lunes, 16 de marzo de 2009

De amor y sexo (y otras sandeces), 18

SABER POPULAR, 2: "PÁJARO EN MANO"

Sergio no pudo esperar a sentarse para hablar.
- He conocido a Paco.
Felipe alzó la vista del periódico, sonrió, aún con la punzada que le había producido la frase de su amigo, y movió la mesa para hacerle sitio.
- Buenas tardes, ¿eh?
Con su pluma tan característica, Sergio soltó en la mesa la mariconera –le encantaba la palabra; era como si fuera un bolso de Mary Poppins del que pudiera sacar superchulazos-, se clavó las gafas de sol en la frente y se dejó caer en la silla, que crujió bajo su enorme peso.
- Buenas tardes. He conocido a Paco.
- ¿Qué Paco? –preguntó Felipe, volviendo al periódico como si el tema no fuera con él.
- ¿Qué Paco va a ser, mema? ¡Tu Paco! Vamos, su Paco. Ya sabes.
- Sí, nena, ya lo sé –hojeó el periódico, buscando la cartelera-, pero es que no me interesa.
- ¿Que no te interesa? -gritó Sergio, estridente- ¿Que no te interesa? –manoteó el periódico reclamando atención-. Pues te va a interesar cuando te lo cuente todo, amor.
Felipe hizo una mueca y suspiró, desesperado. Sergio seguía batiendo records. Sólo habían transcurrido dos minutos y ya le tenía de los nervios.
- Que te digo que no, niño. Que no quiero saber nada.
- ¡Qué gilipollez! Te vas a enterar tarde o temprano, y mejor que te lo cuente alguien que te quiere.
Se estiró y miró al fondo del local, buscando a un camarero.
- ¡Niña! –berreó, y le miraron la mitad de los hombres en la cafetería-. ¡Uno como siempre!
- Qué delicada eres, cariño. Y ese vozarrón... tan femenino.
- Soy un hombre, mema. Un hombre raro, pero un hombre. Y cállate, o te doy con una lorza.
Felipe rió mientras su amigo revolvía el bolsito, del que sacó un abanico con los colores del arco-iris, que abrió en el más puro estilo de maruja de barrio.
- Tienes la voz, tienes la pluma, tienes el humor... sólo te falta caber en un traje de lentejuelas para ser la drag perfecta.
- Ya soy la drag perfecta, pero sólo actúo en privées, chata –Se abanicó desde arriba la nuca y la calva-. Y no me despistes, que te lo voy a contar de todas formas.
- ¿Entonces no vamos al cine?
- Vamos después, a la sesión de noche.
- Conociéndote, nos echarán de aquí a las tres de la mañana.
Sergio cerró el abanico de golpe y se lo metió en el bolsillo de la camisa. Puso las dos manos en el bordillo de la mesa, en su postura típica de confidencias.
- El caso es que le conocí ayer, en la cena en casa de Ernesto. Es un encanto de niño. Muy machorro, pero un encanto. Y tendrías que ver al novio que tiene ahora. Otro amigo de Ernesto. ¡Madre mía! Otro muñeco. Un novio de ésos es lo que te deberías buscar, porque tú vales mucho, nena, y...
- Ya tengo novio, gracias –le cortó. Pero Sergio era incortable.
- ¿Novio? ¿Novio? Menudo hijo de puta es tu novio.
Felipe cerró los ojos y se mordió los labios con fuerza mientras Sergio se volvía a abanicar, balanceándose adelante y atrás igual que su madre, haciendo crujir peligrosamente la silla.
- Vale. No sigas, ¿quieres? No vayas por ahí, porque no merece la pena.
- Felipe, escúchame porque te voy a hablar en serio.
El camarero llegó con el café de Sergio y se produjo un silencio que a Felipe le pareció incómodo, como si el chaval también supiera de qué estaban hablando. Cuando desapareció, Sergio siguió a lo suyo.
- En serio, niña. Te tengo que contar esto porque te quiero, coño, y te mereces lo mejor.
- Ya tengo lo mejor.
- ¿Y cómo lo sabes? ¡Apenas le conoces!
- Tú sí que no le conoces. Y llevamos cinco meses juntos.
