martes, 27 de enero de 2009

De amor y sexo (y otras sandeces), 6

PAREJAS, 2: "CEPAS"

Abrí los ojos, pero no del todo, como hago siempre al despertar, para evitar que la impresión sea demasiado fuerte si lo que veo al abrirlos no me gusta.
El sol de mediodía, inmisericorde, entrando por la ventana. Un techo blanco, paredes celestes, un par de sillones, mini-tele, mini-mueble, mini-bar, visillos blancos meciéndose empujados por una suave brisa que, aunque no lo notara, sabía que olía a yodo y salitre. Y Fernando, respirando fuerte, casi un ronquido, desnudo a mi lado sobre las sábanas. Su precioso pene llamaba a gritos a mi boca, pero el mío, como una piedra, pedía a gritos una meada urgente. Además, no me apetecía una batalla sexual como la de la noche anterior. Había quedado ahíto de sexo y semen. Después de siete años de seguridad, miedo y condones –y demasiada masturbación sustitutiva-, al fin me había tragado todo lo que un hombre me había querido dar.
Fue tal el delirio de sentir su primer chorro en el fondo de mi garganta, que seguí mamando, inconsciente por completo de los calambres que le daban, de los gritos con que pedía que parara. Le sujeté las manos contra los costados, mucho más fuerte que él y a pesar de la fuerza que hacía con sus piernas para intentar pararme o separarme de él, seguí mamando, sin dejar que su polla llegara a estar fláccida, hasta que conseguí que se corriera de nuevo en mi boca. Por supuesto, ni el sabor, ni la cantidad, ni la fuerza, fueron los mismos que la primera vez, pero igualmente me supo como nada que hubiera podido probar antes. Me llamó de todo, todos los insultos que le pasaron por la cabeza. Cuando finalmente se calmó con mis suaves besos y caricias, los dos estábamos empalmados de nuevo.
- Quiero follarte –le susurré-, déjame follarte.
- Fóllame –maulló-, pero despacio. Por favor, no me hagas daño.
Saqué crema y un condón de la maleta mientras él me seguía por la habitación con la mirada, masturbándose despacio. Me senté en la cama y abrí el condón.
- No. Te quiero dentro.
- ¿Seguro?
- No vas a ser el único que lo va a disfrutar.
Le comí el culo durante unos minutos, mordiendo sus cachas, follándole con la lengua, llenándole de saliva. Después me puse sus pies en los hombros y entré en él tan suavemente como pude. Despacio, dejando que sus paredes se amoldaran a mi polla, no muy larga pero bastante gruesa. Rugió al notar mis huevos pegados a su trasero, cómo empujaba con mis caderas para introducir hasta el último milímetro, cómo mi polla se endurecía y engordaba aún más, hasta casi estallar, dentro de su culo.
- No te muevas. Así, quédate así.
Comenzó a mover unos músculos misteriosos y sumamente fuertes, que convirtieron su culo en una boca estrecha, húmeda y ardiente que succionaba mi cuerpo entero a través de mi erección. Cuando intenté moverme porque no aguantaba quieto, me agarró con fuerza de las caderas, para que me quedara allí, clavado en él. No sé si fue su maestría o lo cachondo que me tenía, supongo que una suma de ambas cosas, no pude soportarlo más de un par de minutos. Cuando sintió mis primeros chorros de semen, empezó a gritar.
- ¡Ahora! ¡Ahora! ¡Fóllame!
Me moví a una velocidad de vértigo mientras seguía corriéndome dentro de él. Sentí que la cabeza se me iba y la cama empezó a dar vueltas, hasta que no pude más y caí sobre él, derrengado, oyendo su corazón por un lado y un mar que ahora rugía dentro de la habitación por otro. La cabeza, aún con los ojos cerrados, me seguía dando vueltas. Él gemía y frotaba su polla contra mi vientre, haciendo fuerza con el culo para que mi polla no se saliera. Cuando al fin se encogió tanto que se salió sola suspiró, me empujó a un lado, dejándome tumbado boca abajo mientras intentaba recuperar el aliento y la horizontal, y se arrodilló entre mis piernas. Me separó los cachetes, soltó un certero lapo justo en mi agujero y, sin esperar más, me metió la polla de golpe. Fue como si me hubiera metido un hierro al rojo que me hubiera llegado hasta el estómago. Grité de dolor, gritos entrecortados, sin sentido, pero no le pedí que parara. Pegó todo su cuerpo al mío, besando mi cuello, mis orejas, mi mandíbula, mientras yo clavaba la cara en la almohada y la mordía con fuerza, soltando un grito con cada empujón suyo.
