Ayer hizo un año de la muerte de mi padre.
Quien me conozca se extrañará de que hable de él o lo recuerde. No es algo que me amargue o me entristezca, como a otras personas, ya que nunca quise realmente a mi padre. Pero sí que he de reconocer que su enfermedad y su muerte trajeron cambios a mi vida. Significativos, además.
Cuando enfermó, mi hermana no entendía por qué a mí no me afectaba. Intenté explicarle la falta de cariño y emotividad familiar que me rodeó durante toda mi vida; creí que entendería, pues ella también lo vivió, mis silencios, mis faltas, mis huidas. Quise hacerle comprender que nuestra falta de comunicación (de la familia entera), nuestra nula confianza, existían porque él nos lo había inculcado así, porque nunca nos había querido, nunca había sido abierto, cariñoso, padre. Sólo había sido una máquina de hacer dinero para mantener a su familia. Todo aquello afectó mucho a mi hermana, que no podía creer lo que le estaba contando, y que tampoco pudo creer, cuando se lo dije en un lance de esa confianza que me pedía, que ella había conocido a uno de mis novios, sin ni siquiera saber que soy gay.
He ahí uno de los cambios. A los 37 años, al fin les dije a mis hermanos que soy gay. No así a mi madre, que siempre ha pensado que es una enfermedad repugnante, así que se morirá probablemente, como mi padre, sin saberlo.
Otro de los cambios fue mi marcha de la empresa en la que estuve trabajando durante casi 13 años. La ida lenta y penosa de mi padre, que vivió toda su vida por y para el trabajo, me abrió los ojos, me hizo ver cómo estaba malgastando mi vida en un trabajo que no me reportaba sino malos sabores de boca, dolores de cabeza, rabietas, ardores de estómago, malos dormires, y encima por un sueldo que, cuando no malo, sí que resultaba vergonzoso después de todos esos años ejerciendo como uno de los mejores que haya pasado por allí.
Así que aquí estoy, en el paro y fuera del armario (menos para la pobre madre, que en su fuero interno lo sabe pero no quiere reconocerlo).
Ayer no llamé a mi madre. Ni creo que la llame hoy. No quiero molestarla porque me imagino cómo estará, y yo soy muy parecido a ella.
Cuando mi primera pareja murió yo era demasiado joven. Me dejé llevar, me encerré en mi cuarto, en mi cabeza, en mi sufrimiento, y no dejé que nadie entrara. Mi madre no se comportó así; más bien todo lo contrario, afortunadamente para ella y para todos. Pero sí sé que el aniversario de una muerte no es algo que haya que celebrar, ni siquiera que recordar. El muerto está ahí, siempre, independientemente del día, de los años que haga que murió. Y que la gente te diga cuánto lo siente ayuda en el momento, reconforta quizás, pero no significa mucho. Y éso lo sabemos todos porque todos hemos pasado por ello. No se puede ser hipócrita con la muerte, porque es lo único cierto hacia lo que te lleva la vida. El resto puede pasar, o no.
Supongo que la llamaré (no soy muy de teléfono, nunca lo he sido) algún día de éstos. Le preguntaré "¿qué tal andas?", a secas, sin añadir nada más. Y ella soltará lo que necesite soltar. Yo no pude soltar nada cuando Juan Carlos murió, a nadie. Estaba completamente armarizado. Nadie, absolutamente nadie de mi entorno, sabía que yo era gay. Así que sólo me lo pude contar a mí mismo, escribiendo sobre ello, creyendo sentir su presencia -aunque no sé si creo en espíritus-, llevando juntos dos anillos sobre los que todo el mundo me preguntaba y sobre los que a todo el mundo mentía. Ya no podré agradecerle a la hija de puta de su ex que guardara su anillo y después tuviera la deferencia de dármelo. Tampoco me arrepiento de, más tarde, haberlos regalado. Pero sí que me arrepiento de no habérselo contado a nadie en el momento. Lo necesitaba. No calculo cuánto me habría ayudado, porque cuantificar sentimientos es imposible, pero desde luego habría sido una persona mucho más feliz durante muchos años. Sé que habría vivido muchas cosas de otra manera más abierta y saludable. Pero bueno, ahí está. No se puede cambiar. Y el día de su muerte no pienso en él. A veces pienso que "este año" (murió el día de mi cumpleaños) me habría regalado tal o cual disco, o me habría llevado a un musical. Pero lo pienso como si fuera un amigo que no está, que ahora vive en otro sitio, que desapareció pero no dejó un mal marchar, sino sólo un sitio vacío. Y celebro mi cumpleaños, sin recordar que, en realidad, es el aniversario de esa marcha.
