Bueno, ya pasó. Hala, hala, cura, sana, culito de rana, si no se cura hoy se curará mañana...
Ya pasó, pero como todos los años, a tragar.
El lunes tenía cena de Nochebuena en casa de mi hermano. Por supuesto, y como todas las familias españolas, teníamos que cenar juntos el 24 de Diciembre. Y por supuesto, comer juntos el 25 de Diciembre, fuckfuckfuck. Digoooo fun fun fun.
Pero como mi madre está solita el lunes, me llama para que vaya a comer con ella muuucho antes de lo previsto. De modo que a saltar de la cama deprisa y corriendo, dúchate el doble que vas a pasar la noche fuera, a llenar el bolso de gadgets variados y hala, al bus. Menos mal que la EMT está de buenas y no tarda 25 minutos, como es habitual.
Como con mamá, con pre-comida de cháchara y café de cháchara. El mejor momento de los dos días. Mi querida madre es la memoria histórica de la familia, de la ciudad, de la Comunidad y de parte del extranjero, así que estuvimos recordando anécdotas de cuando yo era peque, de cuando ella era peque. La pobre: mi padre murió hace menos de dos años, y mi abuela (su madre), este verano. Y claro, por fin se siente libre para soltar por la boca todo lo que no ha soltado en 49 años de matrimonio y 72 de hijaldía (no sé cómo se dice lo de "cualidad de hijo", pero os aconsejo que busqueis la palabra "hijo" en el buscón de la RAE: vais a flipar). Bueno, el caso es que después de un ratín agradable, llega mi hermano para buscarnos en su coche. Porque mi hermano no vive en Madrid ciudad, no. Y casi casi tampoco en la Comunidad. Vive en el quinto coño, y sólo se puede ir en coche por una carreterucha de mala muerte que siempre me pone mal cuerpo.
Pues nada, llegamos, y mi cuñada y mi sobrino están cocinando. Por supuesto, discuten, porque si no no son felices: que si hay que echar ésto, que no, que ésto otro, que tú que sabrás, que tú no te has leído la receta, que tú no sabes usar la Termomix después de 300 años, blablabla. A grito pelao, no vaya a ser que los perros estén tranquilos un rato. Pero bueno, ellos son así. Mi madre entra en la cocina para imponer paz, pero a la mujer la atropellan los gritos, como siempre, porque es una santa con vocecilla de Dorothy. Huyo al salón, donde están la suegra de mi hermano (una ceporra de unos 169 años, más de pueblo que un vaso de latón) y su hijo (un retrasado mental de más de 50, muy cariñoso, pero retrasado mental, qué le vamos a hacer). Conversación cero. Televisión cero: cada año más basura, que ya ni siquiera te ponen un Disney o un Sonrisas y Lágrimas que te alegre el chou. Mi hermano también se escaquea: sin decir nada se pira en la moto. Cabronazo, podía avisar. Me quedo frito viendo España Directo.
Me despiertan los berridos de mi cuñada. Es curioso: siempre me he llevado bien con ella. Creo que fue la primera en saber que yo era gay. De hecho, el resto no se enteró hasta que tuve 34 años, y porque les hice unos bonitos puzzles con la frase "SOY HOMOSEXUAL Y EN VUESTRA CASA LOS BOTIJOS NO TIENEN PITORRO". Pero en los últimos años, nadie sabe por qué, mi cuñada se ha convertido en una maruja insoportable y berreante que no está a gusto nunca y para quien nada está bien hecho por nadie. Siempre tiene razón (hasta que se la quitan, claro). Le está gritando a su madre que está en la luna, que hace lo que le da la gana, que se olvida de todo (cómo no, con 169 años). Así que al despertar después de semejante chorro de bienaventuranzas, me tengo que unir por cojones a la conversación, que trata, como siempre, de su jefa la japuta y del joputa del marido de su jefa, que seguro que roba millones y millones en el Ayuntamiento donde trabaja. El Ayuntamiento de un pueblucho de 350 habitantes, al que va a trabajar en un Mercedes de 19 millones, para que todo el pueblo se dé cuenta de que les roba. Nunca se acuerda de que el joputa también es marchante exclusivo de arte, pero bueno.
