo es suficiente para saber de qué va todo.
¿Que por qué te he contado todo esto? Porque te quiero, y quiero que sepas quién soy, y por qué soy.
Quiero que entiendas mi amistad con Carlos y Julio, lo que nos mantiene unidos y lo que ha hecho que nos queramos como nos queremos. Quiero ser sincero contigo, y quiero que sepas que nunca te seré infiel, pero también que entiendas que ellos están ahí y lo estarán siempre. Quiero que sepas que, aunque mi relación contigo no se basará en el sexo, si éste falla, yo fallaré. Y quiero que sepas por qué me he enamorado de ti, y lo que nunca me valdrá en una relación.
Y quiero que te lo pienses y, si no lo entiendes, me dejes.

jueves, 12 de febrero de 2009

Musicombres del 12 de Febrero

Bueno, ésto no es exactamente technopop...

¡¡A todo volumen!!

El Aviador Dro y sus Obreros Especializados
"Amor industrial" (Versión US)



Y para los que no soportais larguras:

Aviador Dro
"Amor industrial" (Versión Album)

Algo sucede en mí, algo realmente especial,
algún mensaje perdido que no puedo descifrar.
Mi mente vaga entre mil cosas distintas
y no puedo concentrarme al fin hasta que no pienso en ti.
Y entonces tu imagen llena toda mi pantalla
y las luces de mi control parpadean y se apagan
y mil programas distintos convergen en uno solo
y te apoderas de mí a través del monitor.
Y entonces te declaro mi amor, mi amor industrial,
trabajemos juntos los dos, mi amor industrial,
amor industrial.

Apenas trabajo un poco en el laboratorio
juntando con los átomos, con un láser incoloro
y formo esculturas de luz y cargas estáticas
y tu figura repetida surge tras de la vitrina
Y entonces tu imagen llena toda mi pantalla
y las luces de mi control parpadean y se apagan
y mil programas distintos convergen en uno solo
y te apoderas de mí a través del monitor.
Y entonces te declaro mi amor, mi amor industrial,
trabajemos juntos los dos, mi amor industrial,
amor industrial.

Y entonces tu imagen llena toda mi pantalla
y las luces de mi control parpadean y se apagan
y mil programas distintos convergen en uno solo
y te apoderas de mí a través del monitor.
Y entonces te declaro mi amor, mi amor industrial,
trabajemos juntos los dos, mi amor industrial,
amor industrial.

Los nuevos robots terminados enmudecen a tu paso
y comentan entre sí quién astros te ha diseñado
metal y labios ardientes son tu retrato
visor esmeralda-azul, fulgor extraño.
Y entonces tu imagen llena toda mi pantalla
y las luces de mi control parpadean y se apagan
y mil programas distintos convergen en uno solo
y te apoderas de mí a través del monitor.
Amor industrial (amor industrial)
Amor industrial (amor industrial)
Amor industrial (amor industrial)
Amor industrial (amor industrial)

¡PA - SO - TE!
Claro que ya les habíamos oido aquí.

A éstos no les habíamos oido, pero somos todo orejas abiertas. Y lo que no son orejas!

miércoles, 11 de febrero de 2009

De amor y sexo (y otras sandeces), 11

FILIAS, 1: "EL MEJOR AMIGO"

- Me enamoré de ti porque eres especial. Tienes algo que no he encontrado en ningún otro.
- Entonces, ¿por qué me haces esto?
- Te dije desde el primer momento que jugaría fuera de la pareja, que te sería infiel... sexualmente.
- Pero hemos estado bien juntos durante tanto tiempo. Pensé que ya no lo necesitabas.
- Pues lo necesito. Sabes que soy exclusivamente activo, y además, me van los sumisos. Y tú eres todo lo contrario. Te dejas encular bastante poco, y a los dos minutos me ordenas que me salga. Y ya sé que si no paro, paras tú.
- Pero eso se puede arreglar...
- Ya lo sé, cariño. Sé que harías cualquier cosa. Pero el morbo que me da él... Perdona que sea tan directo, pero tú me has preguntado.
- No voy a dejar de quererte por esto. Sólo quiero entenderlo.
- Pues si hubieras tocado su cuerpo como lo he hecho yo lo entenderías.
- Me parece asqueroso.
- ¿Asqueroso por qué? ¿Por la mata de pelo? ¿Porque ningún hombre tiene una polla como la suya? ¿Porque se deja follar sin quejarse?
- Pobrecillo... ¡cómo habría de quejarse!
- Tiene fuerza suficiente para machacarme los huesos, si quiere. Pero es que además de sumiso y suave es tan cariñoso... ¿Sabes? Siempre me lame los huevos después de follarle.

Musicombres del 10 de Febrero

Hacía mucho que no me ponía technopoppy

Trans X
"Living on video" (Extended Mix)

Give me light, give me action
at the touch of a button.
Flying through hyper-space
in a computer interface.
Stop - living on video
stop - integrated circuits.
Stop - sur un faisceau de lumieres
stop - is this reality?

Traveling in a light beam
laser rays and purple skies.
In a computer fairyland
it is a dream you bring to life.
Stop - living on video
stop - integrated circuits
stop, stop, stop

Living, living, living
Living on video!
Sur un faisceau de lumieres

I see your glitterring blue eyes
you look at me with a smile.
It's a computer fantasy
it is waiting for you and me.
Living - living on video
living - living on video
Living - living on video
Stop!