- No puedo, no aguanto –gimió, más sorprendido que otra cosa-. Me pones... la ostia... de cachondo.
Ambos rugimos cuando su lava me inundó. Desesperado por sentir más, me follé al colchón hasta que me corrí, con su polla aún dentro de mí, aún dura.
Hacía más de doce años que no tenía dentro de mí el semen de otro hombre. La lefa. Cuando estoy tan cachondo me gusta llamarlo lefa.
Dejé de mirar su desnudez porque empezaba a estar empalmado de las ganas de mear, y no deseo. Fui al servicio, meé como pude con aquel palo y me metí en la ducha. Me froté bien fuerte con jabón y una esponja de esparto para quitar todas las manchas. El culo me ardía.
Cuando salí de la ducha, Fernando estaba apoyado en el lavabo, mirándose fijamente en el enorme espejo. Miró mi reflejo y sonrió. Se acercó a mí y me abrazó.
- Qué bien hueles –susurró.
- Uhmm, tú también –rió a carcajadas.
- ¡Pero si debo de oler a tigre!
- Precisamente por eso. Me encanta ese olor tuyo.
- Vaya –se mordió los labios y puso cara de sátiro, mirándome con dos dagas-, ya lo noto.
- Ah, no. Ni se te ocurra. ¡La tengo escocida!
Volvió a reir y a mirarme fijamente, tocando casi mi nariz con la suya.
- Yo también... y no es lo único.
Me besó profundamente, suave y dulce, como todo en él. Después se metió en la ducha. Me lavé los dientes, me afeité, me hunté bien de leche protectora para bajar a la playa y me puse un bañador. Cuando volví al baño con todo mi armamento farmacéutico, se estaba afeitando, envuelto en una toalla. Llené un vaso con agua para disolver la pastilla efervescente y me dispuse a tomarme el resto, como todas las mañanas.
- Mi médico me va a matar cuando le cuente ésto –dijo, con esa forma de hablar torcida que tenemos los hombres mientras nos afeitamos.
- Dile a tu médico que ya eres mayorcito.
Me sonrió de nuevo desde el espejo.
- ¿De veras crees que después de sólo dos semanas podemos tener algo?
- Podemos intentarlo, al menos.
Después de mi última cápsula me bebí el vaso de un trago. Asqueroso. Pegué todo mi cuerpo a su espalda.
- No te voy a dejar escapar. Hacía tantos años que no sentía todo esto...
- Vamos –me guiñó un ojo, su reflejo-, que podría ser nuestra última oportunidad.
Se me encogió el estómago. Entrecerré los ojos, para no ver entero todo lo que no me gustaba. Le estrujé el pecho con mi abrazo hasta que le hice quejarse.
- Podría. Pero no creo que sea éso.
Terminó de afeitarse y lavarse conmigo en su espalda como una lapa.
- Bueno –concluyó-, de todas formas mi médico me va a poner a parir. Déjame, anda, que me tengo que tomar las mías.
- Fernando, tío, pensé que nunca diría esto, pero... ¿sabes que le voy a decir yo a mi médico?
- Dime.
- Le miraré a los ojos, para que vea lo que nunca ha visto en ellos y después, con toda la tranquilidad del mundo, le diré: “Dr. Freire... ¡que les den por el culo a las cepas!

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Una historia dura y bella a la vez... A parte de ponerme cachondo...-)))

Putas cepas...

Unknown dijo...

Ufff ... vaya historia. Como dice klimmito, es dura, y superpornoerótica.
:-)
Besicos.

MadRod dijo...

Como decía en otros comentarios, como la fita pispa! ¿O no?

Unknown dijo...

No sé, a mí es que estas cosas no me pasan. Mi vida es tan rutinaria y anodina ...

:-p

MadRod dijo...

Hijo, por dios, y que no te pase nunca!!! Mejor la rutina y anodinez...