Probablemente, si mi madre se enterara de que soy viudo desde mucho antes que ella, lloraría. Quizá no con mucha convicción, porque en lugar de nuera lloraría la pérdida de un yerno, pero lloraría. Como lloró mi hermana cuando lo supo: no por mi herida, sino porque en su momento ninguna de las dos pudieron ayudarme a curarla.
Quien me conozca se extrañará de que hable de él o lo recuerde. No es algo que me amargue o me entristezca, como a otras personas, ya que nunca quise realmente a mi padre. Pero sí que he de reconocer que su enfermedad y su muerte trajeron cambios a mi vida. Significativos, además.
Cuando enfermó, mi hermana no entendía por qué a mí no me afectaba. Intenté explicarle la falta de cariño y emotividad familiar que me rodeó durante toda mi vida; creí que entendería, pues ella también lo vivió, mis silencios, mis faltas, mis huidas. Quise hacerle comprender que nuestra falta de comunicación (de la familia entera), nuestra nula confianza, existían porque él nos lo había inculcado así, porque nunca nos había querido, nunca había sido abierto, cariñoso, padre. Sólo había sido una máquina de hacer dinero para mantener a su familia. Todo aquello afectó mucho a mi hermana, que no podía creer lo que le estaba contando, y que tampoco pudo creer, cuando se lo dije en un lance de esa confianza que me pedía, que ella había conocido a uno de mis novios, sin ni siquiera saber que soy gay.
He ahí uno de los cambios. A los 37 años, al fin les dije a mis hermanos que soy gay. No así a mi madre, que siempre ha pensado que es una enfermedad repugnante, así que se morirá probablemente, como mi padre, sin saberlo.
Otro de los cambios fue mi marcha de la empresa en la que estuve trabajando durante casi 13 años. La ida lenta y penosa de mi padre, que vivió toda su vida por y para el trabajo, me abrió los ojos, me hizo ver cómo estaba malgastando mi vida en un trabajo que no me reportaba sino malos sabores de boca, dolores de cabeza, rabietas, ardores de estómago, malos dormires, y encima por un sueldo que, cuando no malo, sí que resultaba vergonzoso después de todos esos años ejerciendo como uno de los mejores que haya pasado por allí.
Así que aquí estoy, en el paro y fuera del armario (menos para la pobre madre, que en su fuero interno lo sabe pero no quiere reconocerlo).
Ayer no llamé a mi madre. Ni creo que la llame hoy. No quiero molestarla porque me imagino cómo estará, y yo soy muy parecido a ella.
Cuando mi primera pareja murió yo era demasiado joven. Me dejé llevar, me encerré en mi cuarto, en mi cabeza, en mi sufrimiento, y no dejé que nadie entrara. Mi madre no se comportó así; más bien todo lo contrario, afortunadamente para ella y para todos. Pero sí sé que el aniversario de una muerte no es algo que haya que celebrar, ni siquiera que recordar. El muerto está ahí, siempre, independientemente del día, de los años que haga que murió. Y que la gente te diga cuánto lo siente ayuda en el momento, reconforta quizás, pero no significa mucho. Y éso lo sabemos todos porque todos hemos pasado por ello. No se puede ser hipócrita con la muerte, porque es lo único cierto hacia lo que te lleva la vida. El resto puede pasar, o no.
