lunes, 26 de enero de 2009

De amor y sexo (y otras sandeces), 5

PAREJAS, 1: EL TIEMPO PERDIDO (3ª y Última Parte)

En alguna que otra ocasión, Fede acompañaba a Edu en sus salidas con sus amigos. Seguía horrorizándole el ambiente gay; de hecho, cada día le gustaba menos, pero entendía la necesidad de Edu de salir, y también que quisiera que le acompañara.
Sin embargo, no se sentía a disgusto, durante aquellas salidas, con los locales donde iban, o con el ambiente de sexo fácil o drogas que se encontraban, sino consigo mismo. Se encontró controlando cada reacción de su novio, haciendo preguntas a sus amigos, nunca directas, pero siempre incómodas. Celoso y posesivo como nunca lo había sido, sin tener razones para comportarse así. O al menos, sin saber si tenía razones; claro que de ahí parten los celos.
Nunca había sido celoso, y la sensación le resultaba molesta, falsa, irracional. No podía creer que no terminara de confiar en Edu: no recordaba haber conocido nunca a una persona tan sincera como él, y hasta donde sabía, Edu siempre le había contado absolutamente todo.
Si bien era cierto que, si ahora tuviera algo que contarle, Fede preferiría morirse antes que saberlo.

Aquella mañana no pudo evitar reaccionar como siempre, al despertarse con uno de aquellos ronquidos de Edu. Casi instintivamente se acercó a su pubis y lo olisqueó, esperando oler algo diferente, pero Edu se había puesto un chándal limpio para dormir y, como siempre, se había pasado con el suavizante. Sin darse cuenta de que lo hacía, apoyó la cabeza en su costado, y Edu se removió, gimió, y soltó un pastoso “buenos días”, que sonó a cabreo más que a otra cosa.
- Buenos días, cariño –Edu volvió a gruñir-. Creo que voy a tener agujetas o algo, de tanto bailar. Me duelen las rodillas.
- Ahora te doy un masaje, ¿vale?
Fede se tumbó junto a Edu mientras éste hacía un esfuerzo titánico para abrir los ojos y se desperezaba.
- ¡Auh! Uff, no solo las rodillas, me duele todo el cuerpo.
- Cari... –susurró Fede, mientras le besaba el hombro- ¿me prometes una cosa?
Edu le miró extrañado, desde la profundidad de una molesta resaca que le martilleaba las sienes. Fede estaba igual de sorprendido.
- ¿Qué?
- Prométeme que nunca te meterás nada, ¿vale?
- ¿Cómo?
- Juanan y Carlitos son dos coqueros, cariño. Y Tachi una fábrica de poppers. No me gusta. No quiero que te metas en éso, ¿ok? Es demasiado fácil.
- Fede, sabes que nunca...
- Lo sé, pero prométemelo.
- Qué tontería.
Fede aprovechó el silencio para empezar a acariciarle. Le sacó la camiseta del pantalón y pasó su mano sobre el suave vello de su vientre, frotando su propia erección contra el muslo de Edu. Pero éste se revolvió, le agarró la mano y se la llevó a la boca, besándole cada yema con suavidad.
- Voy a ducharme.
- No hace falta. Me encanta besarte cuando estás todo sudado.
- No seas guarro. A mí no me gusta, me siento un cerdo.
Y se levantó de un salto. Cuando Fede entró en la bañera, Edu ya se había enjabonado entero, y se frotaba enérgicamente con una esponja de esparto.
- Date la vuelta. Dámela.
Le frotó, suave, los hombros con el guante de crin, mientras Edu seguía enjabonándose por delante.
- No me has dicho que me lo prometes.
- Es que no necesitas que te lo prometa, amor. Sabes que nunca me han gustado las drogas.
- Lo sé, pero es tan fácil. Igual que probaste el popper aquella vez. Prométemelo.
Edu se giró y le cogió la cabeza entre sus manos.
- Te lo prometo.
- No quiero que haya secretos entre nosotros. Te quiero.
- Y yo a ti, Fede, más que nunca.
Comenzó a besarle. Los labios, la cara, el cuello, mientras repetía en voz baja “te quiero, te quiero, te quiero”. A Fede se le encogió el estómago cuando se dio cuenta de que Edu hablaba entre hipos, tartamudeando. Le sujetó de los hombros, separándole y mirándole fijamente. Edu le miró a los pies. Le temblaba la barbilla y a duras penas podía evitar echarse a llorar.
- Anoche follé con Juanan.
Fede tragó saliva. Sin decir nada, abrió la mampara y salió, envolviéndose en su bata, mientras oía el sollozo entrecortado de Edu.
- Fede...
Ya estaba casi vestido cuando Edu apareció en el cuarto, todavía lleno de jabón, llorando a moco tendido.
- Fede, por favor...
- Vete a la ducha, lo estás poniendo todo perdido.
- Fede, por favor, escúchame... Estaba borracho. Te juro que pensaba que eras tú.
- Si, claro. Perfecto. Te he dicho que te vayas a la ducha.
- ¡Fede! –gritó Edu, aún desde la puerta de la habitación- Por favor, por favor...
- ¿No vas a la ducha? Bien, entonces me voy yo –dijo, empujando a Edu para poder pasar.
- Fede, no te vayas así, por favor. Vamos a hablar.
- Si no me voy ahora –respondió, empujándole ahora con violencia- te juro que te mato, Edu. Te mato.
- Fede... –Edu no sabía qué decir-. Lo siento, por favor...
Fede levantó una mano pidiendo silencio.
- Me voy. Voy a algún sitio donde no te vea.
- Así no vamos a solucionar nada.
- No hay nada que solucionar. Te quiero, pero sabía que esto iba a ocurrir, más tarde o más temprano.
- ¿Ah, si? ¿Lo sabías? –Edu seguía llorando- ¿y por qué no has hecho nada para evitarlo?
- ¿Yo? –berreó Fede. Echaba fuego por los ojos-. ¿Ves por qué es mejor que me vaya ahora? Si sigues hablando dirás muchas cosas de las que te arrepentirás.
Portazo.