Living
Living on vid

El video -al contrario de lo que se podría pensar- es una basura. Pero esas pintas y el bailecito son impagables!!! XD

Trans X
"Living on video"



En España también se hacía techno-poppy barato y divertido.

Y al final, algo para morder:

martes, 10 de febrero de 2009

William Hazlitt

Y sigo con el tema:

"El silencio es una de las artes más grandes de la conversacion"

Y si te gusta escuchar, además resulta delicioso estar callado.

lunes, 9 de febrero de 2009

ChascoJobs.com

A pesar de tener trabajo, yo sigo buscando algo mejor: mejor horario, mejor salario, mejor zona, mejor... ¿ambiente?

SE REQUIERE:
Buena presencia (no se buscan modelos), don de gente, formalidad, seriedad, ser dinámico/a y alegre. Si el candidato es hombre es imprescindible que sea gay. Tener o haber tenido contacto con la moda o apasionarte este mundo.
Juro que es un copipeich, que no me lo he inventado en absoluto.
¿Quién dice que hay homofobia en el mercado laboral?

De amor y sexo (y otras sandeces), 10

OTROS, 3: "TENGO QUE SALIR MÁS"

Qué tino tiene la gente para dar por culo en el momento más molesto. La ventana de mi cuarto de baño da al patio de puertas, así que la abro un poco y berreo: “¡un momento, por favor!”
- Da igual, soy el vecino del 3. Ahora vuelvo.
- No, tranquilo, si ya salgo.
Termino de secarme la cara y salgo chorreando a abrir la puerta. Delante de mí hay un tío altísimo, machísimo, morbosísimo, que pone cara de sorpresa al verme.
- Uh, perdona –dice, con una voz profunda-, no es urgente, de verdad. No quiero molestar.
- No molestas.
- Ah, entonces, ¿he de suponer que siempre abres la puerta de esta guisa? Es para estar más preparado la próxima vez.
En vez de anudarla a la cintura, me he colocado la toalla sobre los hombros. Es decir, estoy en bolas ante un completo desconocido, y para más inri, es mi vecino nuevo. No es que nunca me haya despelotado delante de desconocidos pero, joder, qué tino.
- Joder, perdona –gorjeo, colocándome la toalla algo más púdicamente-. No me he dado cuenta.
- Tranquilo –sonríe con media boca-, ha sido una experiencia nueva.
Esa voz... Madre mía. Esa voz rebotaría durante horas en mi cerebro si me susurrara “te quiero” o “te deseo” al oído. Mientras me da por culo, por ejemplo. Le extiendo la mano.
- Perdón por el show. Soy Víctor.
- Yo Fede.
Al agarrar mi mano me aplica un electro-shock telepático a través de sus ojos. Sé que el rubor de vergüenza se está transformando en bermellón TitanLux de deseo puro y duro. El muy hijo de puta, aparte de ser un morbo con patas, sólo lleva un vaquero mínimo, cortado a tijera, sobre cuyo botón asoma un poquillo de vello púbico negro. También se ven las líneas de las ingles, enmarcando unos abdominales atómicos que están sólo ligeramente cubiertos por una capa de grasa que es lo único que le impide ser un dios.
- Bueno, ¿y qué querías?
- Pues ver si me podías prestar un brick de leche. Tengo gente para tomar café y no me da tiempo a bajar a los chinos.
“Te doy toda la leche que quieras, tiarro”
- Claro, un momento.
Lucho con la toalla, que se desanuda cuando me agacho ante la alacena. Con el brick en la mano intento volver a anudarla, pero es imposible. Se lo doy, sujetando la toalla con la otra mano.
- Muchas gracias. Menos mal que aún hay buena gente.
“Y gente que está buena, joder”
- De nada, hombre, para eso estamos.
“Y para todo lo que quieras”
- Bueno, un día de éstos te vienes a tomar un café y te lo devuelvo.
“¿Sólo un café? Tomaría mucho más”
- Tranquilo, hombre. No hace falta que me lo devuelvas. Ya tendrás ocasión de devolvérmelo de otra manera.
Alza una ceja y vuelve a sonreír sólo con media boca. ¿He dicho eso en alto? No..., no estoy tan desesperado.
- Quiero decir, que ya habrá algo que yo te pida... O sea, vamos, que ya te pediré azúcar o sal, o yo qué sé.
- De todas formas, lo del café está hecho.
“Y lo de la leche también, berraco. Si es preciso, te la saco con la boca”
- Bueno, espero que te vaya bien en la casa nueva.
Ahora tiene una expresión realmente divertida y sonríe con toda la boca.
- Con vecinos como tú seguro que no tendré problemas.
Me guiña un ojo y se va.
Lo he dicho en alto, ¿verdad?
Dios, no sé cuántas burradas he dicho en alto.
Da igual, al cerrar la puerta me doy cuenta de que se me ha escurrido la toalla. Y lo mejor de todo: estoy empalmadísimo.
¿Quién quiere saunas, teniendo ducha en casa?

Ohm.