- Ya. O sea, que ya te ha pedido que te... desinhibas, ¿verdad? –un tonillo cada vez más insidioso.
- ¿Cómo?
Frunció el ceño y recordó los cachetes en el culo, las velas, el consolador enorme al que ya se estaba acostumbrando.
- A ver, ¿qué te ha pedido que hagas con él?
- ¡Y a ti qué te importa, so zorra!
Sergio levantó medio segundo las comisuras de los labios y chasqueó la lengua.
- ¡Respuesta incorrecta! Eso significa no sólo que lo que te ha pedido no te gusta, sino que lo has hecho sólo por complacerle.
- Bueh, no sabes de lo que hablas.
Otra mueca, y miró a la calle a través del cristal. Sus ojos se habían convertido en dos estrechas y afiladas katanas que cortaban por la mitad los cuerpos de los peatones, llenando la acera de sangre y tripas.
- Te voy a contar lo que sé palabra por palabra. Sin añadir ni quitar ni una solo coma lo que me contó este chaval.
- ¿Y qué coño te iba a contar? ¡Es su ex!
- Pues que le maltrataba, Felipe. Eso me contó. Que le maltrataba, física y psicológicamente. Que durante casi un año...
- Gilipolleces. César es incapaz de maltratar a nadie. No mataría a una mosca.
- No le pegaba, cariño. Bueno, al menos no en el sentido tradicional. Pero le obligó a hacer cosas que ni yo mismo había imaginado en mis sueños más calenturientos.
Ambos quedaron callados un momento.
- Cosas repugnantes, Felipe; cosas muy fuertes, de verdad.
Los ojos de Felipe habían perdido el brillo de faca y miraban, perdidos, el desgaste del linóleo del suelo en la entrada de la cafetería.
- Escúchame bien. Empezó jugando, y vale, eso no está mal, mucha gente juega. Pero fue endureciendo el juego poco a poco, cuando vió que el chaval estaba loco por él. Empezó a meter juegos cada vez más duros, metió a otra gente, y muchos juguetes. Pero de los que hacen daño. Te estoy hablando de amo y esclavo, de sesiones leatheronas, nena, de ésas que no se ven ni en el porno hardcore.
Felipe se iba imaginando cada momento. Incluso recordando alguna de las veces en que César le había atado, o le había puesto el culo tan rojo que no se había podido sentar en dos días sin sudar.
- Eso no son más que juegos, reina. Si te apetece jugar, pues juegas, y punto.
- ¡Ja! –berreó Sergio, dando una palmada en la mesa con una mano abierta-. Ahí está, cariño, que el pobre niño no quería nada de eso en absoluto, pero estaba enamorado hasta las trancas. Y César lo aprovechó para hacer de él otro juguete. Para abusar de él de la peor manera. Y cielo, te aseguro que fue de la peor manera. No te voy a contar los detalles escabrosos porque hasta a mí me dan asco.
- Que no, Sergio. Que estás exagerando. O lo exagera él. César no es así.
Pero por la experiencia que iba teniendo con su novio, sabía perfectamente que podía ser así. - Felipe, niño, hay videos -hizo una parada de lo más teatral-. ¡¡Videos!! ¿Es que no te lo imaginas? -otra teatral respiración-. ¿Y sabes por qué se acabó el tema? Porque una noche le ató y dejó que otros cinco tíos hicieran con él lo que les diera la gana. Le violaron, Felipe; hicieron con él cosas peores que violarle. Y lo tiene grabado en video.
Esta última frase, lentamente silabeada, hizo que Felipe lo viera todo rojo al cerrar los ojos. Se le estaban revolviendo las tripas. Sergio sabía que era muy clásico y que lo que más le gustaba en el sexo eran el cariño, la ternura, la compenetración, la complicidad, y estaba seguro de que su amigo estaba exagerando sólo porque conocía sus gustos, y sus disgustos.
- Nene, déjale. No te merece la pena.
Por primera vez se miraron a los ojos y ambos supieron.
- No te preocupes. Seré capaz de controlarle.