Se sentó en su terraza favorita y pidió un desayuno completo, que se zampó en tres minutos. Había salido en camiseta y comenzaba a notar el fresco de la mañana, ahí sentado, pero en unos minutos el sol de octubre le daría de lleno, y cerraría los ojos para dejar de ver la vida pasar. Probablemente entonces pensaría. Ahora prefería ver cómo la dueña del kiosco se peleaba con docenas de clientes que se iban cargados con el periódico, el dominical, el DVD de la colección semanal, el tomo de la enciclopedia de regalo, la revista de cotilleos de la semana y el pasatiempos de Sudoku: total, veintitrés euros y una mochila llena. Él lo tenía todo amontonado en una silla, pero no le apetecía leer, sólo lo había comprado por inercia. Observó a la gente sentada en la terraza, en los bancos, en la terraza del otro lado de la plaza, donde ya daba el sol, en la que salía de la boca de metro, el que paseaba al perro. Le dio la impresión de que todos eran felices, de que ninguno tenía ningún problema, ninguno había discutido nunca con su pareja, o con los amigos, o con el perro. De toda aquella gente, nadie tenía la culpa de nada.
No sentía complejo de culpa. Simplemente, asumía su error, su falta de dedicación hacia Edu, su egoísmo. Sabía que tendría que haber salido más con él, que si le hubiera acompañado más a menudo Edu habría probado todo lo que hubiera querido, pero con su ayuda y consentimiento. Él había sabido lo que se le pasaba a su novio por la cabeza, por el estómago y por los huevos. Quizás incluso le habría permitido jugar con otros hombres, pero con él como parte activa del juego, controlando la situación, haciéndole saber a Edu que jugar así no es mentir. Tendría que haber profundizado en sus deseos y necesidades. Tendría que haberle advertido de que del ambiente gay no se sale igual que se entró: ni tan fácilmente, ni con la misma experiencia, ni con la inocencia intacta. Tendría que haberle dicho que, aunque confiaba en él, sabía que más tarde o más temprano caería en ese laberinto del que es tan difícil salir, pero que él estaría allí para guiarle, acompañarle, y amarle, hiciera lo que hiciese.
Era consciente de que le había dejado caer. Sabía que iba a pasar lo que había pasado.
Y sabía que le iba a perdonar.

