Recuerdo sus zapatos, fabricados a medida y pagados a precio de oro. Y aquellos pies desmesurados con las uñas de mármol que no se podían cortar, sólo limar.
La melena larga y rizada de un rubio brillante que se ponía verde con el cloro de la piscina, y el movimiento inconsciente de su cabeza para apartársela de la cara.
Los ojos enormes, con un ligero toque de tristeza por su forma. Soñadores cuando miraban el mar. Sereno todo él cuando miraba el mar, olvidando todo.
El vello suave en todo el cuerpo. El de su pecho me parecía de felpa nueva cuando me recostaba sobre él.
La horripilante cicatriz entre blanca y rosada llena de grapas desde casi el tobillo hasta la rodilla.
Los silencios cuando estudiaba o trabajaba, y los suspiros de cabreo, y los tarareos cuando sabía que estaba a punto de terminar su trabajo.
La voz cálida y desafinada, cantando mientras cocinaba.
Las manos, que me cubrían toda la cara, tan grandes eran, y me hacían sentir como si fuera un niño. Esos dedos que me parecían imposibles. El vello dorado cubriendo la mitad del dorso.
La espalda por la que yo le llamaba "el portaaviones"; la zona de su cuerpo en que la piel era menos suave, pero donde el color del verano era más hermoso.
La desesperación con que miraba los marcos de puerta bajitos, en los que se dejaba siempre la frente. O la que demostraba al tirar otra cosa al suelo con aquellos brazos larguísimos, incontrolables, torpones.
El tamborileo de sus dedos en cualquier superficie cuando se ponía nervioso.
La fotografía con su hermana en un marco de forja: ambos tan rubios y con el pelo largo, disfrazados de elfos; él partiéndose de risa, ella llorando a moco tendido.
La fotografía con sus hijos: él sentado en un sofá, ellos sentados cada uno en una de sus piernas.
La timidez con que se quitaba la ropa en la playa y en el gimnasio, exasperado por ser tan alto y tan poco español, por convertirse casi siempre en el punto de mira de los comentarios, las sonrisas, las miradas de deseo, por su aspecto exagerado.
Los pezones, tan rosados, que se endurecían con sólo suspirar cerca de ellos.
El pelito blanco y tan duro que se empeñaba en salir en una de sus cejas, y que se arrancaba en cuanto se daba cuenta de que había vuelto a crecer.
Los labios, la sempiterna sonrisa: desde la izquierda infantil, desde la derecha cínica.
La cara tersa, la barba mullida, los pómulos marcados, las pestañas larguísimas pero invisibles por su color. Y cuando se afeitaba: aparentaba ser más joven que yo cuando tenía 12 años más.
Los anillos de humo que le gustaba hacer al fumar.
El vellito que tenía justo encima de la rabadilla.
Los muslos exagerados, los brazos de levantapesas, el pecho inabarcable. El calor que me bullía por todas partes cuando le veía desnudo.
El sexo, tan inconcebiblemente tierno con semejante mamotreto de hombre.
El sonidito como de estar atrancado mientras dormía.
El lunar encima del ombligo, un poco a la derecha.
La cama, la bañera, el sofá, todo tan grande, pensado para acoger a Gulliver en Lilliput.
Recuerdo tan claramente tantísimas cosas, que me parece mentira que haga tanto tiempo que él ya no esté aquí.
Todo ésto para explicar por qué le tengo pánico a los coches. De hecho, no tengo carné de conducir.
Éste de quien tantos detalles recuerdo, mi primer novio, murió en un accidente de coche que tuvo el día en que cumplía 33 años.
Con el tiempo se pasan la amargura, la rabia, la tremenda tristeza. De vez en cuando te pones tonto, escuchas una canción, pasas por un sitio y te entran unas ganas incontrolables de llorar y deseas que tu vida hubiera sido de otra manera, que no hubiera pasado. Es de agradecer que los humanos tengamos esta defensa o como lo queramos llamar que nos permite seguir viviendo después de ciertas cosas.
Éso sí: muy bueno tiene que ser un conductor para que yo vaya tranquilo en su coche.
Los ojos enormes, con un ligero toque de tristeza por su forma. Soñadores cuando miraban el mar. Sereno todo él cuando miraba el mar, olvidando todo.
El vello suave en todo el cuerpo. El de su pecho me parecía de felpa nueva cuando me recostaba sobre él.
La horripilante cicatriz entre blanca y rosada llena de grapas desde casi el tobillo hasta la rodilla.
Los silencios cuando estudiaba o trabajaba, y los suspiros de cabreo, y los tarareos cuando sabía que estaba a punto de terminar su trabajo.
La voz cálida y desafinada, cantando mientras cocinaba.
Las manos, que me cubrían toda la cara, tan grandes eran, y me hacían sentir como si fuera un niño. Esos dedos que me parecían imposibles. El vello dorado cubriendo la mitad del dorso.
La espalda por la que yo le llamaba "el portaaviones"; la zona de su cuerpo en que la piel era menos suave, pero donde el color del verano era más hermoso.
La desesperación con que miraba los marcos de puerta bajitos, en los que se dejaba siempre la frente. O la que demostraba al tirar otra cosa al suelo con aquellos brazos larguísimos, incontrolables, torpones.
El tamborileo de sus dedos en cualquier superficie cuando se ponía nervioso.
La fotografía con su hermana en un marco de forja: ambos tan rubios y con el pelo largo, disfrazados de elfos; él partiéndose de risa, ella llorando a moco tendido.
La fotografía con sus hijos: él sentado en un sofá, ellos sentados cada uno en una de sus piernas.