- ¡No tienes que controlar nada! –Sergio bullía-. ¿Es que no lo entiendes? ¡Es un maltratador! ¡Un violador! Felipe, Paco le denunció. ¿Quieres de verdad estar con un tío así?
- Quiero estar con un tío, Sergio. He llorado a Juanan durante años. Siete, para ser exactos, me he pasado escondido en mi casa, llorando de felicidad por no ser seropositivo y con un miedo atroz a la enfermedad. Siete años sin tocar a otro hombre, pensando que jamás volvería a hacerlo, ni a enamorarme.
- Y te vas a enrollar con el que más probabilidades tiene de pillarse un sidazo.
Cerró los ojos y suspiró antes de contestar.
- Tranquilo, ya me ocupo yo de que ninguno de los dos lo contraiga. Sé cómo es, Sergio. Y sé que puedo cambiarle. Sé que es un tío inteligente y cabal, y que lo único que necesita para cambiar es a un tío como yo, que le haga recordar lo bueno que es el sexo sin aditivos.
- ¿Cabal? ¿Un violador cabal? ¡Felipe, abre los ojos!
- Los tengo bien abiertos, cariño. Y me miro en el espejo todos los días. Y sé qué es lo que hay, y que no voy a conseguir nada mejor. ¿Ya estás contento?
Su amigo abrió la boca, pero no articuló sonido alguno. Él mismo se miraba en el espejo de vez en cuando. No mucho, porque al hacerlo se daba perfecta cuenta de por qué no ligaba y de por qué, cuando lo conseguía, era sólo para echar un polvo con uno de esos extraños niñatos a los que les ponen cachondos los obesos, no entendía por qué.
- Eres un gilipollas –sentenció, comenzando a guardar sus cosas en la mariconera.
- Vamos, tío, sabes que tengo razón. No le voy a decir que no a alguien que dice que se ha enamorado de mis ciento sesenta kilos.
- ¡Pero es que no es cierto! –A Sergio le costaba no echarse a llorar-. ¿Es que no ves que está contigo precisamente por eso? Sabe que no tienes muchas opciones, y te irá encadenando poco a poco hasta hacer de ti lo que le dé la gana.
- Bien, él lo sabe, yo lo sé... Así está bien.
- Pero Felipe, es que sí que puedes aspirar a otra cosa. Cualquier tío como yo pagaría por que le dejaras quererte.
- Sergio, cariño, tú eres una loca. Y no habría cama que nos soportara a los dos juntos –por fin, sonrió-. Le quiero, Sergio, y no voy a adelantar acontecimientos.
Se quedaron callados, mirándose fijamente. A Sergio le temblaba la barbilla. Felipe estuvo a punto de pedirle que le esperara, que él sería el siguiente, que sabía desde el principio que su relación con César no tenía ningún futuro, pero le dio tanto miedo pensarlo que no dijo nada. Sergio lo dijo por él.
- ¿Sabes? Ya tengo fecha para la operación de estómago. El médico me ha asegurado que el año que viene por estas fechas andaré por los ochenta kilos.
- Qué huevos –Felipe volvió a sonreir-. Yo no me atrevería nunca.
- Me da igual –afirmó Sergio, y cogió aire-. No me importará cómo estés tú. Seguiré chorreando por tu culo, hijo de puta.
Felipe intentó imaginarse a su amigo con setenta kilos menos. Esa carita tan linda, con esos ojazos preciosos y expresivos, esos labios carnosos que apetecía besar. Le imaginó desnudo, tumbado en su cama, con él tumbado al lado, acariciando su pecho, su vientre liso... Notó que su pene se endurecía, clavándose a través del pantalón de pinzas en su barriga, y dejó de imaginar.
- Bueno, ¿qué peli vamos a ver?

2 comentarios:

Unknown dijo...

Me encantan tus diálogos ... aunque sean tan durillos como éste.

Besicos.

MadRod dijo...

Muchas gracias por los parabienes. Es complicadísimo escribir diálogos! :P Y si son durillos, aún peor, con un milímetro de más te has pasado 3 pueblos... arf arf