Paciencia.
Relax.
Como dirían los chicos de La Unión: The full moon rises over Madrid. Así que hoy y mañana nuestros jefes estarán simpáticos. Sobre todo el mío, que ha pasado cuatro días en Canarias y la vuelta le sentará como una patada en todo aquello.
Paciencia.
Relax.
Oooohmsoyunacañahueeeca...

domingo, 8 de febrero de 2009

Musicombres del 8 de Febrero

Una reina indiscutible de los 80.
Tina Turner
"Typical male" (Dance Mix)

Tell me lawyer what to do
I think I'm falling in love with you
Defend me from the way I feel
Won't you give me some advice
On how to handle my private life
I'm sure that we can make a deal
I confess I'm a fool for men with a clever mind
But your intellect ain't no match with this heart of mine
All I want is a little reaction
Just enough to tip the scales
I'm just using my female attraction
On a typical male, on a typical male

Your sense of justice I'll embrace
But your defence don't help my case
I'm deep in trouble with the law
Something about authority
Seems to bring out the bad in me
Hey lawyer gotta catch me when I fall

Oh they say that you match your wits with the best of them
But I know when I'm close you're just like the rest of them
All I want is a little reaction
Just enough to tip the scales
I'm just using my female attraction
On a typical male, on a typical male

So put your books aside
Loosen off the suit and tie
Gotta open up your heart and let me in
Open up your heart and let me in
All I want is a little reaction
Just enough to tip the scales
I'm just using my female attraction
On a typical male, on a typical male
Ooh, the reaction
Im just using my feminine charmes
On a typical male, on a typical

Ooh the reaction
(All I want) - Ooh the reaction
(Just enough)
(All I want)
(Just enough)
All I want is a little reaction - (Just enough)
Im just using my female attraction
On a typical male
(All I want - just enough)
I'm just using my feminine charmes
(on a typical male, on a typical male)
(All I want - just enough)
(All I want - just enough)

Nadie le puede negar lo suyo a esta mujer, desde luego. Me gusta, qué leñes. Así que también la oimos aquí y aquí (¡nunca me canso de algunas de sus canciones!)

Y aquí mismo, unos cuántos typical male... ;)

sábado, 7 de febrero de 2009

De amor y sexo (y otras sandeces), 9

OTROS, 2: "AMIGOS"