Llega mi hermano. Más berridos: ¿por qué te vas sin decir nada? (Porque me sale de la polla; mi hermano tiene una polla enorme o no me explico cómo es posible que le salgan tantas cosas por ella) ¡Había que hacer compra y te largas! (Haberlo dicho cuando lo tenías que decir, y no tarde, que siempre lo dices todo, tarde) ¿Le has encendido la estufa a Loli? (pero tú estás tonta, si no viene hasta mañana) (Loli es la vecina que nunca está pero a la que siempre hay que encenderle la calefacción).
Vamos, un delirio de felicidad. Yo fumo. Mucho, de hecho. No he llevado otras drogas y entre la chimenea y los gritos me duele mucho la cabeza.
¡¡¡Ya está la cena!!! ¡Pero bueno! ¿Es que no habeis puesto todavía la mesa? ¡Joder, se va a enfriar todo!
Vaaale, ponemos la mesa. Veeenga, cenamos.
Para empezar: gambas al ajillo, carabineros cocidos, cigalas a la plancha, nécora gigantesca. Soy alérgico al marisco. Gracias, cuñada. Pincho ensalada de escarola; no me gusta, pero estoy famélico. Después, la cosa morada ésta que huele a pedo. No me acuerdo, una verdura que tampoco me gusta. Bien. Me como todo el bol de cacahuetes. Por fin: ternera en salsa. Puaj, dicen. Uggg qué mala está. Sabe a vieja. Agg, quita quita, no os la comais... Me la como, no te jode. Menos mal que mi madre ha llevado una empanada de las suyas. Cojonuda, como siempre. Nadie cocina como mami. Y flan, también de mami. Uff.
Cafecito y turrón, y a ver la tele. Bueno, al menos ponen "Shakespeare in love"... pero no me dejan verla: vienen unos vecinos a los que no conozco, con hija incluída, cuando la peli lleva un cuarto de hora. Se van cuando quedan 10 minutos para que acabe, después de despellejar a un cerro de gente a la que no conozco. Mi hermano vuelve a huir, esta vez a la cama, porque tiene que madrugar para currar. Entra más tarde, pero curra, así que lleva todo el día con unos morros que serían la envidia de Yola Berrocal. Mi sobrino también huye, de fiesta con su novia. El resto nos quedamos viendo programas de recortes hasta las 4 de la mañana. No me voy a la cama en todo el rato porque sé que no me voy a dormir. Nos pasamos 2 horas viendo zápines; de vez en cuándo, un comentario; "aaaay qué ricos los bebés", "jajjaj qué gracioso este tío siempre", "buf, no entiendo cómo veía nadie ese programa". Na más. Lo juro.
A la cama. Me acuesto a las 4 en una habitación que es un horno y me paso una hora y pico dando vueltas, destapándome, abriendo la ventana a un campo donde está helando... me duermo.
Me despierto, afortunadamente, a las 2 de la tarde. Mi cuñada berrea tras la puerta que mi sobrino necesita su habitación para cambiarse de ropa, ducharse y esas cosas. Cuando bajo al salón la parejita se sigue berreando; ahora por la lámpara nueva, que tiene un cable horrendo que no debería estar así, te lo dije cuando la monté pero preferiste que se quedara así y ahora me dices que no tú estás tonta, aquí si no hago yo las cosas nunca están bien, qué cosas si nunca haces nada.
¿Por qué coño no se divorcian de una puta vez?
