PAREJAS, 1: EL TIEMPO PERDIDO (2ª Parte)
Durante esos días, Fede intentó no darle importancia al hormigueo que sentía en el estómago al pensar en su nuevo amigo. Aquella noche, una vez sentado en su sofá y rememorando la conversación, se había visto a sí mismo demasiado lanzado y adulador para su gusto. Esperaba no haberle dado a Edu una impresión errónea.
Edu, por su parte, había recorrido, completamente consciente de lo que hacía, todos los sitios en donde alguna vez se había encontrado con Fede. Incluso empezó a comprar los briks de leche de uno en uno sólo para tener que volver todos los días al DIA. Y al fin lo logró.
Estaba sentado en una cafetería, con su cruasán a la plancha esperándole, cuando Fede se plantó frente a él, apoyándose en la silla libre, con su sempiterna media sonrisa.
- Somos un poco tontos, ¿no? –Edu también sonrió.
- ¿Por qué?
- Joder, vivimos a cinco minutos el uno del otro. Nos encontramos en todas partes... ¿y tenemos que “quedar” para un café?
Tiró de la silla y se sentó, sin ocurrírsele preguntar si podía o no. Pidió lo mismo y, mientras comían, conversaron, sobre cualquier tema que se les pasaba por la cabeza. Se sentían los dos tan cómodos, que no se dieron cuenta de la hora que era hasta que a su alrededor comenzaron a servir comidas. Fede sonrió:
- Estos son los sábados que me gustan. Buenos ratos pasados con un buen conversador. Siento como si realmente hiciera algo importante con mi tiempo libre.
- Bueno, nos vemos mañana por la tarde, ¿no?
Al día siguiente, al continuar con la conversación, a los dos les pareció que era como si no la hubieran interrumpido en ningún momento. Se seguían sintiendo igual de cómodos. Estuvieron hablando durante horas y horas, riendo, o contándose sus traumas laborales, sentimentales, vecinales. Incluso alguno de esos temas tan íntimos que crees que nunca se lo contarás a nadie, ni siquiera a tu mejor amigo. En algún momento de la noche, no supieron cómo, se encontraron pegados el uno al otro en el sofá del café, tan cerca sus caras que el paso siguiente les pareció el natural. Sólo unos centímetros más.
Fue tan suave, tan cálido, tan perfecto, que ambos desearon seguir besándose durante toda la noche. Sus manos acariciaron al otro, por primera vez en mucho tiempo, con verdadero deseo. Se fundieron de tal modo que al separar sus labios se sintieron imantados. Se miraron un momento a los ojos, quién sabe si unos segundos o unas horas, y se volvieron a besar.
Más tarde, ya en casa de Edu, y ambos desnudos, volvieron a besarse durante una eternidad muy corta. Era evidente la excitación de ambos. Cuando Fede comenzó a besar el cuello y el pecho de su acompañante, éste se separó un poco.
- No quiero...
Fede chistó y le puso en dedo en los labios.
- Tranquilo, sólo quiero acariciarte, tocarte.
Y lo hizo, esta vez realmente durante horas. Nada sexual. Recorrieron todo el cuerpo del otro con las manos, los labios, con su cuerpo entero, pero en ningún momento sus sexos jugaron un papel importante. De cualquier forma, fue todo tan sensual, tan erótico, tan tierno y cálido, que Edu tuvo que parar varias veces para evitar correrse.
Se quedaron dormidos al amanecer, con sus cuerpos perfectamente ensamblados.
Cuando Fede abrió los ojos pensó que aún seguía soñando y que el grupo de ángeles que habían estado haciéndole el amor durante sus sueños finalmente conseguirían que se corriera. Pero no: era Edu.
- Dios, ¡para, para! ¡me voy a...!
Gimió. Gritó casi, intentando apartar la cabeza de Edu con ambas manos, pero el orgasmo que estaba teniendo le dejó sin fuerzas ni control.
Edu, incluso estando sobre aviso, se sorprendió cuando el líquido de Fede comenzó a llenar su boca. Chorro tras chorro, diligentemente, tragó hasta la última gota. La primera vez en su vida que notaba aquel sabor acre. Sintió que era lo más bonito que había hecho jamás en una cama; había esperado que le diera asco, que le revolviera el cuerpo, pero no: le supo a gloria.
Se incorporó, abrazando a Fede, que respiraba desacompasadamente, y le besó. Fede notó en la lengua su propio sabor. Cogió a Edu de las sienes y le separó de sí, con fuerza esta vez.
- Nunca debes hacer esto con nadie, ¿me entiendes? ¡Nunca!