- ¿Desde cuándo te importa lo que piensen de ti, reina?
- Desde que las reinas se casan con plebeyos –respondió Miguel, casi airado-. No soporto que se haya liado con ese niñato. De hecho, no sé por qué he venido. Sé que en cuanto les vea voy a soltar alguna inconveniencia, y no quiero hacer daño al pobre Raul, que no tiene la culpa de ser tonta. Sé, por mis 80 primas más cercanas, que casi nadie se salva de la Genética.
Ernesto y Javier aún no habían llegado, y Miguel y Luis callaron y miraron al unísono a la calle a través del ventanal, como si con ello fueran a conseguir que sus amigos se presentaran de una vez. Como si del poder de la mente se tratara, Javier les saludó desde la acera de enfrente.
- Llegas tarde, Meri –le dijo Luis mientras le acercaba una silla.
- Al menos no llego tarde a todo, como otras.
Luis no se dio por aludido; aún no entendía la mayoría de los comentarios más sarnosos de sus amigos gays, pero Miguel fulminó a Javier con un ojo bajo una ceja levantada y perfiladísima. A Luis le había costado 35 años, dos hijos y un divorcio admitir su homosexualidad, y el hecho de que los gays se pudieran casar no mejoraba su estado de pavor continuo. Sin embargo, a Javier le jodía sobremanera que Luis hubiera adoptado con tanta urgencia la peor de las poses. Y no soportaba que le llamaran Meri.
Luis tenía 16 años la primera vez que otro tío le masturbó. Estaba en casa de un compañero de instituto, revisando con él las revistas guarras de su hermano mayor. Su amigo dijo que estaba muy cachondo y se iba a hacer una paja. Luis, que la única polla dura que había visto era la suya, notó su corazón en las sienes. Afortunadamente para sus nervios, no tuvo que hacer ni decir nada, pues en cuanto se la sacó, su amigo ya le estaba masturbando. A pesar de haberse corrido tres veces, se pasó toda esa noche empalmado y dando vueltas en la cama, sudando.
Su padre, franquista y católico practicante, esperó a que Luis cumpliera los 18 para tener con él “la conversación”. Después de dos años de pajas y mamadas con varios amigos del instituto, por fin tuvo, sin haberla pedido, una confirmación fehaciente de lo que sus padres pensaban de aquella “aberración enfermiza”, de la que daban gracias a Dios por haber librado a su familia. Luis pasó tres años llorando por las noches, con un insomnio mediante el que veló todo ese tiempo a una persona que sabía que iba a morir. También los aprovechó para hacerse creer a sí mismo que todo aquello no había sido más que experimentación.
En la Universidad conoció a una chica que le hizo dormir como un tronco gracias a los continuados ejercicios sexuales a los que se entregó con ella en cuerpo y alma. Se casaron, tuvieron dos muñecos y fueron muy felices mucho tiempo. Pero un día, Cristina encontró, disfrazados entre la colección de rarezas de Madonna de Luis, varios dvd’s de porno gay. Después de diez años de sexo satisfactorio, ni siquiera relacionó aquellos discos con una posible homosexualidad de su marido, de quien estaba además segura de su completa fidelidad. Un morbo extraño. Todos los hombres tenían fantasías que no confesaban a sus mujeres. Pero una mujer ata cabos mejor que cualquier marinero, y a los cuatro meses pidió el divorcio, llevándose con ella la casa, un coche, a los niños, y un 37% del sueldo de Luis. Y con todo ello, se fueron su alegría y su seguridad. Otra vez era un aberrado enfermo.
- ¿Y Ernesto y los chicos? –preguntó Javier.
- Tina se estará poniendo mona. Ya sabes que no sale a la calle sin su manita de TitanLux.
Miguel siempre ponía la guinda a cualquier conversación. Para algo llevaba veintisiete años siendo la chica de compañía de todas las transformers de Madrid.
- Y los chicos estarán follando –dijo Luis-, como siempre que llegan tarde.
Aún no controlaba ciertas reacciones. Le reconcomía la envidia, ya que él era aún incapaz de ligar, y mucho menos follar, así porque sí. No podía evitar un rechazo atávico, aprendido de sus padres y su entorno juvenil, hacia todo lo que representaba la homosexualidad de puertas afuera. Al menos, para un enorme quesito de cualquier encuesta.
- Déjales que follen, encanto. Para algo están juntos.
- Ah. Pensé que la gente se juntaba para algo más. ¿No se supone que para follar tenemos los cuartos oscuros?
- Eso lo tendrás tú, so perra, que no sabes hacerlo de otra manera. Vé de vez en cuando a una sauna, que al menos los zorrones están limpios.
Miguel se estaba hartando de no ser él quien soltara las frases brillantes, así que se metió entre medias antes de que se sacaran los ojos.
- Uy, eso no quiere decir nada, nena. Tú siempre vas muy limpia, y sin embargo...
Ernesto –Tina para sus amigos- apareció en ese momento, cortando el comentario más que sarcástico y agresivo que quemaba la lengua de su amigo.
- Señoras y caballeros, llegó por fin su sueño erótico –dijo, sentándose en las piernas de Miguel.
- ¿Caballeros? –Miguel abrió mucho los ojos-. Creo que se equivoca, señora.
- Ya tuvo que abrir la boca, ella. Para una vez que vengo a veros contento y feliz. ¿Se te pudrirá la lengua algún día, mala hiena?
- Da igual, aprenderá a insultar con el lenguaje de señas –resolvió Javier.
- Y afortunadamente, ninguno de nosotros sabrá hablarlo –apuntilló Luis.
- Fucking faggots, os reconcome la envidia porque soy políglota.
A Miguel le solían escurrir los comentarios sobre él, a pesar –o quizás a causa- de que con su plumón era blanco fácil de la sorna maricona.
- Si, cariño, ya sabemos todas –puntualizó Ernesto mientras acercaba una silla- que con la lengua haces milagros en cualquier idioma.
- La verdad es que no me enteré de la cantidad de nacionalidades que hay hasta que follé con él.
