FILIAS, 3: "MUSIC"
Cuando conocí a Charlie no me di cuenta de dónde me metía.
Por supuesto, sabía que era americano –thank God he did not spoiled my so British English...-, pero no pensé que en Estados Unidos hubiera verdaderos seguidores de esa secta.
Creía que todo aquello venía de Japón y de Alemania, países en que se alojan la mayoría de páginas web de la dichosa secta, y donde se editan todas las rarezas, las ediciones especiales, los discos piratas... He de confesar que yo mismo me había dejado pillar por algún trabajo que me parecía incluso de calidad, y que lucía flamante en mi cedeteca, sin ninguna vergüenza, junto a los Mahler de Karajan y los clásicos de Miles Davis.
¿Por qué aguanté tanto aquel exprime-cerebros? Porque Charlie era como una Oregon apple: grande, lustroso, brillante y colorido por fuera, y dulce, jugoso y sabroso por dentro. ¡Tan dulce!
- ¿Dónde está la fiesta? –me preguntó aquella primera noche, cuando nos presentó un conocido común.
- En casa de una compañera de trabajo, Rebeca.
Y allí fuimos. Se amorró a mí porque se sentía cohibido entre tanto desconocido. Bailamos un par de horas, hablamos durante otro par...
- Me encantan tus ojos españoles. Los ojos latinos son diferentes: tienen profundidad, sinceridad, quieren decir algo siempre, son... como una oración, son la mirada del amor.
Yo iba intercalando frases de agradecimiento o de flirteo, pero para qué reproducirlas. Comparadas con las suyas eran insulsas.
- Me gusta estar en España por gente como tú. Sois diferentes, hacéis que el amor haga girar el mundo, le construís al amor un santuario, y dejáis crecer dentro a la naturaleza humana. Comparado con la vida americana esto es un paraíso, pero no para mí, al menos por ahora. Sigo estando congelado porque mi corazón no se abre.
Toda aquella palabrería sonaba hasta cursi, pero como era un chaval de los estados del sur, le dejaba hablar.
- ¡Jimmy! ¡Jimmy! –deformaba mi nombre, Jaime, a gritos-. ¡No pares!
- No, no... –gemía yo.
- ¡Oh! ¡Exprésate! ¡Sí, si! ¡Fóllame, así, fóllame!
- Si, si... –berreaba yo.
- Oh, baby, rescátame, así, nado en tu rayo de luz, ah, estoy colgado de ti, ¡me corro, me corro!
¿Dónde demonios habría aprendido español? Tumbados en la cama, chorreando las tres eses (sudor, saliva, semen), me lo aclaró.
- La primera vez que oí “La isla bonita” de Madonna, me pareció un idioma muy bonito y sonoro. Empecé pidiéndole a un amigo mexicano que me tradujera algunas canciones y más tarde hice unos cursos en el Instituto Cervantes de New York. Y ya llevo aquí casi dos años. Y no me pienso ir, ahora que te he conocido. Tengo la sensación de que contigo todo será vivir para contar, que no voy a tener que justificar mi amor ante nadie, que jamás tendré que decir lo siento, sólo tendré que dejarlo ser una y otra vez. Estás provocando una conmoción en mí, me empujas, estoy ardiendo por tu amor, como si celebrara unas vacaciones continuas.
- Vale, vale, tranquilo... ¡Pareces Mónica Naranjo!
Uff, qué equivocado estaba. La MadonnaManía me había captado sin darme cuenta.
Siete meses después nos casamos. Cambió su nombre por el mucho más latino Carlos. Por fortuna, se me ocurrió pedirle que no españolizara su apellido. No habría soportado estar casado con alguien que se apellida Fox.
Empecé a darme cuenta de algunas extrañezas suyas, como que recitara en nuestra boda tres canciones de Madonna. Yo había escrito un poema, y todos nuestros amigos me preguntaron de qué disco lo había sacado.