Y todo ésto sin tener que soportar a mi hermana (que está en casa de sus suegros), que es una gritona (aunque no por mal rollo, como mi cuñada, sino simplemente porque tiene una trompeta en lugar de una garganta) que siempre quiere tener la última palabra y encima ser la más graciosilla, la más rápida y la más todo. Nunca deja terminar de hablar a nadie. Nunca. Y encima se molesta por cualquier cosa. Hace 4 años se me ocurrió decir en un cumpleaños que cantábamos el "Cumpleaños feliz" que daba asco y desde entonces no nos deja cantarlo porque herí sus sentimientos. Me lo recuerda en todos los cumpleaños. En todos. Mientras tanto mi cuñado el pavisoso lo único que hace es poner los ojos en blanco. Pero ésa es otra historia.
Comemos. Bueno, en mi caso, desayuno. Nada nuevo bajo el sol. Vamos, que nos tocan los restos de la cena. Empanada y flan, por supuesto.
Lombarda, acabo de recordar que la cosa morada con olor a pedo es la puñetera lombarda de todos los años.
Más café, más tabaco, más televisión estúpida. Es el día de Navidad y no hay nada, absolutamente nada potable en ninguna cadena. Bueno, veremos "Miss agente especial", al menos sonreiremos un poco. Mi hermano huye a echarse una siesta. Mi cuñada y su madre discuten porque ésta se ha olvidado las pastillas. Ni un cacho de turrón me apetece.
Cuando acaba la peli aparece mi hermano, y mi madre, que está hasta el moño, le dice que nos traiga a Madrid antes de que se haga de noche. Ya ves lo que le importa a mi hermano que se haga de noche, siendo conductor de autocar con la mitad del turno de noche. Mi cuñada se viene con nosotros porque sí. Más discusiones porque Loli va a llegar y al final no has venido a encender la estufa. Más discusiones porque nos van a poner una multa porque nunca te pones el cinturón, so mema. Busco un paquete nuevo de tabaco en el bolso (qué mari queda éso) y aparece el MP3. Hasta luego, hasta Madrid.
Llegamos a casa de mi madre y se vienen los dos porque le han regalado una mesilla y hay que llevarla y dejársela puesta. Mi cuñada aprovecha para berrearle a mi hermano que la última vez que le arregló las luces a mi madre se dejó cables sueltos. Se berrean más cosas. Mientras tanto, mi madre intenta regalarme una vajilla que ella ya no sabe dónde meter y para la que yo no tendría sitio, pero estoy tan sumamente requemado que lo que quiero es largarme. Voy a la habitación de los berridos a besar, pero no me oyen, así que a voz en grito le digo a mi madre: "!Qué insoportables son, coño!"
Mi madre sonríe y yo me largo a respirar la mierda del centro de Madrid. Qué gusto, joder.
Y he aquí el mensaje subliminal de hoy, uno más de los horrendos secretos de MadRod:
No soporto a mi familia.
Y cada día que pasa les soporto menos.
A todo el mundo le resulta muy fuerte que yo diga ésto sin ningún deje extraño, sin que se me caiga un poco una ceja o me dé un tic en el labio. Qué le voy a hacer: es así. Nací en esta familia porque mis padres, cuando se casaron, nos vieron a mis hermanos y a mí en el limbo que ya no existe y dijeron: mira esos tres, que cara de lechuguinos, vamos a tenerlos. Y ahí caí, como una puta seta. Nunca me he sentido querido más que por mi madre, que no deja de ser una madre. Mi padre era un hijo de su santa madre -franquista, para más inri- que nunca me dió ningún cariño. Nunca he tenido confianza alguna con ninguno de ellos, ni siquiera con mi madre. Ni ninguna ligazón, ni complicidad, ni nada de nada.
Cuando mi madre se pone histórica sonrío, porque siempre trae a la conversación cosas que yo tenía olvidadas o mezcladas con otras, y me hace recordar que de pequeño fui feliz. Pero después pienso en por qué fui feliz y mi única conclusión es que todos los niños -quitando los maltratados, esclavizados, famélicos, de familias rotas...- son felices porque sí.
Lo que no entiendo es cómo ahora soy un tío tan sano.