Edu le miró fijamente y se sintió como un cachorrillo que se ha hecho pis en una zapatilla nueva. Pero sonrió.
- Si tengo suerte, nunca tendré que hacérselo a ningún otro...
Fede pensó que no se estaba confundiendo en nada, y volvió a besarle.
Varios meses después, Fede seguía pensando que no se había equivocado con Edu. Además de evidentemente bello en lo físico, Edu era inteligente, tierno, educado, detallista, cariñoso. Y lo que resultaba más hermoso aún: se estaba abriendo como una flor, mostrando unos colores tan vivos y unos olores tan suaves y embriagadores que brillaba allá donde estuviera.
Al principio le había encantado la timidez del muchacho. Era tan dulce. Ahora estaba perdiendo esa timidez para convertirse en una continua sonrisa, en esa llamativa flor que todos admiraban y que él estaba orgulloso de estar abonando con su amor, a estas alturas ya incondicional, rendido a la personalidad escondida de Edu.
En ocasiones se sorprendía a sí mismo observando a su novio: desde su práctica y rápida manera de cocinar y mantener limpia la cocina, hasta la elástica y sudorosa forma de ejercitar su cuerpo en el salón. Sus afeitados, con los que conseguía que su cara quedara tan suave como si siempre hubiera sido imberbe. La forma en que se iba tumbando en el sofá para ver la tele, dejando que poco a poco su cuerpo se escurriera hasta terminar, indefectiblemente, con la cabeza apoyada en sus piernas o su vientre. Su pelo negro y brillante, deslizándose entre sus dedos mientras Edu se iba quedando dormido. Los andares de niño pequeño cuando finalmente, amodorrado, se iba a la cama empujado por él.
Algunas noches no se dormía, sólo para poder seguir observándole: el lento ritmo de su pecho, la suave pelusa que cubría su tórax. Se acercaba a él y le olía, le acariciaba. Se extasiaba.
Edu no era consciente de lo que Fede producía a sus sentidos. Sólo sabía que le adoraba; estaba profundamente enamorado de él. También agradecido, pues sabía que estaba cambiando y creciendo gracias a ese amor.
Cuando Edu observaba a Fede no lo hacía de una manera tan sensual y milimétrica. Veía al hombre, todo un conjunto que le hacía estremecerse en ocasiones, excitarse otras, echarse a llorar algunas. Intentaba que Fede no le viera en esos momentos, pero a veces le pillaban de improviso: comiendo en la mesa de la cocina, en la cama, en el cine. Las primeras veces Fede se preocupó, le hizo preguntas y más preguntas, pero él sólo podía responder: “porque te quiero”, “porque soy la persona más feliz del mundo”. Fede entonces le abrazaba, le besaba las manos, los labios, los ojos. Y alguna vez, también lloraba.
Por fin empezó a tener trabajos que le gustaban. Se olvidó de la pasarela: ya no le apetecían los viajes, la esclavitud de los modistos, tanto estrés en tan poco tiempo. Sin embargo, su cara y su cuerpo se veían en todo el país en grandes paneles publicitarios, marquesinas, y anuncios de televisión: yogures, colonias, coches, productos de belleza masculina. Folletos y campañas de buenas marcas de diseño y grandes cadenas. Por fin, un nombre, y dinero.
Se mudó a la gigantesca buhardilla de Fede, donde ambos dieron rienda suelta a su gusto común, la fotografía, arreglando el desván, donde hacían exposiciones para los amigos, y pasaban horas revelando y retocando negativos. En alguno de sus viajes de trabajo Fede pudo acompañarle, y ya iban teniendo una buena colección de instantáneas que reflejaban los entresijos del mundo de la publicidad y los modelos.
Entretanto, Fede escribía y escribía. Cientos de artículos para varios periódicos y revistas. Su lucidez y humor, multiplicados desde que conociera a Edu, no pasaron desapercibidos. Consiguió firmar un artículo diario en un periódico de mayor tirada, y colaboraciones en dos programas de radio de audiencia nacional y en uno de televisión presentado por una hemofílica de pro, que hizo que su cara fuera más conocida, incluso, que la de su novio. Aunque su primera novela había sido un relativo fracaso, su editor, con sólo quince páginas de pretratamiento, auguró ventas millonarias para la segunda.