Ernesto y Luis miraron a Javier como quien mira a una monja apoyada en cualquier pared de la calle Montera. Miguel volvió a fulminarle con la mirada, pero antes de que los demás se dieran cuenta de todo, espetó:
- No jures en vano, nena, que es pecado.
- ¿En vano? Cariño, nadie ha tratado a tu culo como lo hice yo. Cinco meses de tratamiento intensivo.
Ernesto no sabía cómo cerrar los ojos. Luis estaba un tanto perdido. Miguel ardía por dentro, pero el mal ya estaba hecho. Tenía ganas de hacer vudú directamente con los ojos de Javier.
- Todos tenemos pecados de juventud. ¿Nos vamos a confesar ahora? –Fue lo único que se le ocurrió.
Javier sonrió encantado. En realidad, su affaire había tenido lugar sólo hacía dos años. Miguel no podía soportar, como les pasa a las reinas de alcurnia, haberse enamorado hasta las trancas de un gayetero al uso. Porque Javier era su antítesis: masculino, musculoso, independiente, inteligente, atractivo y, sobre todo, inemparejable. Consciente de su belleza, su lema era “Pruébalos a todos antes de atarte. Otro podría ser mejor que el que tienes”.
Cuando Miguel le conoció en el gimnasio, se lo contó a sus 80 mejores amigas con el mismo comentario: “Si yo fuera la tetuda de Jacq’s, te juro que le estaría buscando a él”. Javier tenía entonces diecinueve años, y pasó unos cuántos ejerciendo de armarizado por el pánico a la reacción de su familia, a quienes adoraba. La familia terminó reaccionando fantásticamente, así que desde joven ejerció sin problemas de chulazo. Seis años después Miguel, sin querer reconocerlo, ni a sí mismo, olisqueaba las esquinas esperando localizar a Javier por su olor a macho. Éste, por supuesto, lo sabía, y aprovechó aquel momento para metérsela a Miguel hasta los pulmones, hacerle babear como loco, y poder abrir un local gracias a los contactos de “su novio” en el mundo del faranduleo cancaneril. Por supuesto, sus amigos no se enteraron de nada. Miguel no le dijo a nadie que había perdido la cabeza y el control de sus esfínteres por aquel hunk of a man. Javier mucho menos; no quería que nadie pensara que le gustaban las peluqueras. Cuando Javier empezó a tirarse a tres de los cuatro camareros de su bar, Miguel enloqueció. Cerró el salón de belleza y se fue un año a Los Angeles, según él para convertirse en el esteticista de las estrellas. Pero como las estrellas estadounidenses hacen gala de una total falta de estética, Miguel volvió a Madrid entre asqueado y avergonzado, reabriendo su “pelu” en loor de multitudes drag, muertas de envidia por su periplo americano, del que lo único que supieron fue que Julia Roberts tenía las orejas de soplillo y Tom Cruise el pelo de paja. Ambos datos sacados de una revista de cotilleos, por supuesto. En un año entero, no tuvo nada que ver con nadie relacionado, ni medianamente, con la industria cinematográfica.
- Bueno, bueno, encanto –susurró Ernesto al oído de Miguel- ¿Y es verdad que tiene la verga que dicen que tiene?
Lo sabía de sobra, pero una broma a tiempo...
- ¿Cómo? ¿Torcida y cabezona? Te equivocas, Tinita; eso no lo dicen de su polla, sino de él.
Javier le dio un empellón en un hombro.
- Pues a ti bien que te gustaba mamarla, so zorra.
- A mí no me insultas tú, mamarracho.
- ¿Ah, no? ¿Y por qué me pedías que lo hiciera cuando te daba por el culo?
- ¡Te voy a partir la cara, hijo de...! –gritó Miguel, mientras lanzaba un puño lleno de anillos hacia los dientes de Javier. Por supuesto, no tenía ni puta idea de cómo soltarle a alguien un puñetazo, y Ernesto tuvo tiempo de sobra para meterle un brazo bajo el codo y parar el movimiento en seco.
- ¿Qué haces, imbécil? –berreó Miguel, mientras Javier se descojonaba de risa y Luis huía hacia el servicio.
- Ya vale –respondió Ernesto, con los ojos convertidos en mares de relax.
- ¿Es que no ves lo que está haciendo?
- No veo nada, y he dicho que ya está –y lo remarcó levantando una ceja.
Ernesto, el Pacificador. Tina, la reina del masaje, el relax y el yoga. Tito, el chico-oreja que se había pasado toda la vida entre dos aguas por su fama de confesor.
Desde siempre, quizá por su mirada sincera, quizá por su aura relajante, todos sus amigos le habían contado sus intimidades. En la mayoría de los casos de rupturas y disputas había actuado como intermediario, escuchando atentamente los insultos de las partes, así como los respectivos cabreos y depresiones, finalizando siempre las consultas con sentencias inteligentes, que todos tomaban como simples opiniones pero que en el fondo eran, más que consejos, guías para una ruptura civilizada, o para el arreglo de la situación.
Gracias a él no se habían perdido para siempre multitud de amistades, y se habían creado grupos de amigos, e incluso parejas, que habían llegado a ser la envidia del todo Chueca.
Estaba orgulloso de ser como era. Y sus amigos estaban orgullosos de poder considerarse amigos suyos. Sólo tenía un problema: nadie le había considerado nunca como una posible pareja. Para todos se convertía, desde el principio, en la hermana mayor. A sus cuarenta y cuatro años, incluso en el padre, como le había pasado con Javier.
Por eso le extrañaba, incluso le molestaba, que ni Javier ni Miguel le hubieran contado nunca nada de aquel episodio. Le sorprendía no haberse dado cuenta él mismo de que aquello hubiera pasado. Aunque Miguel, evidentemente, no le había contado la verdad, sabía que su aventura americana era más una huída que otra cosa. De otra manera, no habría cerrado su negocio, lo habría dejado abierto para que prosperara al hacerse un nombre en Estados Unidos. Pero Miguel era muy suyo para todo lo que no fuera autobombo.
