Unos dicen que porque sé escuchar, otros que soy un remanso de paz, que transmito tranquilidad y relax personal, que se me ve una persona asentada y madura que sabe lo que quiere y por ese motivo está completamente reposada, sosegada, en calma. En fin, me han dicho de todo.
Tuve un amigo en el instituto que cada dos por tres estaba metido en mi casa. No era necesario que tuviéramos nada que estudiar, ni que tuviera alguna peli nueva para ver (por aquel entonces mi padre trabajaba en un video club), ni que hubiera ningún plan que nos fuera a salvar la tarde; simplemente, como me dijo un día, le gustaba venir a casa a aburrirse conmigo.
Otros me llaman de vez en cuando para hablar. Sólo para hablar. También hace muchos años tuve una amiga que me dijo que era una oreja de un metro setenta. Sé escuchar, sé mirar a los ojos y dejar que la gente se explaye como necesite. Sé (no sé cómo, pero parece ser que sé) transmitir esa sensación de relajación de la que hablaba al principio.
Pocos se dan cuenta, o en todo caso, pocos dan importancia, al movimiento contínuo de mis piernas, a los tics en la cara que muchas veces no puedo evitar, a la sangrante manera en que me arranco los padrastros con las uñas y los dientes. Y es que...
Soy un puto manojo de nervios.
Y sin saber por qué, aparento ser todo lo contrario. Quizá porque estoy gordito, y normalmente los gorditos son personas poco nerviosas, o esa es la idea que tiene la gente. Quizá porque disimulo bien todos esos tics corporales, porque no sudo ante cualquier desafío, porque nunca (y he dicho bien, nunca) me pongo -como dirían las Papá Levante- colorao cuando me miran. No sé por qué, el caso es que mientras transmito esas maravillosas sensaciones y la gente se siente como flotando en mi compañía yo, en muchas ocasiones, tengo un boquete en la garganta por el que baja un río de ácido, o un nudo en el estómago que me hace ir encogiéndolo, encogiéndolo, hasta que casi me duele.
Y no lo digo porque sí. Desde pequeño he tenido dos complejos que me han impedido en muchas ocasiones incluso abrir la boca: estaba gordo y era marica.
Afortunadamente lo de ser marica ya está más que asumido. Incluso a veces lo llevo por bandera, cuando merece la pena hacerlo, pero durante años y años tuve tanto miedo de que alguien se enterase, que tuve una relación de 4 años sin que lo supiera nadie. ¡Nadie!. Ni mi familia, por supuesto, ni mis amigos, ni siquiera los más cercanos. Ni tan siquiera el que era por aquel entonces mi mejor y más íntimo amigo, que también resultó ser gay. Viví sin vivir en mí durante casi 10 años.
Lo de estar gordo me costó un mundo de sudores y convertirme en un acordeón lleno de estrías a base de gimnasio. Lo conseguí en un par de ocasiones: la primera me convertí en una especie de camioneta de músculos que, por supuesto, se desinflaron y me llenaron de estrías los brazos y los muslos. La segunda llegué a mantenerme por debajo de 70 kilos durante 3 años, pero aquello me llenó de estrías el vientre. Así que llegó un momento en que me harté. Ahora la gordura es algo contra lo que lucho, pero no con muchas ganas, porque me quiero un huevo. Pero durante mucho tiempo el mero hecho de desnudarme delante de alguien me atenazaba. Un mar de nervios incluso en el gimnasio.
Lo he comprobado en infinidad de ocasiones. Sin ir más lejos, en el fallido casting de Factor-X, que no pasé porque estaba tan nervioso que me temblaba la voz. En la Escuela Oficial de Idiomas, en la que pasé 6 años, me transformaba en una manta blanca cada vez que tenía un examen oral; por muy seguro que estuviera, por muy bien que lo hubiera preparado, me aterrorizaba tener que hablar en alto y en público. Hubo una vez que hasta la profesora paró el examen cuando vió lo pálido que me estaba poniendo y que hablaba con los ojos cerrados.