En poco menos de un año, ambos estaba inmersos en una vorágine laboral para la que no sabían de dónde sacaban el tiempo y que, en muchas ocasiones, les hacía llegar a casa exhaustos, con las horas de sueño descompensadas, listos para un buen masaje, un largo baño relajante, y todo lo que les dejaran dormir. Pero, a pesar del poco tiempo libre, del cansancio, tanto físico como mental, seguían haciendo el amor como aquellas primeras veces, entregándose al otro durante horas, descubriendo cada vez un centímetro nuevo en el otro cuerpo, una nueva forma de hacer disfrutar al otro. Eran la envidia del mundillo y ni siquiera nadie acertaba a imaginar lo que pasaba en su cama, en su sofá... en su coche, en los hoteles, en los camerinos. Ni siquiera ellos mismos pensaban que, en un baremo de cualquier sexólogo entre el uno y el diez, ellos tendrían un trece.
- Andaaa, por favor –maullaba Edu.
- Joer, qué pesao eres, niño.
- ¡Quiero bailar, quiero bailar, quiero bailar! –berreó esta vez, mientras movía todo su cuerpo al ritmo de la música de un anuncio de cerveza.
A Fede le ponía berraco ver bailar a su novio. Ver cómo la camiseta y el pelo se le iban pegando a la piel. Notar cómo los hombres a su alrededor le deseaban, se pegaban a él intentando ligar mientras Edu sudaba a mares, obviando completamente cualquier insinuación de nadie que no fuera él. Le ponía animal la energía sexual que dos horas de baile le daban a su chico, pensar en el polvazo que echarían al volver a casa, con un Edu completamente desatado que le pedía a gritos que se corriera dentro de él y que, tras conseguirlo, le ponía mirando a Cuenca, ensartándole con la polla más dura y enérgica que pudiera imaginar.
Sólo de pensarlo se estaba poniendo cachondo.
- Anda, venga. Dúchate, que hueles a choto.
- Ni que fuera a terminar oliendo a otra cosa...
Edu se acercó dando saltitos hasta él y le estampó un sonoro y húmedo beso en los labios. Ronroneó y le miró lascivo cuando al meterle mano notó su erección. Le bajó los pantaloncillos y le mamó el capullo durante unos minutos.
- Ummm, esta noche voy a hacer maravillas con esto.
Y se fue corriendo a la ducha.
- ¡Hijo de puta! ¡Siempre me dejas igual!
- ¡Mejor! –respondió Edu a gritos-. ¡Más lefa para luego!
Como siempre, un rechazo ya inevitable se instaló en el estómago de Fede en cuanto entraron en la discoteca. Saludaron a algunos conocidos, estuvieron unos minutos hablando con un amigo común. Después, ambos fueron a la pista y bailaron juntos durante un rato, hasta que la aglomeración de cuerpos pudo con él y se retiró a una mesa, a observar a su bailarín privado expresándose en público. En realidad, ya no se aburría como antes, ni le jodían tanto todos los hombres que le entraban, babeantes, con la sana intención de echar un polvo con un famosote de la tele. Les enseñaba su anillo, sonriente, y les decía con una sonrisa inmensa e infantil: “lo siento, soy fiel”. Lo cual en la mayoría de los casos les hacía babear aún más. Pero ahora Fede incluso aprovechaba aquellas noches, toda aquella gente hablando y actuando desinhibida, para observarles atentamente y escribir divertidos artículos para la revista gay en la que colaboraba.
Su chico, sin embargo, se encontraba cada vez más en su salsa. Le encantaba bailar. Siempre decía que si sus padres le hubieran dejado, sería bailarín clásico. Pero no sólo era el baile. Edu se sentía por fin cómodo con su sexualidad. Había perdido miedos y vergüenzas. Su timidez se había transformado en una deliciosa concienciación de sí mismo, que le hacía tan atractivo y morboso como inabordable. Ya sólo se ruborizaba cuando su novio le decía lo hermoso que era.
En cuanto al flirteo y los ligues, se habían convertido en un juego para él, que sólo servía para infundirle aún más seguridad en sí mismo y en el amor que sentía por Fede.
- No, cariño. Esta noche no. En serio que no puedo. Estoy derrotado.
- Joder, Fede, hace dos semanas que no salimos.
- Hace dos semanas que no salimos a bailar, al ambiente. Hemos hecho otras cosas, Edu, y me muero de sueño precisamente por tanta salida. No vuelvo a una fiesta en un mes.
- ¡Pero si mañana es domingo! Te prometo que te dejo dormir lo que quieras.
- ¡Que no, coño, que no!
Silencio. Muy raras veces Fede levantaba la voz. Mucho menos incluyendo un coño. A pesar de todo, Edu insistió, esta vez por donde sabía que podía hipnotizarle. Se levantó, se puso de pie tras la silla de Fede, y le abrazó el pecho, susurrándole:
- Cuando volvamos te la voy a mamar como si fuera mi última vez en este mundo.