Edu permaneció sentado en el sofá, en silencio, esperando que fuera Fede quien dijera la primera palabra. Se miró las manos, echas un nudo de dedos, cuando se sentó a su lado. Notaba que Fede le estaba observando, pero no esperaba la caricia. Al notar la mano en su nuca, empezó a temblar.
- Perdóname, por favor. No entiendo por qué lo he hecho.
- Yo sí que lo entiendo.
Edu comenzó a llorar en silencio.
- Sé lo mal que te sientes, pero no quiero que te sientas así. Llora lo que necesites, pero no te sientas mal por mí.
- Me siento fatal –sollozó Edu-. ¿Cómo he podido hacerte esto? Me siento un cabrón rastrero, un jodido putón.
- Vale, lo eres –Fede casi llegó a sonreír-, pero lo entiendo perfectamente. Es el motivo por el que no quería que salieras solo por el ambiente. Por eso intenté impedirlo.
- Fede, no intentaste impedirlo, sólo dejaste claro que tú no ibas a salir conmigo, y ya está.
- Cariño, salí contigo lo suficiente como para que lo conocieras, para que te dieras cuenta de cómo funciona.
- Ya sabía cómo funciona cuando te conocí. Por eso me gustó tanto que a ti no te gustara. Pero cuando empezamos a salir nos lo pasábamos tan bien juntos que...
- Tú te lo pasabas bien, Edu. Yo nunca lo he disfrutado. Sólo salía contigo para que conocieras todos los locales y te dieras cuenta de que todos los caminos conducen a Roma.
- ¿Y por qué me dejaste entonces que empezara a salir solo? –Por fin Edu le miró a los ojos.
- Lo siento. Ése fue mi error. Pensé que te cansarías antes de llegar a hacer nada de lo que te pudieras arrepentir.
Silencio. Más sollozos y nudos de dedos. Esta vez, cuando Fede puso de nuevo la mano en la nuca de Edu, éste se revolvió, incómodo.
- Ése es el problema, Fede. Me siento fatal porque sé que te he hecho lo peor, y no te merecías esto. Pero el verdadero problema no es que lo haya hecho. Lo he estado pensando mucho, y la cuestión es que no estoy arrepentido.
- ¿Cómo?
- Fede... anoche no fue la primera vez.
Fede se frotó los ojos con las palmas de las manos y chasqueó la lengua.
- Ya lo sé, cariño. El sexo huele. Y cuando lo traes de fuera, el olor es muy fuerte. Pero ahora mismo no me importa, siempre que sepamos que no...
- A mí sí que me importa –cortó Edu-, me importa, Fede, porque me gusta. Me importa porque aunque lo he intentado, sé que ahora mismo no puedo parar. Me importa porque, aunque te amo, sé que lo voy a seguir haciendo.
Ahí estaba lo que más temía. ¿Cómo no se había dado cuenta? ¿Por qué había sido tan débil y había permitido que todo llegara tan lejos?
La primera vez que había notado aquel olor ajeno tendría que haber reaccionado, en lugar de esperar que el propio Edu llegara a sus propias conclusiones. Tendría que haberle dejado claro que nunca más saldría solo, que su relación era más importante que ninguna otra cosa.