Javier, sin embargo... Aquello era harina de otro costal. El “niño” había empezado contándole los problemas que le daba su pene que es gigantesco, tío, se me asustan todos. De hecho, Ernesto tampoco había podido con aquello. Y no había parado nunca de contarle intimidades sexuales, románticas y familiares, planes, decepciones. Era, de hecho, la única persona que había llegado a hartarle un poco. ¿Cómo fue capaz de perderse aquellos cinco meses?
- Javier... –susurró, mirándole con ojos de jurado.
- ¡Vale, hombre! ¡Lo siento! Perdóname, Miguel, cariño...
En ese momento Luis se sentó en su silla y con un resoplido exclamó:
- Uff, qué bien se queda uno después de una buena meada.
- ¡Ja! A algunos les vuelve locos –aclaró Javier- Y si no, que se lo pregunten a... ¡Ah!
Le calló un buen pisotón de Ernesto. En cinco segundos, el silencio se hizo tan incómodo que todos empezaron a revisar bolsillos en busca de tabaco, chicles, o cacao para los labios.
Afortunadamente, les salvó la parejita. Entraron, como de costumbre, de la mano, con sendas sonrisas de oreja a oreja. Y como siempre, una hora tarde.
- Buenas tardes, amores –saludó Raul, todo dientes.
- Buenas tardes –recalcó Paco, buscando sillas para los dos.
Todos les miraron en silencio. Sólo Ernesto consiguió alzar milimétricamente las comisuras de sus labios.
- Bueno, señores –dijo Raul- mientras buscan ustedes palabras para mostrar su entusiasmo, me voy al servicio.
Paco, que ya se estaba sentando, reaccionó como un resorte nuevecito.
- Yo también, que estoy que no aguanto.
Y se fueron, de la mano, al sótano, a mear en estéreo, como prácticamente todo lo que hacían.
- ¡Mirales bien! –exclamó Miguel- Rambo vs Conan el Bárbaro, starring Marlene Dietrich y Rita Pavone.
Ernesto estiró la frente, cerró los ojos y soltó un bufido. Mala señal.
- Bueno, ya basta. Me tenéis entre todos hasta los cojones. ¿Es que no sois capaces de decir nada agradable? ¿Ni siquiera de vuestros amigos?
Miguel no daba su brazo a torcer.
- Bueno, a veces lo que decimos de ti es agradable.
Luis, que no sabía muy bien cuándo decir cosas graciosas con gracia marica, apuntilló:
- Pero sólo a veces, amor.
Ése era el momento en que Ernesto tendría que haber respondido algo inteligente y mordaz a Miguel, pero como Luis le había pisado su mini momento de gloria, se volvió a crear otro silencio más que violento.
- Hala, muchachos, vámonos –exclamó Raul, que ya volvía con su novio bajo el brazo-. ¿Preparados para un buen teatro?
Los cuatro pensaron que lo preguntaba con segundas. Pero también sabían que en Raul nunca había dobleces y, lo más importante, ni se olía lo que acababa de ocurrir.
Empezaron a levantarse mientras Raul hacía comentarios intrascendentes sobre la obra que iban a ver, protagonizada por uno de sus ex-novios, al que todos odiaban en silencio. Era un increíble vanidoso que se creía superior porque había estado nominado al Max y había actuado en Londres.
Raul y Paco se volvieron a coger de la mano y salieron del local antes que el resto.
- Raul, tío, les caigo fatal. ¿No te has dado cuenta? No han sido capaces ni de saludar. Seguro que me estaban despellejando cuando hemos llegado.
- No seas paranoico, bobín. –Raul le miró como si fuera su hijo de siete años levantándose de una caída en la bici nueva- No les caes mal. Es sólo que aún no te conocen mucho. Ya sabes lo que pasa en los grupos de amigos cuando uno trae a alguien de fuera, siempre hay un periodo extraño hasta que todo el mundo se conoce y se adapta.
- Vale, si tú lo dices..., pero yo creo que no les gusto ni un poquito.
Raul se paró en seco en medio de la acera y tironeó de Paco para acercarle a él. Le miró con una media sonrisa, le acarició el cuello y le besó suavemente los labios.
- Sinceramente, cariño, me importa un bledo lo que piensen.
Paco acomodó la cabeza en la mano que Raul mantenía sobre su hombro y suspiró.
- ¿Sabes que te quiero? –susurró Raul.
- No tienes que decirlo. Nunca nada ni nadie me habían hecho sentirme tan bien.
Paco volvió a suspirar. Le devolvió el beso casi en una caricia, y siguieron andando.
Los demás observaron la escena desde detrás de ellos. Luis aún se emocionaba al ver a dos hombres comportarse de esa manera abiertamente. Miró hacia otro lado y envidió a Paco por haber pillado al mejor tío que conocía.
Se habían conocido precisamente en un teatro, viendo una obra sobre un grupo de amigos gays que tienen un montón de monstruos en sus antiguos armarios; obra que los demás del grupo no quisieron ver por razones evidentes. En el vestíbulo del teatro, antes de entrar, Raul, con un cigarrillo colgando de los labios, se había acercado a él y le había dado un kleenex. Luis se tocó el bigote en busca de algo repugnante que limpiar, y Raul rió con la boca abiertísima y esa risa que se oía desde cualquier esquina de cualquier local, y que hacía sonreir estúpidamente a quien la oyera. Raul le conocía por unas fotos del grupo durante un viaje a Sitges al que él no había ido: Luis era el único que llevaba bañador en las fotos playeras. Estuvieron charlando de todos hasta que la obra empezó. Aprovecharon que el teatro estaba medio vacío para sentarse juntos. En la escena en que el joven y guapo ciego le pone los cuernos a su novio perfecto con el joven y guapo adonis, a Luis se le escapó un “¡No!” que a Raul se le clavó en el alma. En veinte minutos, Luis lloraba a moco tendido. Raul le susurró que ya podía sacar el kleenex, y Luis sonrió entre hipos.
Tres días después, estaban enrollados oficialmente.