Sus manos pellizcaron los pezones de Fede, bajaron por su tórax, una de ellas se metió por la cinturilla del chándal. Con la otra notó cómo el corazón de Fede empezaba a acelerarse. Fede se quejó como un niño se queja a su madre.
- Jo, Edu, no puedo con mi alma. Hemos salido toda la semana menos el martes. ¡Necesito dormir!
- Pero hemos salido por trabajo, joder. Quiero bailar y divertirme.
- Pues yo no –zanjó Fede, poniéndose de pie de repente-. Si quieres vete tú, pero yo me quedo.
- ¡Fede! –Edu estaba realmente sorprendido- ¿Yo solo? ¿Cómo voy a salir yo solo?
- Pues andando, cariño. Te duchas, te vistes, y andas.
- Fede...
Edu se había quedado de pie detrás de la silla, con la boca abierta y la barbilla colgando. Miraba a Fede como si le hubiera dicho que se fuera a vivir a otro sitio y Fede se dio cuenta de que su chico estaba a punto de tener un ataque de algo. Se acercó a él y le abrazó por la cintura, besando su nuca y acunándole lentamente; apoyó la cara en uno de sus hombros.
- Puedes hacer cosas solo, Edu. No pasa nada. No podemos hacerlo todo juntos siempre, cariño.
- Pero Fede, yo no voy a ir solo a un antro de ésos.
- ¿Por qué no? No necesitas guardaespaldas para bailar, y seguro que te encuentras con algún conocido.
- ¿Te fías de mí?
Fede le dio la vuelta tirando de una de sus caderas.
- ¿Hay motivo para que no confíe en ti?
- ¡Pues claro que no!
- Pues entonces para qué preguntas.
Edu parecía más confuso que otra cosa.
- No lo sé. Nunca he ido al ambiente sin ti.
- Chiquitín, no es el Lado Oscuro –dijo Fede, sonriendo-, no pasa nada. Además, cuando vuelvas estaré descansado, dormidito, y podrás hacer conmigo lo que quieras...
Edu sonrió por fin.
- ¿Estás seguro?
En lugar de responderle, Fede le besó, tierno, acariciando su espalda, mordiendo sus labios suavemente. Como siempre que le besaba así, Edu sintió que se le iba la cabeza y perdía el equilibrio, y se abrazó aún más fuerte.
- No te acostumbres a esto de dejarme salir solo, ¿eh? Me gusta salir contigo.
- La próxima vez, lo prometo.
- Muchas gracias, amor.
- Ya me las darás cuando vuelvas.
Le empujó hacia el cuarto de baño palmoteándole el trasero.
- Vamos, cari. No quiero ir solo otra vez.
- Me duele un montón la cabeza, ¿cómo quieres que me meta en una discoteca? A ver, ¿dónde vas?
- A Ohm...
- Pff, ¿ves? No soportaría ni diez minutos.
- Joder, Fede, ¡pues diez minutos! Serán diez minutos que pasas conmigo. Ya nunca sales conmigo. La gente empieza a pensar...
- Pues que piensen, cariño. Nosotros sabemos lo que hay, ¿no?
Edu no insistió. Sabía que aquello podía acabar muy bien en una discusión y no quería. Pero estaba harto de dejarlo ahí.
- ¿Te pasa algo? ¿Por qué no quieres salir?
Fede puso los ojos en blanco y suspiró, resignado.
- Te he dicho mil veces que odio el ambiente. No lo soporto, con toda esa gente ejerciendo de moderna y drogándose y oliendo a hormonas desatadas. No lo soporto.
- Joder, pero tú vienes conmigo, y vamos a bailar, sin fijarnos en lo que pasa alrededor.
- Y si es así, ¿Por qué tiene que ser a una disco gay? ¿Por qué no vas a una cualquiera?
- Todos nuestros amigos están allí, y en una disco cualquiera me sentiría cohibido.
- Cariño, así siempre te sentirás cohibido. Tienes que acostumbrarte a que los heteros te observen, incluso a que te insulten si quieren. Si te escondes siempre en un ghetto, nunca vas a tener una vida completa, nunca podrás hacer cosas que el resto del mundo hace.
- Qué chorrada. A ver, ¿qué tipo de cosas?
- Pues, por ejemplo, ir a bailar donde te salga de los huevos -las cejas alzadas.
- Cariño, ya voy a donde me sale de los huevos -los brazos en jarras, el morro fruncido.