A veces, el simple hecho de tener que enfrentarme con alguien por un hecho insignificantemente violento, como puede ser el cambiar un artículo en una tienda, discutir con quien se me ha colado en la cola del súper, pedirle un favor a un desconocido, me hace encogerme por dentro hasta que todas mis vísceras se convierten en piedras. Una mera discusión puede dejarme exhausto y temblando como un animalito muerto de frío, aunque haya ganado en la discusión.
Poco a poco lo voy controlando. La edad, el haberme olvidado de mis complejos, y el haber perdido el miedo a ciertas acciones (desde que dejé el trabajo de la forma en que lo dejé) me hacen ser un poco menos comedido, un poco más valiente y lanzado. Últimamente he visto que valgo tanto como el que más, y éso me hace defender mis posiciones con más confianza y menos angustia.
Quizá en la próxima conversación que tengamos te relaje tanto que te duermas.
;)
Tuve un amigo en el instituto que cada dos por tres estaba metido en mi casa. No era necesario que tuviéramos nada que estudiar, ni que tuviera alguna peli nueva para ver (por aquel entonces mi padre trabajaba en un video club), ni que hubiera ningún plan que nos fuera a salvar la tarde; simplemente, como me dijo un día, le gustaba venir a casa a aburrirse conmigo.
Otros me llaman de vez en cuando para hablar. Sólo para hablar. También hace muchos años tuve una amiga que me dijo que era una oreja de un metro setenta. Sé escuchar, sé mirar a los ojos y dejar que la gente se explaye como necesite. Sé (no sé cómo, pero parece ser que sé) transmitir esa sensación de relajación de la que hablaba al principio.
Pocos se dan cuenta, o en todo caso, pocos dan importancia, al movimiento contínuo de mis piernas, a los tics en la cara que muchas veces no puedo evitar, a la sangrante manera en que me arranco los padrastros con las uñas y los dientes. Y es que...
Soy un puto manojo de nervios.
Y sin saber por qué, aparento ser todo lo contrario. Quizá porque estoy gordito, y normalmente los gorditos son personas poco nerviosas, o esa es la idea que tiene la gente. Quizá porque disimulo bien todos esos tics corporales, porque no sudo ante cualquier desafío, porque nunca (y he dicho bien, nunca) me pongo -como dirían las Papá Levante- colorao cuando me miran. No sé por qué, el caso es que mientras transmito esas maravillosas sensaciones y la gente se siente como flotando en mi compañía yo, en muchas ocasiones, tengo un boquete en la garganta por el que baja un río de ácido, o un nudo en el estómago que me hace ir encogiéndolo, encogiéndolo, hasta que casi me duele.
Y no lo digo porque sí. Desde pequeño he tenido dos complejos que me han impedido en muchas ocasiones incluso abrir la boca: estaba gordo y era marica.
Afortunadamente lo de ser marica ya está más que asumido. Incluso a veces lo llevo por bandera, cuando merece la pena hacerlo, pero durante años y años tuve tanto miedo de que alguien se enterase, que tuve una relación de 4 años sin que lo supiera nadie. ¡Nadie!. Ni mi familia, por supuesto, ni mis amigos, ni siquiera los más cercanos. Ni tan siquiera el que era por aquel entonces mi mejor y más íntimo amigo, que también resultó ser gay. Viví sin vivir en mí durante casi 10 años.
Lo de estar gordo me costó un mundo de sudores y convertirme en un acordeón lleno de estrías a base de gimnasio. Lo conseguí en un par de ocasiones: la primera me convertí en una especie de camioneta de músculos que, por supuesto, se desinflaron y me llenaron de estrías los brazos y los muslos. La segunda llegué a mantenerme por debajo de 70 kilos durante 3 años, pero aquello me llenó de estrías el vientre. Así que llegó un momento en que me harté. Ahora la gordura es algo contra lo que lucho, pero no con muchas ganas, porque me quiero un huevo. Pero durante mucho tiempo el mero hecho de desnudarme delante de alguien me atenazaba. Un mar de nervios incluso en el gimnasio.