Cuando le hacía el amor le hacía sentirse como “un” virgen.
Si tenía algún problema de trabajo, papeles, familia, mi apoyo le hacía pensar que nada realmente importa, que conmigo nada falla.
Si era yo el que estaba bajo de forma, me pedía que abriera mi corazón a mi “chica” materialista.
Finalmente, algo se fundió en mi cerebro, el día en que dijo que adoraba mi “profusión de amor”.
- ¿Mi qué? –pregunté intrigado.
- Tu profusión de amor. ¿No se dice así?
- No lo había oído nunca. ¿Es inglés se dice algo como “profussion of love”?
- No, baby, se dice “Love profussion”.
- Ah.
Debí darme cuenta cuando, tras la mudanza, junto a Mahler y Miles Davis aparecieron veintiocho álbumes, cuarenta y seis DVDs y ciento setenta y siete maxis de Madonna.
Desde aquel día, cualquier conversación se transformó en una lucha interna. Todo lo que antes me había sonado a ternura y encantador desconocimiento del español, ahora me sonaba a pose, a falso, a banda sonora.
- Estoy loco por ti –me decía-. Verás, podemos mantener esto juntos por siempre y para siempre. Más pronto o más tarde te darás cuenta de que lo nuestro no es una canción de amor, sino algo que podremos atesorar.
- Tararí, rarí, shoo-bee-doo.
- Ooh la la… when I look in your eyes, baby here’s what I see…
Lloró mares cuando solicité el divorcio. Me llamó jugador, me dijo que tenía que hacer un acto de contrición por haberle hecho tanto daño, me preguntó si él para mí sólo era otra maleta en otro portal, me espetó que después de haberme vestido con su amor, que cada vez era más y más profundo, después de haberme besado en Paris, tomado mi mano en Roma, corrido desnudos bajo una tormenta, hecho el amor en un tren..., cómo era capaz de hacerle eso... ¿y ahora qué? ¿y ahora qué?
Medité la respuesta. Supe que iba a perder lo mejor que había tenido nunca y que probablemente nunca tendría nada semejante. Pero no lo soportaba más.
- Ahora nada, cariño. El amor ya no vive aquí.
Años después, tras muchos intentos fallidos, encontré a un hombre que podría hacerme olvidar a Charles. Me enamoré hasta las trancas, y creo que él también, pero las sectas son así, y la captación se había producido sibilinamente, en silencio, sin darme cuenta de nada.
Cuando me pidió que nos casáramos hicimos el amor tiernamente. Pero después, en vez de darle un cigarro, le dejé patidifuso:
- Eclipsas totalmente mi corazón. Es como si te tuviera bajo mi piel.
- ¿Cómo? –preguntó, entre sorprendido y divertido.
- Pues eso, que mi amor continuará, que siempre te amaré, que no sabría qué hacer si me dejas ahora, que me pierdo en los molinos de tus ojos...
Se descojonó vivo. Yo le estaba dando todo de mí... Y él se descojonaba.
- Sabía que eres el rey del kitsch, pero esto... ¡es demasiado!
- No te rías así, cabrón. ¿Realmente quieres hacerme daño?
Se siguió descojonando durante años y años. Al principio me sentía mal, ridículo. Después me acostumbré. Me decía que nunca nadie le había hecho reír como yo, y eso inflaba mi orgullo y mi amor por él.
Por suerte, uno de nosotros conservaba el cerebro intacto: Juan, que así se llamaba mi hombre, odiaba, no sé por qué, profundamente la música. “Nadie es perfecto”, me decía a veces, al apagar el CD.
Años después nos compramos otra casa más grande para meter a los niños, los perros, los gatos, los peces, los canarios, las plantas y los pósters de Tom de Finlandia. Nos costó mucho porque adorábamos nuestra antigua casa, pero decidimos alquilarla, sólo para sentir que seguía siendo nuestra. Fue tan difícil encontrar la nueva casa, que a veces Juan se sentía en busca del arca perdida, peor imposible... Durante meses, a lo largo de nuestra búsqueda, no paraba de preguntarme: “¿qué he hecho yo para merecer esto?”