- Pues cielo, igual te puedo decir: a mí no me sale de los huevos ir.
A pesar de ponerle cara de resignación, Edu se dio cuenta de que por fin le estaban dando unas ganas tremendas de discutir con su novio.
- Fede, ya no quieres hacer nada conmigo. Me jode mucho.
- Eso no es cierto. Seguimos saliendo con nuestros amigos, haciendo cosas que nos gustan a los dos.
- Joder, pero de vez en cuándo hay que hacer otras cosas.
Fede se estaba calentando también. El dolor de cabeza iba en aumento.
- Cuando empezamos, odiabas el ambiente gay. Incluso te daba asco. No entiendo qué ha cambiado.
- Cuando empezamos yo estaba solo, por eso lo odiaba, porque tenía que ir solo a todas partes, porque me daba la impresión de que iba de buscona. Eso sí que era asqueroso. Pero ahora me divierte, Fede. Bailo, me río, me olvido...
- Ya, pero tiene que ser en Chueca.
- ¡Si, joder, si! –gritó, al fin, Edu-. ¡Somos gays!
- Edu, antes que gay yo soy muchas otras cosas: soy un hombre, soy hijo y hermano y nieto, soy amigo, periodista, escritor. Soy blanco, español, europeo, mediterráneo. Soy amante. Y soy muchas otras cosas más importantes. No voy a dejar que mi vida esté marcada, dirigida, por ese hecho.
- Y yo tampoco quiero eso. Pero no me negarás que no podemos comportarnos igual en cualquier sitio al que vayamos.
- ¿Por qué no? ¿Porque habrá gente que nos observará y criticará? Pues lo siento, pero tendrán que acostumbrarse. Y tú también.
- Joder, Fede. Yo no soy un cruzado de ninguna causa.
- Coño, yo tampoco. Sólo quiero ser una persona normal. Quiero poder ir contigo de la mano, besarte cuando quiera, bailar contigo en cualquier sitio.
- ¡Pero yo no puedo hacer eso!
- Porque no quieres.
- No, Fede, porque todavía no puedo. ¿Es que no lo entiendes?
- Sinceramente, no. Llevas suficiente tiempo conmigo como para no temer nada.
- ¡Pero es muy egoísta! Me estás exigiendo que haga algo que no quiero hacer cuando tú no eres capaz de hacer lo mismo por mí.
- Edu, lo he estado haciendo durante dos años. Y nunca me ha gustado. Lo he hecho por ti. Creo que va siento hora de que tú hagas lo mismo.
Edu frunció los labios. Le tembló la barbilla. Estaba realmente cabreado. Fede sabía que se había pasado, pero intentó dar por zanjada la discusión repantingándose en el sofá y encendiendo la tele.
- Es muy egoísta, Fede, muy egoísta.
Fede se mordió un labio y cerró los ojos. Subió el volumen de Dónde Estás Corazón, y respondió sin mirarle:
- Crece de una vez, Edu. Crece.
A los veinte minutos, oyó un portazo tremendo. Abrazó un cojín sobre su pecho y sin darse cuenta, lo mordió.
Cuando Edu volvió –eran sólo las dos, y Fede se había acostado sólo hacía veinte minutos-, se tiró sobre él en la cama, con toda la ropa aún puesta y le abrazó. Entre beso y beso susurraba un “te quiero”, un “perdóname”. Fede se dio la vuelta y, aunque la boca le sabía a rayos entre alcohol y tabaco, le besó con tanto cariño que Edu pensó que se diluiría como Amelie en Les Deux Moulins.
- Perdóname tú a mí, cariño. Soy muy egoísta.
- No, no, yo lo soy. Sé lo que has tenido que aguantar conmigo.
- Edu, aguantaré cualquier cosa contigo y por ti. Te amo.
A Edu le sonó extrañísimo un “te amo” en castellano, fuera de una película, pero qué coño importaba eso.
- Te amo.
Hicieron el amor como nunca lo habían hecho con nadie. Después de dos años de disfrutar de un sexo apasionado y pleno, ambos sintieron tanta ternura por el otro que desearon que la noche no acabara nunca, que todas las discusiones fueran como aquella.
- ¡Cari! –gritó, tras colgar el teléfono en la cocina-. He quedado con Juanan y Tachi. ¿Te vienes?
Ya sabía que Fede le diría que no, pero de entrada, le sorprendió:
- No sé. ¿Dónde vais?
No supo si decirle la verdad o no. Prefirió no meter la pata. Habló despacio:
- Pues no lo sé exactamente. Juanan dice que es una fiesta leather...