Tendría que haberle cruzado la cara, por cretino.
- ¿Entonces?
Edu se levantó y se dirigió a la habitación. A mitad del pasillo paró y se dio la vuelta, con las manos en los bolsillos y sintió tanta ternura al mirar a su novio que estuvo a punto de pedirle perdón otra vez. Pero no se calló.
- Entonces nada, Fede. Después de tanto tiempo, resulta que no puedo afrontar una relación seria, así que mejor recojo mis cosas y me voy. Tú no te mereces esto. Y yo no te merezco a ti.
Se quedó allí de pie, con las manos en los bolsillos, esperando una respuesta, pero Fede se quedó callado, mirándole. No pudo soportar más la mirada y se fue a la habitación a preparar sus cosas. Cuando cerraba la primera maleta, se dio cuenta de que Fede le miraba, apoyado en el quicio de la puerta, en silencio.
- Edu, no te vayas así. No tienes dónde ir.
- Me voy a casa de mis padres. Ya volveré cuando encuentre casa.
- Edu, por Dios. No me importa, de verdad. Prefiero que te quedes y pasemos por esto juntos.
- Yo no, cariño. Te quiero demasiado para hacerte sufrir de esta manera. Y debería importarte.
- Pero es que yo no voy a sufrir. Ya sé lo que hay, y sé que lo vamos a arreglar juntos.
- Si me quedo te voy a hacer polvo.
- No, Edu, no te equivoques. Si te quedas te vas a hacer polvo a ti mismo, no a mí.
Se arrepintió inmediatamente de haberlo dicho.
- Pues mejor me lo pones. No puedo afrontar ésto. No quiero ver cómo soy realmente, y mucho menos hacerlo mientras tú estás ahí, viéndolo todo.
- Yo te ayudaré a pasar por todo ésto. Te quiero, Edu.
- No, Fede. Lo tengo que pasar solo. Y lo sabes –cerró la segunda maleta y se acercó a Fede, que seguía sin pasar de la puerta-. Y basta de topicazos. Te llamaré en cuanto llegue, ¿vale?
Se abrazaron. Temblaban los dos como cachorritos recién nacidos.
- No te vayas, por favor.
- No puedo quedarme, Fede. Haba lo que haga ya nada sería igual que antes. Haga lo que haga, te va a doler, pero creo que ésto es lo mejor. Así este dolor estúpido sólo será mío.
- ¿Y qué voy a sentir yo? ¡Me estás dejando solo!
- Bueno, quizás algún día me dejes volver contigo, pero ahora... Ya te dije una vez que a mi vida le faltaba algo, que tendría que haber experimentado todo ésto yo solo, antes de involucrarte en mis meteduras de pata. Fede, si seguimos juntos, llegará un momento en que nos odiaremos, y eso sí que no. Ahora da igual si volvemos un día o no. Lo que importa es que nos queremos, y éso es lo que hay que conservar, antes de que lo estropee todo.
Fede no le dejó soltarse. Le abrazó aún más fuerte, esquivando las lágrimas a duras penas.
- Te quiero, Edu. Te quiero.
- Y yo a ti. Creo que como nunca querré a nadie.