- Bueno –dijo cuando cerramos aquella puerta por última vez-, siempre nos quedará Paris. Menos mal que te tengo a ti, con tu cara de ángel me haces sentir que el cielo puede esperar.
Sonreí. Me reí por dentro a carcajadas.
Le amé.
Aún hoy, cuarenta y siete años después, de vez en cuando se lo recuerdo: "tú eres el que yo quiero... ¡jani!"
Cuando conocí a Charlie no me di cuenta de dónde me metía.
Por supuesto, sabía que era americano –thank God he did not spoiled my so British English...-, pero no pensé que en Estados Unidos hubiera verdaderos seguidores de esa secta.
Creía que todo aquello venía de Japón y de Alemania, países en que se alojan la mayoría de páginas web de la dichosa secta, y donde se editan todas las rarezas, las ediciones especiales, los discos piratas... He de confesar que yo mismo me había dejado pillar por algún trabajo que me parecía incluso de calidad, y que lucía flamante en mi cedeteca, sin ninguna vergüenza, junto a los Mahler de Karajan y los clásicos de Miles Davis.
¿Por qué aguanté tanto aquel exprime-cerebros? Porque Charlie era como una Oregon apple: grande, lustroso, brillante y colorido por fuera, y dulce, jugoso y sabroso por dentro. ¡Tan dulce!
- ¿Dónde está la fiesta? –me preguntó aquella primera noche, cuando nos presentó un conocido común.
- En casa de una compañera de trabajo, Rebeca.
Y allí fuimos. Se amorró a mí porque se sentía cohibido entre tanto desconocido. Bailamos un par de horas, hablamos durante otro par...
- Me encantan tus ojos españoles. Los ojos latinos son diferentes: tienen profundidad, sinceridad, quieren decir algo siempre, son... como una oración, son la mirada del amor.
Yo iba intercalando frases de agradecimiento o de flirteo, pero para qué reproducirlas. Comparadas con las suyas eran insulsas.
- Me gusta estar en España por gente como tú. Sois diferentes, hacéis que el amor haga girar el mundo, le construís al amor un santuario, y dejáis crecer dentro a la naturaleza humana. Comparado con la vida americana esto es un paraíso, pero no para mí, al menos por ahora. Sigo estando congelado porque mi corazón no se abre.
Toda aquella palabrería sonaba hasta cursi, pero como era un chaval de los estados del sur, le dejaba hablar.
- ¡Jimmy! ¡Jimmy! –deformaba mi nombre, Jaime, a gritos-. ¡No pares!
- No, no... –gemía yo.
- ¡Oh! ¡Exprésate! ¡Sí, si! ¡Fóllame, así, fóllame!
- Si, si... –berreaba yo.
- Oh, baby, rescátame, así, nado en tu rayo de luz, ah, estoy colgado de ti, ¡me corro, me corro!
¿Dónde demonios habría aprendido español? Tumbados en la cama, chorreando las tres eses (sudor, saliva, semen), me lo aclaró.
- La primera vez que oí “La isla bonita” de Madonna, me pareció un idioma muy bonito y sonoro. Empecé pidiéndole a un amigo mexicano que me tradujera algunas canciones y más tarde hice unos cursos en el Instituto Cervantes de New York. Y ya llevo aquí casi dos años. Y no me pienso ir, ahora que te he conocido. Tengo la sensación de que contigo todo será vivir para contar, que no voy a tener que justificar mi amor ante nadie, que jamás tendré que decir lo siento, sólo tendré que dejarlo ser una y otra vez. Estás provocando una conmoción en mí, me empujas, estoy ardiendo por tu amor, como si celebrara unas vacaciones continuas.
- Vale, vale, tranquilo... ¡Pareces Mónica Naranjo!