Fede le miró desde el sofá con una ceja en la nuca.
- ¿Leather? ¿Quieres decir... leather?
Esa interrogación había terminado con una nota varias octavas por encima de lo normal. Edu no tuvo más remedio que soltar una carcajada.
- ¡Si, leather-leather! De esas de pinzas en los pezones y arneses y collares de castigo –Siguió riendo mientras Fede se levantaba y se acercaba a él.
- A mí no me hace ninguna gracia. Y por supuesto, no voy a ir. Y tú tampoco deberías ir –Le abrazó y miró fijamente a sus ojos.
- ¡Fede! ¡Vamos a divertirnos! Nunca he ido a nada parecido. Seguro que nos reímos.
- Cariño, ¿sabes lo pasados que terminan todos en esas sesiones?
Otra carcajada.
- Vamos, cari, vente. Ni siquiera se nos acercarán. Fíjate en los que vamos... Tres reinonas soltando pluma entre copa y copa. ¡Terminarán echándonos por herir su sensibilidad!
Fede sonrió, imaginando la escena, pero realmente no le hacía ninguna gracia.
- Bueno, escúchame bien. No se te ocurra meterte nada, ¿de acuerdo? No te quiero colgado en un sitio en el que a los que están colgados les dan por culo en grupo y sin condón, ¿vale?
- Niño, sabes que nunca me meto nada. Sólo mi par de Caciques y ya está.
- Vale, pues que no sea la primera vez.
Edu seguía con ganas de reírse. Miró a Fede desde dos medias lunas de maldad.
- Para todo tiene que haber una primera vez, ¿no?
- Oye, cabrón, ni se te pase por... –Fede intuyó algo en la sonrisilla malévola de su novio- ¡Ah, ya te veo! ¡Tú lo que quieres es que yo vaya y no sabes cómo convencerme!
La sonrisa de Edu se ensanchó medio metro, mostrando unos caninos perfectos para un lobo.
- Anda, vente... -ronroneó-. Sólo vamos un rato. En cuanto veamos que un tío se despelota probablemente saldremos corriendo.
- Lo que te gusta una juerga –Le besó en la punta de la nariz, aún sin deshacer el abrazo-. Pero no cuela. No vuelvo a meterme en una de esas ni de coña.
- ¡Ah! ¡O sea, que no sería la primera! ¡Serás zorrón! –Ahora reían los dos, mientras Edu intentaba darle unos cachetes en el trasero-. ¿Pero con quién me voy a casar? ¡Qué escándalo!
- Bueno, bueno, si ya te lo conté. Es cierto que tuve mi etapa guarra en que me follaba todo lo que se movía, pero eso fue hace mucho. En realidad te vas a casar con un ancianito.
- Hmm, un daddy morboso y guapísimo... con esas canitas que te están saliendo en el pecho.
- Ya sabes lo que hay.
Se dieron un corto silencio para mirarse, simplemente, el uno al otro.
- ¿Sabes? A veces me da envidia no haber vivido todo lo que tú has vivido. Es como si estuviera estudiando una carrera sin haber hecho el Bachillerato.
- Cariño, no te has perdido nada. Además, tú viviste también lo tuyo.
- Sí, sí que me lo he perdido. Pero no me importa. Lo estoy recuperando todo contigo.
Más tarde, mientras revisaba de nuevo “Philadelphia” en el dvd, recordó aquella última orgía en que se había visto inmerso por culpa del alcohol y cuatro rayas demasiado rápidas. Se había tragado encantado las corridas de tres hombres diferentes. Uno de ellos se convirtió, meses después, en uno de los malditos, un intocable, un apestado: seropositivo. Mediados de los ochenta; aquello todavía era considerado un cáncer gay. Fede había pasado las peores semanas de su vida, esperando los resultados de las tres pruebas diferentes que se hizo. Por mucho que el segundo médico trató de consolarle, lloró aterrorizado cuando le dijo que esa segunda prueba había resultado positiva. Le dijo que las pruebas fallaban a veces, que le harían otro análisis diferente, que tenían que hacerle otra prueba que se llamaba nada menos que "Elena"... pero durante las dos semanas que tuvo que esperar, lloró todas y cada una de las noches. Volvió a llorar de nuevo, esta vez abrazando a aquel médico al que sólo había visto una vez, cuando éste le confirmó que estaba sano como una rosa.
Los siguientes seis meses los pasó enclaustrado, repitiendo el análisis otras tantas veces y esperando cada vez, con el corazón encogido, un nuevo desenlace, mortal de necesidad. Fue incapaz de pensar en sexo durante una larga temporada, y lo único que podía hacer era masturbarse en la ducha para deshacerse cuanto antes de aquel líquido radioactivo, letal.