Lo he comprobado en infinidad de ocasiones. Sin ir más lejos, en el fallido casting de Factor-X, que no pasé porque estaba tan nervioso que me temblaba la voz. En la Escuela Oficial de Idiomas, en la que pasé 6 años, me transformaba en una manta blanca cada vez que tenía un examen oral; por muy seguro que estuviera, por muy bien que lo hubiera preparado, me aterrorizaba tener que hablar en alto y en público. Hubo una vez que hasta la profesora paró el examen cuando vió lo pálido que me estaba poniendo y que hablaba con los ojos cerrados.
A veces, el simple hecho de tener que enfrentarme con alguien por un hecho insignificantemente violento, como puede ser el cambiar un artículo en una tienda, discutir con quien se me ha colado en la cola del súper, pedirle un favor a un desconocido, me hace encogerme por dentro hasta que todas mis vísceras se convierten en piedras. Una mera discusión puede dejarme exhausto y temblando como un animalito muerto de frío, aunque haya ganado en la discusión.
Poco a poco lo voy controlando. La edad, el haberme olvidado de mis complejos, y el haber perdido el miedo a ciertas acciones (desde que dejé el trabajo de la forma en que lo dejé) me hacen ser un poco menos comedido, un poco más valiente y lanzado. Últimamente he visto que valgo tanto como el que más, y éso me hace defender mis posiciones con más confianza y menos angustia.
Quizá en la próxima conversación que tengamos te relaje tanto que te duermas.
;)
16 comentarios:
Dar tranquilidad la tienes que dar, pero rajar, tienes que rajar la hostia.
Y mira, el estar gordito es otro estado. A mi por ejemplo, que no consigo bajar de 85 pero sin llegar a estar obeso, me encantan los gorditos peludetes y pelones.
¿Y el hablar en público? Cuando estaba estudiando la carrera tuve que presentar un trabajo que había preparado de puta madre sobre superconductores, y cuando pongo la transparencia (antes no había cañones conectados a ordenador ni nada de lo que hay ahora), me quedé como la estatua de la libertad apuntando a una gráfica. Desde entonces sé que no puedo hablar en público, que solo pensar que voy a meter la pata me bloquea de tal forma que no suelto prenda, pero sigo vivo y no pasa nada, para hablar en público ya tenemos a los políticos y a los comerciales.
Un abrazo y felices sueños,
Hola,
Pues decirte que me ha gustado mucho lo que has escrito. En muchos aspectos, me siento identificado. En otros no tanto. Sin embargo, me ha gustado leer como te abres un poco a tus lectores. Eso demuestra mucha confianza. Gracias.
Peter
Yo soy muy nervioso, o al menos eso creo, porque veo que los demas ven en mi una seguridad que no tengo... Contundencia, si, seguridad ninguna.
Iba a decirte alguna cosa ... pero se me ha olvidado ...
Aquí estoy como un tonto escuchando la canción del post anterior, con los ojos humedecidos y sin poder pensar ...
Ah, sí, que me siento identificado contigo. A mí también me "usan" en ese sentido, "como eres tan comprensivo, siempre estás ahí y sabes escuchar ..."
Y que también he tenido un par de complejos fuertes que también me "incapacitan" y que voy puliendo a fuerza de voluntad y con la edad ... y que mola leerte ...
Besicos!
A: ya me quedo más tranquilo XD
Peter: me parecería absurdo escribir un blog y no abrirme. Creo que todos lo hacemos, que lo necesitamos, y por éso escribimos. Uff.
Jose: contundente eres, desde luego... ;)
Luxa: ayyypordios, qué blandengue me has salido! ¡Llorica! XD Anda, quítate los complejos, que no sirven para nada. Ene-a-de-a, ¡nada! Usa tus armas, que las tienes.
Eres nervioso pero inspiras tranquilidad... es raro pero cierto. A mi normalmente la personas nerviosas me ponen nerviosas, aunque intente apacigüarlas o relajarlas.