Uff, qué equivocado estaba. La MadonnaManía me había captado sin darme cuenta.
Siete meses después nos casamos. Cambió su nombre por el mucho más latino Carlos. Por fortuna, se me ocurrió pedirle que no españolizara su apellido. No habría soportado estar casado con alguien que se apellida Fox.
Empecé a darme cuenta de algunas extrañezas suyas, como que recitara en nuestra boda tres canciones de Madonna. Yo había escrito un poema, y todos nuestros amigos me preguntaron de qué disco lo había sacado.
Cuando le hacía el amor le hacía sentirse como “un” virgen.
Si tenía algún problema de trabajo, papeles, familia, mi apoyo le hacía pensar que nada realmente importa, que conmigo nada falla.
Si era yo el que estaba bajo de forma, me pedía que abriera mi corazón a mi “chica” materialista.
Finalmente, algo se fundió en mi cerebro, el día en que dijo que adoraba mi “profusión de amor”.
- ¿Mi qué? –pregunté intrigado.
- Tu profusión de amor. ¿No se dice así?
- No lo había oído nunca. ¿Es inglés se dice algo como “profussion of love”?
- No, baby, se dice “Love profussion”.
- Ah.
Debí darme cuenta cuando, tras la mudanza, junto a Mahler y Miles Davis aparecieron veintiocho álbumes, cuarenta y seis DVDs y ciento setenta y siete maxis de Madonna.
Desde aquel día, cualquier conversación se transformó en una lucha interna. Todo lo que antes me había sonado a ternura y encantador desconocimiento del español, ahora me sonaba a pose, a falso, a banda sonora.
- Estoy loco por ti –me decía-. Verás, podemos mantener esto juntos por siempre y para siempre. Más pronto o más tarde te darás cuenta de que lo nuestro no es una canción de amor, sino algo que podremos atesorar.
- Tararí, rarí, shoo-bee-doo.
- Ooh la la… when I look in your eyes, baby here’s what I see…
Lloró mares cuando solicité el divorcio. Me llamó jugador, me dijo que tenía que hacer un acto de contrición por haberle hecho tanto daño, me preguntó si él para mí sólo era otra maleta en otro portal, me espetó que después de haberme vestido con su amor, que cada vez era más y más profundo, después de haberme besado en Paris, tomado mi mano en Roma, corrido desnudos bajo una tormenta, hecho el amor en un tren..., cómo era capaz de hacerle eso... ¿y ahora qué? ¿y ahora qué?
Medité la respuesta. Supe que iba a perder lo mejor que había tenido nunca y que probablemente nunca tendría nada semejante. Pero no lo soportaba más.
- Ahora nada, cariño. El amor ya no vive aquí.
Años después, tras muchos intentos fallidos, encontré a un hombre que podría hacerme olvidar a Charles. Me enamoré hasta las trancas, y creo que él también, pero las sectas son así, y la captación se había producido sibilinamente, en silencio, sin darme cuenta de nada.
Cuando me pidió que nos casáramos hicimos el amor tiernamente. Pero después, en vez de darle un cigarro, le dejé patidifuso:
- Eclipsas totalmente mi corazón. Es como si te tuviera bajo mi piel.
- ¿Cómo? –preguntó, entre sorprendido y divertido.
- Pues eso, que mi amor continuará, que siempre te amaré, que no sabría qué hacer si me dejas ahora, que me pierdo en los molinos de tus ojos...
Se descojonó vivo. Yo le estaba dando todo de mí... Y él se descojonaba.
- Sabía que eres el rey del kitsch, pero esto... ¡es demasiado!
- No te rías así, cabrón. ¿Realmente quieres hacerme daño?
Se siguió descojonando durante años y años. Al principio me sentía mal, ridículo. Después me acostumbré. Me decía que nunca nadie le había hecho reír como yo, y eso inflaba mi orgullo y mi amor por él.