Nunca volvió a hacer nada sin condones de por medio. Al menos, hasta que conoció a Edu.
Se despertó a las seis y pico de la mañana con unas ganas tremendas de mear. Al volver a la cama se tumbó casi sobre Edu, pasándole una pierna por encima, un brazo, medio cuerpo. Edu roncaba como nunca le había oído hacerlo. Sonrió y le besó en el cuello. Sintió el humo del tabaco pegado en su pelo, y un vaho alcohólico con cada ronquido.
Y algo más.
Tardó en reconocerlo porque hacía mucho tiempo que no lo olía: popper.
Le sorprendió tanto que sólo pudo pensar que se equivocaba, que debía ser otra cosa, pero ese olor era único y tan característico. Indiscutible. Zarandeó a su novio.
- Edu... Edu, despierta.
Edu gruñó y se removió para quitarse todo aquel peso de encima, pero no se despertó. Fede se incorporó y se sentó en la cama. Le observó unos minutos, sin pensar realmente en nada. Luego, casi inconscientemente, se agachó y, pegando la nariz a su cuerpo, le olisqueó. Se sintió como una madre que hurga los secretos que su hijo guarda bajo llave en el mueble de su cuarto. Igual de culpable, con la misma irritación que cuando esa madre encuentra las revistas porno y el paquete de tabaco de su hijo.
Aún más evidente y reconocible que el popper: el olor del semen de Edu.
No podía llevarse las revistas y el tabaco para que su “hijo” se sintiera fatal al abrir el cajón más tarde, así que se tumbó dándole la espalda y se quedó mirando a la ventana el resto de la mañana, viendo cómo amanecía, cómo los primeros rayos del sol recorrían la habitación, entrando a través de una rendija de dos centímetros de la persiana. No se dio cuenta de que las lágrimas se le caían solas hasta que movió la cabeza y apoyó la cara en la húmeda mancha que estaban dejando en la almohada.
Cuando se levantó, desesperado, a las diez de la mañana, Edu roncaba.
- Uff, qué dolor de cabeza... ¿Hay paracetamol, o algo?
- Si. En el cajón.
Edu echó una pastilla efervescente en medio vaso de agua y se sentó en la mesita de la cocina a ver, concentrado, cómo la pastilla se deshacía en burbujas a cámara lenta.
- ¿Qué pasa? ¿Bebiste más de la cuenta?
- Qué va. Pero no tenían Cacique y tuve que tomar DYC. Supongo que será por eso.
Se bebió el medio vaso de un trago y torció la boca por el sabor. Probó el zumo de naranja que le había preparado Fede y se lo agradeció acariciándole un muslo.
- Cielo, algo tomarías para estar así. Un par de DYCs tampoco sienta tan mal.
- Bueno... –Edu miró a su novio desde detrás del vaso de zumo, con mirada de tener cinco años y haber roto el jarrón favorito de mamá-. La verdad es que no bebí más que el par de cubatas de siempre, pero Tachi llevaba... eso que huele tan fuerte...
- ¿Poppers? – Se le escapó demasiado rápido, pero Edu estaba demasiado perjudicado para pensar.
- Si, poppers. Uff, no los había probado nunca... ¡y menuda gilipollez! Jamás había visto un subidón que venga y se vaya igual de rápido. Eso sí, se me puso la porra como una piedra ella solita.
Se vio como un niño. Fede quería preguntarle, quería más bien acusarle, pero esperó; no quería darle a Edu ninguna impresión, de ningún tipo.
- Juanan se perdió en cuanto entramos, pero luego nos lo encontramos en una salita. Estaba en bolas, el cabrón, tumbado en un banco de madera, y había tres tíos follando con él. Me puso tan cachondo verle... –Su cara, tan expresiva como siempre, reflejaba entre incredulidad y culpa.
- ¿Follaste con él? –preguntó Fede, como sin darle importancia.
- ¡Fede! ¿Qué dices?
- Bueno, el popper te pone bastante...
- ¡Qué cabrón eres! ¿Cómo puedes pensar...? –De pronto Edu abrió mucho los ojos- ¿Tú lo harías?
- Por supuesto que no. Bueno, si hubiera ido contigo probablemente sí lo habría hecho.
- Pues eso me pasó a mí. Juanan se parece tanto a ti, que empecé a imaginarte ahí, metido en medio de la orgía... Creo que el maldito popper sí que me hizo perder un poco el control, porque cuando quise darme cuenta me estaba pajeando en su jeta.