Supongo que la llamaré (no soy muy de teléfono, nunca lo he sido) algún día de éstos. Le preguntaré "¿qué tal andas?", a secas, sin añadir nada más. Y ella soltará lo que necesite soltar. Yo no pude soltar nada cuando Juan Carlos murió, a nadie. Estaba completamente armarizado. Nadie, absolutamente nadie de mi entorno, sabía que yo era gay. Así que sólo me lo pude contar a mí mismo, escribiendo sobre ello, creyendo sentir su presencia -aunque no sé si creo en espíritus-, llevando juntos dos anillos sobre los que todo el mundo me preguntaba y sobre los que a todo el mundo mentía. Ya no podré agradecerle a la hija de puta de su ex que guardara su anillo y después tuviera la deferencia de dármelo. Tampoco me arrepiento de, más tarde, haberlos regalado. Pero sí que me arrepiento de no habérselo contado a nadie en el momento. Lo necesitaba. No calculo cuánto me habría ayudado, porque cuantificar sentimientos es imposible, pero desde luego habría sido una persona mucho más feliz durante muchos años. Sé que habría vivido muchas cosas de otra manera más abierta y saludable. Pero bueno, ahí está. No se puede cambiar. Y el día de su muerte no pienso en él. A veces pienso que "este año" (murió el día de mi cumpleaños) me habría regalado tal o cual disco, o me habría llevado a un musical. Pero lo pienso como si fuera un amigo que no está, que ahora vive en otro sitio, que desapareció pero no dejó un mal marchar, sino sólo un sitio vacío. Y celebro mi cumpleaños, sin recordar que, en realidad, es el aniversario de esa marcha.
Probablemente, si mi madre se enterara de que soy viudo desde mucho antes que ella, lloraría. Quizá no con mucha convicción, porque en lugar de nuera lloraría la pérdida de un yerno, pero lloraría. Como lloró mi hermana cuando lo supo: no por mi herida, sino porque en su momento ninguna de las dos pudieron ayudarme a curarla.
4 comentarios:
uf! no tengo palabras para calificar esta entrada...me has dejado dos sensaciones..las cuales tampoco puedo describir por mi poca facilidad de palabra.
por un lado lo que cuentas es fuerte, duro.... pero por otro es esperanzador... Creo que no me explico.
no sé, supongo que tiene que ver que yo hay ciertas cosas que cuentas aquí que no sabía... y que el último parrafo es muy bonito y profundo...Seguro que tu madre lloraría contigo.
Besos
Bueno, las cosas pasan como pasan, tampoco vamos a llorar ahora por cosas que ocurrieron hace 2 décadas...
A otra cosa, butterfly. Joé, hasta me he abierto una cuenta nueva de MSN y de Hotmail para intentar dejar comentarios en vuestros blogs, pero sigue sin dejarme. Supongo que reconoce el IP de mi ordenador o algo así y por éso no me deja. :( BUAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!
Que fuerte, no?????? PANDA DE HIJOS DE PUTA!!! si no fuese porque perdería cosas que no quiero perder...¡¡me daba de baja en mi space!!
¿¿Has probado a hacer lo que te dijo mi cuñada de borrar los archivos temporales?? Se echan de menos tus comentarios...cagoenlaputa!!!!
I know it....but you are Erro precisamente xk viviste todo eso que te marcó y....AHORA NO VEAS COMO MOLAS Y LO GRANDE QUE ESTÁS PA TU EDAD, JODÍO!!, jajajaja.
Asín que....de "to" se aprende, copón!! (a veces creo que vengo de las Hurdes, que no?¿?)
"selavi" (y la tenía pequeña!!)
Bsotes, majo!!
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