Estuvieron casi diecisiete meses juntos, la relación más larga que Raul había mantenido con ninguno de los hombres del grupo. Había luchado durante años contra todo lo humano y lo divino para tener la vida que tenía: libre, tranquila, auténtica. Le había costado demasiadas peleas y no menos situaciones embarazosas llegar a ser un profesional respetado fuera del armario. Intentó de mil maneras hacer feliz a Luis, hacerle ver que sus terrores aprendidos se podían desaprender, que podía ser un buen padre sin tener en cuenta su sexualidad, que en el siglo XXI ya no se despedía a nadie por ser gay; en definitiva, que podía usar el armario para guardar ropa. Pero Luis aún estaba en trámites de divorcio, y era incapaz de dar un paso hacia el arco-iris. Raul sabía que le haría daño dejándole, pero la situación estaba llegando a límites ridículos, que incluso le hicieron replantearse todas sus bases ideológicas, al comprobar cómo podían vivir aquello algunas personas. Le dio tanto miedo perder lo que había conseguido, que finalmente cortó la relación. Luis lo pasó mal, porque pensaba que aquello era lo que quería: un hombre que le quisiera y que evitara que tuviera que deambular por los cuartos oscuros en busca de pollas conectadas a un corazón. Pero también sabía, aunque le doliera, que estaba coartando los movimientos de Raul, que no podía seguirle. Y sobre todo, que no estaba preparado en absoluto para la vorágine política y reivindicativa en que su novio estaba sumergido. Se querían, pero definitivamente no estaban hechos el uno para el otro.
- ¿Por qué os dejó a vosotros? –preguntó, sin venir a cuento. Miguel le miró como si le hubiera espetado un insulto directo delante de todos.
- Qué gilipollez. A mí no me dejó –escupió, dando por zanjado el asunto.
- Pues conmigo se equivocó –dijo Javier.
- Claro, linda, como todos.
Antes de que volvieran al ruedo, esos dos, Ernesto intervino:
- A mí me dejó porque en realidad no le amaba. Le quería, le respetaba, pero no le amaba. Le enseñé todo lo que yo sabía porque en cuanto le vi me di cuenta de que era inteligente y bueno, de que con sólo un empujoncito en el momento justo se convertiría en un triunfador. Y lo es, ¿no?
Pararon en un semáforo, y vieron cómo Raul y Paco se seguían alejando de ellos. Paco miró atrás de reojo y paró a Raul con la mano que llevaba metida en uno de sus bolsillos traseros. Raul hizo un gesto de apresuramiento con todo el cuerpo.
- El que sea un triunfador no significa que no se equivoque.
Javier lo dijo como si rezara. Pero Ernesto sabía:
- Javier, cariño, tú te equivocaste. Pensaste que el hecho de que Raul fuera una persona libre y abierta significaba que tú podías serlo... a tu manera. Y por aquel entonces, tu libertad consistía en follarte a todo lo que pillabas. Le hiciste daño mintiéndole, siéndole infiel, y además, insincero.
- Uhmm –siseó Miguel- ¿de qué me suena eso?
- Tú calla, que tampoco tienes muchos motivos para hablar –continuó Ernesto.
- Yo puedo decir lo que me dé la realísima gana. Es cierto que a mí no me dejó.
- No. Dejó que tú le dejaras, porque siempre hizo todo lo posible por conservar nuestra amistad, porque a todos y cada uno de los hombres que han estado con él nos ha querido.
- Pues claro que sí. Claro que me quería. Y me quiere –resolvió Miguel.
- Cierto. Te quiso tanto como para no ponerte en ridículo nunca delante de nadie. Te quiso tanto como para no partirte la cara en alguna de aquellas fiestas a las que le llevabas como un trofeo.
- No digas gilipolleces. Yo siempre estuve orgulloso de estar con él.
- Pero qué hipócrita eres, jodío. Estabas orgulloso de que él estuviera contigo. La tuya ha sido la peor experiencia que Raul haya tenido. Justo cuando intentaba asentar sus bases, tú le hiciste sentir que era un mero objeto, un animalito lindo al que acariciar entre tus brazos cuando tenías espectadores. Le hiciste creer con tus comentarios que nunca llegaría a ser más que una cara bonita sobre un cuerpo bonito. Y a pesar de todo, no tuvo fuerzas para dejarte porque fuiste su primer hombre. Lo único que hizo fue dejar de mostrar interés por todo lo que a ti te importaba; incluso cambió de imagen sólo para que toda aquella gente tuya tan cool, tan trendy, tan glamourosa, empezara a pensar que te habías vuelto loca por estar con él. Y al final consiguió que le dejaras porque ya no resultaba un reclamo válido para tu público.
- ¡Qué hijo de puta! –exclamó Javier-. Conmigo hiciste lo mismo. ¿Por qué crees que mi iba con otros tíos?
- Porque eres una zorra, cerdo. Y cállate, que buena tajada sacaste de mí.
- No era una zorra, era un infeliz. Si hubiera sido una zorra, te habría invitado a algún ménage-à-trois. Pero nadie habría querido follar con semejante maricona.
- Un día de éstos me vas a encontrar, gilipollas.
- Ya te he encontrado, bonita. Con la corona clavada a la frente, de rodillas en el cuarto oscuro del Strong. ¿No me reconociste por la polla?
A Miguel le tembló un poco la barbilla antes de decir:
- No vuelvas a dirigirme la palabra, hijo de puta. No vuelvas a mirarme, siquiera.
Luis, que fue el único que se dio cuenta de que algo se estaba rompiendo justo en aquel momento, intentó alejarles de ellos mismos, pero no fue muy afortunado:
- Lo que no entiendo es... ¿por qué Paco?
Todos miraron al frente. La mano de Paco seguía en el bolsillo de Raul, y éste llevaba un brazo sobre los hombros de su chico.
Paco estaba apoyado en la pared junto a la escalera del Hot, con la vista clavada en la zapatilla de un osazo que bebía en la barra, cuando Raul se acercó a él con dos cervezas y le dio una, con una medio sonrisa que paría, cada vez que hacía la mueca, uno de aquellos preciosos hoyuelos que hacían delirar a la más pintada.
- Tú no eres de aquí –sentenció. Paco se sintió un poco defraudado por una entrada tan tonta y manida.
- Si. Sí que soy de aquí.
Raul volvió a sonreir y a Paco empezó a temblarle incontrolablemente un muslo.
- Quiero decir que a ti ésto en realidad no te va. No te gusta el ambiente, ¿no?
A Paco le dio la impresión de que conocía hasta el último centímetro de la zapatilla del osete, que ahora reía a carcajadas alguna ocurrencia de un camarero. Miró a Raul a los ojos, pero le sonrió sólo con la boca.