- ¿Tú solo?
- Bueno, Tachi también, pero creo que nadie reparó en nosotros. Estábamos allí en plan espectador.
- Qué morbete.
Fede sonrió. Creía todo lo que Edu le estaba contando, no sólo porque quería creerle, sino porque creía conocerle. Y lo más importante, su corazón se relajaba por fin.
- Pues si. La verdad es que fue muy morboso.
- ¿Y no te apeteció hacer nada más?
- ¡Claro que no! Sería incapaz de hacer nada sin ti.
- Pero si yo hubiera estado contigo...
- Fede, ¿qué te pasa? ¿crees que hice algo?
- No, no, qué va, cariño. Sólo que es un tema del que no hemos hablado nunca. Sólo es curiosidad.
- Pues me molesta. Parece que sospechas de mí, y no tienes ningún motivo. ¡Sólo me hice una paja, por Dios! –Edu se sujetó la cabeza como si le pesara tres quintales.
- Vale, si lo sé... Es que yo también me la hice –mintió Fede- por lo mismo que tú. Estaba en la cama, y empecé a imaginarte en la fiesta... atado en un arnés, con varios tíos haciéndote de todo... me puse muy cachondo.
- ¿Te puso cachondo imaginar que me violaban? –Edu parecía escandalizado.
- Bueno, lo mismo que te pasó a ti, ¿no? –Fede sonrió con media cara-. Cariño, no es más que fantasía.
- Uff, ¡pero muy morbosa! Aunque hablándolo ahora me parece más enfermizo que otra cosa...
- Anda, guarro, vamos a ducharnos.
- ¿Juntos? –Edu sonrió.
- Juntos. Vamos a fantasear un poco.
Mientras Fede le enjabonaba todo el cuerpo, Edu se iba empalmando. Fede se arrodilló frente a él en la bañera y comenzó a masturbar su polla morcillona.
- ¿Te gustaría... no sé, que nos estuvieran mirando, por ejemplo?
- Hmm... –ronroneó Edu-, otro morbete.
- A lo mejor te gustaría hacer esto... ¿en una sauna?
- Hmm... si.
- Y que todos vieran cómo me das por culo...
- Joder, si.
- Incluso, a lo mejor, montarnos un trío.
Las palabras mágicas. Edu no respondió. Sólo gimió, pero su polla se puso como una roca en tres segundos entre las manos de Fede. Le limpió el jabón y, diligentemente, le hizo a su novio la mejor mamada que éste recordaba. Cuando Edu le pidió entre gemidos que se aparatara, Fede hizo un amago, pero dejó la boca abierta con el capullo de Edu sobre el labio inferior. Para haberse masturbado esa noche bajo los efectos del popper, la descarga le sorprendió, quizá porque era algo que habría hecho dos veces en la última década. Edu se tuvo que apoyar en la pared, se le iba la cabeza. Cuando Fede le sacó despacio el dedo que había mantenido metido en su culo todo el rato, sintió un vacío enorme y un deseo irreprimible de que su novio le volviera a meter el dedo.
- ¡Fóllame! –gritó, dándose la vuelta y apoyándose contra la pared- ¡Fóllame de una vez!
Fede le metió la polla de golpe, haciéndole gritar de nuevo. No le gustaba pensarlo, pero toda aquella conversación le había puesto muy cachondo. Edu reconoció la respiración y la forma de moverse de Fede, y le agarró con fuerza de los muslos para que no se separara.
- ¡Córrete! –berreó-, ¡córrete dentro!
No esperaba en absoluto la suavidad con que Fede se movía dentro de él. Esperaba un torrente de fuego, pero aquello era una delicia. Tan delicioso, que le pasó lo que nunca le había pasado en la vida: se corrió de nuevo, sin tocarse.
Sin dejar que Fede, que aún estaba empalmado, saliera de él, dejó caer hacia atrás todo su peso, quedando ambos arrodillados, clavado el uno en el otro.
- Dios, ¡te quiero! Te quiero, Fede.
Fede le abrazaba desde detrás, deseando sentir aquello para siempre, pero también que su novio recordara, en alguna posible noche de popper, que se había tragado su semen.
Le dolió tanto pensar aquello que estuvo a punto de echarse a llorar. Acomodó la barbilla sobre el hombro de Edu, notando cómo éste mantenía su erección presionándola con unos músculos que habían aprendido con él.
- Yo también te quiero. No sabes cómo te quiero –dijo, mientras comenzaba a mecer sus cuerpos al ritmo de los latidos de su corazón.
CONTINUARÁ...