Tu charla es amena, interesante, practica y sin dobleces. No creo que me vaya a quedar nunca dormido si me estas hablando..-P
Mad, Lux:
En mi humilde opinión, lo primero que debemos hacer es aprender a decir NO a los demás (cuando lo necesitamos)
En mi humilde opinión, lo segundo que debemos haces es aprender a decir SÍ a nosotros mismos (siempre)
Lo siento, perdóname si dudo de tu palabra, pero me cuesta creer que duermas a nadie. Creo que debes ser un interlocutor de lo más entretenido. Yo lo paso pipa con tu blog y en persona imagino que debes ser de los que no paran de hablar haciendo que el que tengas enfrente no se sienta a disgusto en ningún momento ni que haya silencios incómodos. No sé, das mucha confianza, al menos a través de este medio. Quizás sea la confianza que da el anonimato de hablar en un medio como éste, pero es así, o así me lo parece a mí. Y lo del miedo a hablar en público o a tener discusiones, eso nos pasa a todos.
Klimmito: ya te has quedado dormido alguna vez mientras hablábamos... XD
SinBlanca: olé.
Javier: pos nada, cuando te vengas por mi pueblo nos tomamos un café y lo comprobamos! ;)
Tu pueblo? Pero dónde vives? Pensaba que por Lavapiés.
A eso lo llamas pueblo?
Mira que eres raro.
Juaj! Me refería a Madrid! ¿Vives en mi pueblo? XD Jo, es que de algunos de vosotros no tengo datos!
Y si, evidentemente, si salías por Malasaña es que vives en mi pueblo!!! juajajjaj qué cerebro el mío! Por cierto, esta tarde iré a tomar un café por allí con unos amigos que también dejan comentarios por aquí. Allí está uno de mis cafés favoritos, el Manuela. Nos encanta ir allí y pasarnos las horas muertas con los juegos de mesa.
Pues si, gato de toda la vida. De hecho viví siempre al lado de Chueca, en la calle Libertad siglos antes de que abrieran los primeros locales de ambiente, cuando era un barrio por el que era mejor no pasar. Iba al colegio en Hortaleza 65, toda la manzana entre Farmacia y St Brígida y en la epoca de instituto y principios de facultad solía salir por Malasaña, el café del Foro, la Vïa Láctea, el Dos de Mayo y sitios que ya no sé ni siquiera si existen. Hace mucho que ya no me muevo por allí, ha cambiado tanto que ya no lo reconozco. Ha sido una zona mítica del Madrid de aquella epoca y me da pena que cambiara tanto en tan poco tiempo. Pero bueno, tuvo su época, al menos para mí y guardo esos recuerdos con cariño.
Vaya, Libertad. La cantidad de horas que me he pasado en el gimnasio Libertad!! XD
Yo fui alguna vez al Vía Láctea, pero nunca me gustó mucho Malasaña. Supongo que porque mi padre trabajó toda la vida en Manuela Malasaña y estaba muy harto del barrio.
También me moví algo por allí cuando Cogam estuvo en Espíritu Santo, por aquel entonces era socio e iba bastante al colectivo y luego salíamos por allí, pero poco. También me gustaba mucho una pizzería que había en la plaza del dos de mayo, las mejores pizzas de Madrid! hehehe
Pues yo vivía justo enfrente del gimnasio, en el número 6. Supongo que los sitios dependen del momento de la vida en que los frecuentas, las compañías, la edad, no sé. Para mí fué una mezcla entre el fin de la adolescencia y el inicio de la edad adulta, no sé, quizás un poco una rebeldía a no querer seguir creciendo, no querer hacerte mayor, o no tan mayor como la gente mayor. No echo de menos esa parte de mi vida, pero mira, tuvo su puntillo. Y creo que sé qué pizzas dices. ¿Las dueñas son lesbianas?
Creo que sí lo eran, igual que en el Ma Bretagne, que también me volvía loco! XD
Uff, y no creo que nadie deba echar de menos esa parte de la vida. A mí, a veces, sí que me gustaría volver a los 25, por ejemplo, pero más atrás... ni de coña!
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