La timidez con que se quitaba la ropa en la playa y en el gimnasio, exasperado por ser tan alto y tan poco español, por convertirse casi siempre en el punto de mira de los comentarios, las sonrisas, las miradas de deseo, por su aspecto exagerado.
Los pezones, tan rosados, que se endurecían con sólo suspirar cerca de ellos.
El pelito blanco y tan duro que se empeñaba en salir en una de sus cejas, y que se arrancaba en cuanto se daba cuenta de que había vuelto a crecer.
Los labios, la sempiterna sonrisa: desde la izquierda infantil, desde la derecha cínica.
La cara tersa, la barba mullida, los pómulos marcados, las pestañas larguísimas pero invisibles por su color. Y cuando se afeitaba: aparentaba ser más joven que yo cuando tenía 12 años más.
Los anillos de humo que le gustaba hacer al fumar.
El vellito que tenía justo encima de la rabadilla.
Los muslos exagerados, los brazos de levantapesas, el pecho inabarcable. El calor que me bullía por todas partes cuando le veía desnudo.
El sexo, tan inconcebiblemente tierno con semejante mamotreto de hombre.
El sonidito como de estar atrancado mientras dormía.
El lunar encima del ombligo, un poco a la derecha.
La cama, la bañera, el sofá, todo tan grande, pensado para acoger a Gulliver en Lilliput.
Recuerdo tan claramente tantísimas cosas, que me parece mentira que haga tanto tiempo que él ya no esté aquí.
Todo ésto para explicar por qué le tengo pánico a los coches. De hecho, no tengo carné de conducir.
Éste de quien tantos detalles recuerdo, mi primer novio, murió en un accidente de coche que tuvo el día en que cumplía 33 años.
Con el tiempo se pasan la amargura, la rabia, la tremenda tristeza. De vez en cuando te pones tonto, escuchas una canción, pasas por un sitio y te entran unas ganas incontrolables de llorar y deseas que tu vida hubiera sido de otra manera, que no hubiera pasado. Es de agradecer que los humanos tengamos esta defensa o como lo queramos llamar que nos permite seguir viviendo después de ciertas cosas.
Éso sí: muy bueno tiene que ser un conductor para que yo vaya tranquilo en su coche.
9 comentarios:
Nunca vas a olvidarle, ni deberías. Es bonito (aunque duro) recordar como era, como es, dondequiera que esté. Esto te demuestra que tu memoria anda bien .-)
Como hemos dicho hace unos dias, es importante verbalizarlo a los demás como te sientes. Los demás a veces intuímos, pero no somos adivinos...
A ver si un dia me enseñas fotos del melenas.
Un abrazo osuno
Me has emocionado, Mad.
Nadie se toma en serio los accidentes de tráfico. Sin embargo, nosécuántos miles de personas entre muertos y heridos se desgracian para siempre en nuestras carreteras.
Ojalá ésta entrada tuya fuera leída por más gente.
Saludos cordiales.
El recuerdo es una forma de amor que se debe realizar.
Lo siento mucho, de verdad. Me he emocionado mucho leyéndolo.
Klimmito: una de las cosas que siempre me ha dado más rabia de JC es que no tengo fotos suyas. Me daba miedo tener fotos suyas desde que discutí con mi madre sobre él, así que sólo tenía una de carné en la cartera... que perdí. Me sigue dando rabia. ¿Te conté alguna vez que sus padres tiraron todo lo que encontraron en su casa de Madrid? Incluso los álbumes de fotos.
SinBlanca: yo mismo tuve un accidente de coche, que quedó siniestro total. Por un descuido estúpido y a 50 k/h. No llegamos a entender lo sumamente peligrosos que son...
Jose: Si, afortunadamente llega un momento en que "la realizas". Al principio y durante mucho tiempo simplemente está ahí, por mucho que te lo quieras quitar de la cabeza.
Javier: gracias, hombre.
Gracias a todos.
Es de agradecer que tengamos esa defensa, sí. La supervivencia es muy frívola, el recuerdo a veces es demasiado pesado, en el sentido de que te puede hundir.
Es mejor que no te subas en el coche conmigo entonces. Cuando uno ha comenzado a conducir, necesita pensar que no va a pasar nada, que nunca va a pasar nada.
Gracias por el post.
Entonces nunca iré contigo en coche, porque yo soy de los que piensa en lo fácil que es que pase algo... Agg.
Somos supervivientes. Lo demuestra el que seamos la plaga de este planeta después de decenas de miles de años. Supongo que será esa montaña de años la que nos ha blindado contra cualquier ataque, incluso el del recuerdo.
Gracias a vosotras por vuestro regalazo!!!
Vaya entrada, nene...uf...no sé que decirte, bueno sí..que me has emocionado...
Esa perdida y el dolor que tú pasaste, no debería pasarle a nadie...
Yo sabes que conduzco tranquilamente, porque entre otras cosas, me da un respeto tremendo el coche...y ya no mi forma de conducir, sino que no nos damos cuenta de que el coche es una máquina y en cualquier momento se puede pinchar una rueda o vaya usted a saber qué....O que el conductor que tienes en el carril de al lado, lo mismo te hace una pirula....No sé, son demasiadas cosas a tener en cuenta y que la gente pasa muy mucho de verlo.
Pero bueno y a lo que iba...Aunque no tengas fotos suyas, lo tienes que tener tan presente en tus recuerdos, que nos lo has descrito tan bien, que a mi, no me hace falta foto....
Un millón de besos y me encanta que escribas tus caras "ocultas", porque eso te viene bien, seguro.
No tienes que decirme nada.
Hay ocasiones en que lo único que necesitas es que la gente comprenda.
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