Reciclaje.

Como algunos de mis amigos (los que han estado en mi minicasa) saben bien, soy un reciclador enfermizo. Suelo tener siempre la cocina llena de bolsas llenas de plásticos, cristales y papeles. Y desde aquí os animo a que todos hagais lo mismo. ¿Por qué? Porque estoy convencido de que es una parte más que importante de nuestro futuro.
Y no soy el único, por supuesto. Gracias a mi amiguita Carmen (que ha dejado el enlace en un comentario anterior) y su sobrina (que éso es una universitaria, y no las mujeres 10 que pretende el Opus...) me entero de que hasta las sobras del queso de Cabrales y otros (un suero que hasta ahora era tratado como basura pura y dura, intratable) se pueden convertir en etanol para ser mezclado con la gasolina.
Vale que las cifras de las que se hablan pueden sonar algo ridículas (300 toneladas anuales, ¿qué es éso para la industria automovilística sólo en España?) pero si cada planta de fabricación de quesos hace lo mismo, ¿cuántas toneladas serían? Si cada producto de desecho de otros tipos de fábricas se trata de igual manera, ¿cuántos productos diferentes pueden salir de ese reciclaje?
Siempre he pensado que desaprovechamos del todo lo que tenemos alrededor. No solamente los ciudadanos, que nos hemos acostumbrado demasiado al cubo de la basura, sino los gobiernos, las instituciones, los ayuntamientos. Si yo fuera alcalde, financiaría a todas las comunidades de vecinos para poner en cada tejado de mi ciudad un... una... (sigo sin recordar cómo se llama, y ésta vez no lo pongo, que siempre os descojonais de mí, cabrones!) cosa de éstas para el sol, y también un molino de éstos eólicos. Imaginad la energía que se generaría por el morro en España, con ese verano que tenemos de 6 meses, o cómo estarían esta semana todos esos molinos, enfebrecidos con el ventarrón que recorre todo el país.
En fin, que mientras las grandes empresas sigan teniendo la última palabra, así nos irá...