Por suerte, uno de nosotros conservaba el cerebro intacto: Juan, que así se llamaba mi hombre, odiaba, no sé por qué, profundamente la música. “Nadie es perfecto”, me decía a veces, al apagar el CD.
Años después nos compramos otra casa más grande para meter a los niños, los perros, los gatos, los peces, los canarios, las plantas y los pósters de Tom de Finlandia. Nos costó mucho porque adorábamos nuestra antigua casa, pero decidimos alquilarla, sólo para sentir que seguía siendo nuestra. Fue tan difícil encontrar la nueva casa, que a veces Juan se sentía en busca del arca perdida, peor imposible... Durante meses, a lo largo de nuestra búsqueda, no paraba de preguntarme: “¿qué he hecho yo para merecer esto?”
- Bueno –dijo cuando cerramos aquella puerta por última vez-, siempre nos quedará Paris. Menos mal que te tengo a ti, con tu cara de ángel me haces sentir que el cielo puede esperar.
Sonreí. Me reí por dentro a carcajadas.
Le amé.
Aún hoy, cuarenta y siete años después, de vez en cuando se lo recuerdo: "tú eres el que yo quiero... ¡jani!"
¡Quien reconozca todos los títulos tiene premio! XD
11 comentarios:
Ufff... yo ni lo intento. Entre que mi inglés es malísimo y que solo conozco lo más famoso de su discografía!
La última parte, con lo de las pelis he reconocido alguna, pero tampoco todas.
Y nada, a pesar de todo (:-p) me ha encantado el relato. Y me he reído. Y lo de siempre, que qué bien escribes y bla bla blá
;-)
Besicos!
Vale, vale, me lo tengo ya de un creído!
Y lo de las canciones, pozí, podía haber escogido a Mónica Naranjo, pero mi Madonna es mi Madonna!
Me ha molado el cuento melomadonon.
En serio puede haber gente asi?
Que cada frase suya haga alusion constante a una discografía?
Puede parecer falso conocer a alguien asi. Parece que estuvieras dentro de una novela constantemente. Yo soy de los que apagan el CD.-) Y espero seguir haciendo reir por muchos años a los que me rodean
¡Espero que no haya gente así! XD Lo saqué de un amigo que decía que adoraba a su novio porque era un hortera cuando se ponía tierno, le soltaba rimas, le cantaba canciones tontas y tal. Oye, puede tener su encanto... si tú eres igual de hortera!!! XD
Oyeeeeeeeeeeeeee ¡¡¡
A mi no me llamas tu eso a la cara einggg¡¡¡
No soy hortera. Solo un romantico empedernido. Uno de esos amantes chapados a la antigua, como cantaba este... no se.. Roberto Carlos? .-)))
¡Venga ya! ¡Nadie cantaba éso! XD Qué horteradaaaaaaaa!!! XD
"Yo soy desos amaaaaaantes alantiiiigua, que suelenamenudo mandar floreeeeeeeees..."
Lástima que no pueda dejar un mensaje grabado. Roberto Carlos, sí señor ... anda que con la cultura musical que tú tines, mira que no saberlo ;-p
Besicos pa los dos, guapos!
Sijosí, crecí con Roberto Carlos porque mi hermana le adoraba. Mi hermana a él y mi hermano a Demis Roussos... imagínate mi cultura musical XD
Por cierto, a ver si en abril, que ya estaremos en plena primavera, me pongo romanticón con la música, y entonces pondré una de las mejores canciones de amor de la historia, que es... ¡de Demis Roussos! XD
Dioooooooooooos Demis Roussos no!!!!
Me trae recuerdos de una época taaaaaan kistch, tan antigua, tan ... tan ...
Lo peor es que seguro que la oí en su día jajajaja
:-)
Ya llegará, ya... me vengaré!!! juajjajajjj cof cof ayns
Y seguro que sí que la oíste en su día!
Pero tranqui, que se te ve de un joveeeeenn... ;)
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