Fede se dio cuenta de que le temblaba un párpado. No tenía nada que ver con su estado de nervios. Volvió la vista atrás y guiñó el ojo que le molestaba. Sonrió al ver el guiño de vuelta y volvió a concentrarse en la puerta, de esa manera tonta y ovejil en que los humanos nos concentramos en las puertas de desembarque de un aeropuerto, como si quien esperamos se nos fuera a escapar si perdemos la atención dos segundos.
La puerta se abrió por fin, y comenzó a vomitar gente con maletas. Gritos, risas, besos, abrazos.
Edu.
Al verle, sintió un calor potente, inmediato, que se extendió desde el estómago hasta las orejas. Seguía tan hermoso como siempre: ni una arruga, ni una ojera, ni una imperfección en su cada vez más cotizada cara. Pero Fede sabía que no era la belleza de Edu lo que producía aquel calor tan especial, sino su sonrisa. Simple y llanamente, su sonrisa.
Tuvo que contenerse para no echar a correr y abalanzarse sobre él. Se abrazaron, sin embargo, tan fuerte, que Fede sintió que le faltaba el aire cuando se echó a llorar.
- Ooh... ¡blando, blando! –rió Edu. Fede también rió, entre hipos.
- Es que me estoy haciendo mayor.
- Ya te veo, abuelita. ¡Estas canas!
Ambos rieron de nuevo. Se miraron sin separarse. Edu también lloraba.
- Oye, maricón, que las canas las tengo desde los veinticinco.
Siguieron observándose durante un largo instante, hasta que Edu sintió un arrebato de ternura casi imposible, y volvió a abrazarle fuertemente, para evitar las ganas irreprimibles que tenía de besarle.
- Anda, vamos, que me van a cobrar un ojo de la cara por el parking.
Cada uno cogió una maleta y se acercaron a la línea de asientos frente a la puerta de la terminal.
- Ven, que os presento.
De pie junto a los asientos permanecía un hombre que les miraba con una medio sonrisa. Unos cuarenta, tan alto y grande como Fede, barbudo y peludo: más allá de la camiseta y los pantalones cortos no se veía ni un centímetro de piel sin vello. Edu sintió una saeta de hielo en el pecho, pero se acercó sonriendo y con el brazo extendido hacia el hombre.
- Edu, éste es Ángel. Ángel, cariño, te presento a Edu.
Ángel cogió la mano de Edu y, en lugar de estrechársela, tiró de ella y, colocándole la otra mano en la nuca, le plantó dos sonoros besos.
- ¡Por fin te conozco! –rugió el hombretón-. Empezaba a pensar que en realidad no existías.
- Pues por la cantidad de veces que vi tu nombre en los e-mails, yo estaba más que seguro de tu existencia.
Ángel rió a carcajadas. Era evidente que estaba acostumbrado a que le miraran. Casi dos metros de músculos, todo aquel vello moreno, unos ojos de un azul profundo y brillante enmarcados por unas pestañas casi imposibles. Edu se dio cuenta de que varias personas, de hecho, les miraban, entre ellas más de un hombre encantado con el espectáculo.
- Bueno, espero que los modelos podáis comer codillo... Aunque me da igual que no puedas. ¡Te vas a chupar los dedos!
- Me encanta el codillo –sonrió, y mientras Ángel colocaba las maletas en el coche-: ¿de dónde has sacado a ese angelote?
Fede rió complacido. Durante el viaje se contaron lo típico: la marcha de los respectivos trabajos, comentarios sobre conocidos comunes, el Madrid que se iba a encontrar Edu, lleno de obras imposibles, agujeros y socavones, después de cuatro años y pico sin verlo.
- ¿Le llevas a su cuarto? Yo voy a preparar todo para comer –dijo Ángel, una vez en el recibidor de la casa de Fede, y dicho ésto, le dio un suave beso en los labios, le guiñó un ojo y desapareció por el pasillo.
- ¿Mi cuarto? Oye, no me voy a quedar aquí molestando. No quiero resultar...
- No seas bobo. Claro que te quedas. A no ser que tengas otros planes, claro.
- Pues no, pero tendré que cancelar la reserva del hotel.
Mientras se peleaban con las maletas para subirlas por la escalera de caracol, Edu sintió que se le iba encogiendo el estómago. Todo permanecía igual, con excepción de la habitación donde dormiría, que antes era un ropero enorme, pero que ahora tenía una cama, cortinas nuevas, una lámpara en lugar de una bombilla desnuda.
- Vaya, qué bonito está esto.