- Bébete la birra. Nos vamos de aquí –le cogió de una mano y le llevó hacia la puerta-. Por cierto, me llamo Raul.
- Yo Paco –dijo, mientras soltaba el botellín, aún entero, apresuradamente sobre un barril.
- ¿Paco? No tienes cara de Paco.
Pensó que si le oía otra tontería de aquellas, algo como que era Acuario, saldría corriendo.
- No te voy a decir mi horóscopo porque no creo en eso. Además, a los Acuario se nos nota que lo somos.
Paco sonrió por primera vez en toda la noche, en toda la semana, en realidad, y apretó un poco la mano de Raul, que lo entendió como incomodidad y se la soltó.
- ¿De verdad te llamas Paco?
- Pues si. Siempre me han llamado así, desde que nací. Pero siempre me ha gustado más Curro.
Raul se paró en seco. Rodeó la cintura de Paco con un brazo y le susurró al oido:
- Ok, Curro. Serás Curro sólo para mí –y le lamió el lóbulo de la oreja.
Se derritió en dos segundos. Y meses después seguía derretido. Los ojos de Raul iluminaban cualquier noche. La sonrisa de Raul le hacía feliz, las caricias de Raul le hacían temblar como una hoja, recostarse sobre su pecho le hacía dormir como nunca había dormido. Nunca había vivido nada igual. En realidad, creía firmemente que quien decía tener algo semejante mentía. No pensaba que lo que le había ocurrido a él fuera lo que le pasaba a todo el mundo, pero sí que no podía haber mucha diferencia. No se podía tener tan mala suerte, así que toda aquella mierda debía ser más o menos algo general. O también era posible que no estuviera preparado para aquel mundo, que fuera incapaz de relacionarse correctamente. Desde luego, había sido incapaz de diferenciar lo bueno de lo malo. Sencillamente, se enamoraba. Sin preguntar por qué, sin saber de quién se estaba enamorando. Era confiado, al menos al principio. No comprendía el fingimiento o la hipocresía.
El último fue el que más descontrol le había provocado, el que había hecho que fuera por el mundo mirando zapatillas. El no comprender por qué se había enamorado de semejante animal fue lo peor. Saber que se estaba dejando denigrar y pisotear por un hombre al que amaba ciegamente. Un hombre que le ponía correas pero no sabía ser su amo. Un hombre que le usaba para excitarse, para vivir como un placer lo que de pequeño había vivido como dolor. Un hombre que, en el último día de inocencia de Paco, le había atado a una cama cubierta de plástico, poniéndole una mordaza y un pañuelo en los ojos, y había dejado que otros cinco hombres le maltrataran durante horas, había dejado que le azotaran y le metieran cosas irreconocibles por el culo, había dejado que le mearan en las heridas de los azotes y cagaran sobre su pecho, había dejado que unos le dieran de ostias mientras los otros le follaban a pelo. Un hombre que había dejado que, mientras otros cinco le violaban, él gritara y llorara hasta quedarse ronco, que vomitara sin quitarle la mordaza. Un hombre que, después de irse sus torturadores, le dejó atado a la cama, lleno de mierda, pero le quitó el pañuelo para que pudiera ve cómo se masturbaba viendo el video que había grabado.
A los dos días, Paco había desaparecido de aquella ciudad, con ese video en la maleta. Una vez en Madrid, había denunciado a aquel hombre, presentando el video como prueba. No ocurrió nada. Después de tres años de psicólogos y abogados, no ocurrió nada, porque en el video se veía claramente que se había dejado atar. Para el juez aquella pesadilla era un juego consentido por un maricón, que se había dejado atar por el hombre que le hacía chorrear aceite. Paco pensó que jamás volvería a sentir nada por nadie.
Le costó ocho años de trabajar de madrugada en MercaMadrid y de día en la construcción pagar las costas del juicio, y cuatro años más volver a mirar a un hombre a la cara.
Y aquel hombre fue Raul. Raul, que le miraba, le sonreía, le acariciaba y le hacía soñar algo que no eran pesadillas. Raul, que le hizo ver lo equivocado que estaba con respecto al mundo, que le hizo confiar de nuevo en sí mismo y en el resto de la gente. Raul, que una noche, después de hacerle el amor como sólo un ángel podía hacerlo, le había hecho llorar diciéndole que le amaba.
- ¿Por qué Paco? –repitió Ernesto. Pero no respondió porque ya todos estaban en la puerta del teatro. Raul les sonrió a todos.
- Cómo os gustan los escaparates caros, manga de reinas.
- Qué bien lo sabes, amor –dijo Emilio-. Fíjate que me gustaría ser cristal de escaparate sólo para que las niñas apoyaran sus manos en mí mientras sueñan con un Versace.
- ¡Dios! Serías una drag divina. ¡Si hasta te estás quedando calva!
Todos rieron ante la primera ocurrencia malignamente marica de Luis. Un momento indefinido, casi paranormal, les convirtió en un grupo de amigos haciendo bromas en una playa de Sitges. Ernesto se sonrió a sí mismo, y supo que todo, por fin, estaba en su sitio.
Mientras hacían cola, Raul y Paco no dejaban de hacerse arrumacos.
- Agg, dais asquito –berreó Javier.
- Déjales, malvada, que da gusto verles –Ernesto sonrió a Paco- ¿Sabes, Currito? Te llevas lo mejor del mundo.
Paco sintió un reconfortante calor que nacía debajo de sus sobacos.
- Lo sé. Ya lo sé.
- Pero chico, te lo mereces. Nunca había visto una pareja como vosotros. Es emocionante ver a dos personas que realmente se quieren.
Pero no estaba mirando a Paco, sino a Luis.
Entraron en el teatro hablando de la obra que iban a ver, del glamour del famoseo, de lo guapo que era el ex de Raul, incluso sin maquillaje. Una vez sentados, Paco tomó entre las suyas una de las manos de su chico y le susurró:
- A lo mejor es verdad que no les caigo tan mal.
- Claro que no, ya lo sabes –le besó suavemente una mano y susurró: -Son mis amigos.