- Lo arreglamos el año pasado. La hermana de Ángel se quedó aquí tres meses cuando se quedó sin trabajo. ¿Te ayudo a deshacer las maletas?
- Tranquilo, sólo voy a abrir una. La otra es la de viaje, y además serán pocos días.
- ¿Cuándo te vas?
- Dentro de diez días.
- Qué pena. Siempre tuve la esperanza de que volvieras a vivir en Madrid.
- Y volveré. De hecho, tengo varias citas con inmobiliarias para ver pisos, y aunque no encuentre exactamente lo que busco, seguro que al menos cojo uno de alquiler.
- ¿Y eso? ¿Harto de tus padres? ¿O ellos hartos de ti? Resultas un poco talludito ya...
Edu rió mientras empezaba a colgar camisas en el armario.
- Pobrecillos. Sólo les veo en fechas señaladas. Por eso busco algo en Madrid. Estoy definitivamente harto de viajes, de hoteles, de comidas extrañas y de mi agente. Quizás aquí tenga que volver a los castings, pero no me importa. No sabes la cantidad de dinero que he ganado en estos años. Y ya tengo un par de contratos con empresas españolas en la cartera.
- Bueno, y qué tal con... ¿Fredy?
- Fredy... –susurró Edu, sentándose en la cama-. Bueno, ya me conoces. Otro desastre.
Fede sonrió. En todos aquellos larguísimos e-mails había leído sobre tres modelos, un agente, un maquillador, tres fotógrafos y un pintor de brocha gorda. Sólo uno de ellos había llegado a los tres meses.
- Vaya, pues lo siento.
- No lo sientas. Soy así. Lo tengo asumido: nunca tendré una pareja estable. Soy demasiado zorra.
- Hombre, con esa actitud, desde luego...
- Bueno, no entremos tan pronto en terreno escurridizo.
Les salvó la campana, a berridos desde la cocina.
- ¡Niño! ¡No hay pan!
Se sonrieron, sin saber por qué.
- Está buenísimo –susurró Edu, con cara de sátiro.
- Lo está, lo está. Y además es un cachopán.
- ¡Un pan enorme! –ambos rieron y Edu puso su mejor cara de prima-hermana-. ¿Qué tal anda de...?
- Uff... gigantesca –volvieron a reír los dos, esta vez a carcajadas-. Menos mal que el activo soy yo... aunque de vez en cuando... –puso los ojos en blanco y volvieron a reír.
- ¡Niño! –volvieron a oír gritar-. Si os reís tan escandalosamente es porque estáis hablando de mí, así que ¡bajad ahora mismo! ¡A hacer la compra, vamos!
- ¿Necesitas que te ayude? –preguntó Edu a Ángel cuando Fede hubo salido.
- No te preocupes. Todo controlado. ¿Quieres una Coca, o algo?
- Una cerveza.
Observó cómo Ángel se movía por la cocina. Sintió de nuevo un clavo enorme en el pecho.
- Huele genial, desde luego. Cocina de mamá.
- ¿Sabes? –inquirió Ángel, dándole aún la espalda- Fede te quiere.
Edu abrió mucho los ojos y no supo qué decir. Le pilló tan de sorpresa que notó que le temblaba la voz cuando respondió.
- No digas tonterías. Tendrías que haber leído alguno de los e-mails que me mandó hablándome de ti.
- No es eso –Ángel cerró el grifo y, secándose las manos con un trapo, se dio la vuelta y le encaró-. Estoy tranquilo en ese aspecto. Sé lo que siente por mí, y yo por él. Pero tiene tu espina clavada, y nadie se la sacará nunca, ni siquiera yo. Nadie, excepto tú, claro.
Abrió la boca sin saber qué decir. Edu sabía que se estaba poniendo rojo como un pimiento. Ángel le observaba fijamente, pero muy tranquilo. No había resentimiento ni odio, ni en su voz, ni en su actitud. Sólo recelo.
- Ángel, yo no... –y se quedó callado.
- De acuerdo, entonces podemos ser amigos.
Edu sintió que la bola de cemento del estómago se deshacía lentamente. Ángel se acercó a él con varios platos en las manos y se los plantó encima, sin soltarlos.
- Desearás no haber nacido si le vuelves a hacer daño. ¿Me entiendes?
Se le heló la sonrisa en la jeta de imbécil que estaba seguro que se le acababa de quedar. Carraspeó un poco, cada vez más nervioso.
- Nunca he pretendido volver con él. Te lo juro. Puedes estar tranquilo.
- No es por mí. Es por él. Bien está sufrir por amor, pero dos veces por la misma persona no tiene razón de ser. La gente no cambia.
- No. Desde luego que no. Lo entiendo. Yo también le quiero, pero no como crees. Lo último que haría sería acercarme a él de esa manera.
Ángel le sonrió y, por fin, soltó los platos.
- Bueno, ahora que hemos dejado claro este punto, podemos poner la mesa, ¿no?

- Bueno, ¿qué tal la primera noche? ¿Estás bien?
Ángel estaba tumbado sobre la cama con sólo un bóxer de algodón. Fede se sentó dándole la espalda y se agachó para desatarse las playeras.
- Bien, ¿no? Noche tranquila, distendida.
- Si.
- ¿Esperabas otra cosa? –Fede se tumbó en diagonal, apoyando la cabeza en un muslo larguísimo- No teníamos por qué montar ningún numerito. Ya somos mayorcitos, y Edu es un amigo más.
Ángel estiró un brazo hacía él, pero no llegaba. Dejó la mano apoyada en la ingle y movió un dedo como si jugueteara con la nariz de Fede.
- Sé que no es un amigo más, pero no me importa. Y también sé que todavía le quieres.
- Ángel, te quiero a ti.
- Y yo a ti.
- Pues no hay más de qué hablar, cariño. A él le quise, a ti te quiero. Si tuvieras que preocuparte por toda la gente a la que he querido me habrías dejado ya hace mucho.
Fede se levantó y se desnudó. Cuando se tumbó al lado de Ángel, era evidente la excitación de éste.
- Mmh... me gusta ésto –dijo Fede, acariciándole la polla por encima del bóxer. En un movimiento rápido, Ángel se echó sobre él y empezó a besarle el cuello.
- Mira cómo me pongo sólo con ver cómo te desnudas, cabrón.
Se besaron largo rato. Acariciaron y besaron sus cuerpos enteros, pero no hicieron el amor. Finalmente, Fede apoyó la cabeza en el pecho de Ángel y lloró mientras jugaba con su vello. Ángel no se dio cuenta, pensó que era sudor, pero si hubiera sabido que Fede lloraba, no habría sentido más ternura por él que sin saberlo.
- ¿Sabes qué es lo que me pasa contigo?
- Que te pongo –respondió Ángel, haciendo que su polla, aún dura, saltara frente a la cara de su chico. Fede rió entre hipos.
- Aparte de eso, so salido. Me pones, pero también confío en ti.
- Y tienes razones para hacerlo. Estoy hasta las trancas, enamorado como un colegial.
- Eso es precisamente lo que me pasa, que sé que no eres un colegial. Sé que me quieres, y que lo valoras en su justa medida. Y sé que los amores que he sentido por otros se irán perdiendo, o irán cambiando, para convertirse en amistad, en afecto, o en olvido. Pero sé que contigo lo que siento ahora morirá de viejo, el día en que me muera yo.
Estuvieron un rato callados. Tanto, que pensó que Ángel se había dormido, pero con aquella erección que no bajaba era evidente que no. Suave, lentamente, comenzó a masturbarle. Ángel suspiró.
- Me encanta lo romanticón que eres. Después de decirme que me quieres con una frase de melodrama en blanco y negro, me haces una paja...
Fede rió y le dio un lametón en un pezón, lo que le pillaba más cerca sin tener que mover la cabeza.
Cerró los ojos para notar a Ángel: su respiración cada vez más agitada, sus latidos acelerándose, sus gemidos, más discretos de lo normal. Cuando sintió en su pecho el primer chorro de semen, tan sólo tres o cuatro minutos después, pensó que no se merecía tanta felicidad.
- Nos veo haciendo esto mismo dentro de cincuenta años –Fede se rió a carcajadas.
- Cariño, si dentro de cincuenta años te sigues corriendo así, te presentaré en todos los programas de televisión.
- Estoy casi seguro de que será así. Pero no es el deseo lo que me importa ahora mismo. Ni tampoco dentro de cincuenta años.
Sin moverse ni un centímetro, Fede dejó que todo el cuerpo de su amante se relajara, esperando que se durmiera antes que él, como siempre, pero Ángel le estaba acariciando la cabeza, suavemente, y aquello le relajaba tanto que, finalmente, se quedó dormido antes que él.
Soñó que era una mujer embarazada, que tenía dos hijos a los que acompañaba al colegio, que daba a luz con facilidad, agarrando fuertemente la mano de Ángel.
Despertó en la misma postura en que se había dormido. Pensó en contarle el sueño a su amigo el psicólogo, mientras escuchaba la profunda respiración de Ángel.
Tres minutos después, volvía a estar dormido.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Sabía que esto acababa en llorera, cabrito. Aunque con "final feliz" es super triste ...

Y que me ha gustado mucho, espero con ganas que "publiques" más capítulos, lo sepas.

Besicos.

MadRod dijo...

Como la fita pispa, jopío, como la fita pispa...
Y por supuesto que seguiré! Ése no era más que el primer capítulo! XD

Anónimo dijo...

Entonces ... cuánto de autobiográfico hay en los relatos??? ;-)

Genial, espero que haya muchos capítulos.
Besicos!

MadRod dijo...

De autobiográfico, poco. Algunas de estas historias me las han contado o les han ocurrido a otros. Otras me las he inventado completamente (ya verás que hay alguna que parece más ciencia sexoficción que otra cosa XD)