FILIAS, 5: "YOCASTA POLÍTICA"
- Todavía estamos a tiempo.
El coche descansaba en doble fila frente al camino de entrada al chalet. En el de enfrente había una fiesta en el jardín. Aunque no se veía a nadie por la vegetación, debía ser multitudinaria por el número de coches. Era la vivienda habitual de una folklórica, y además de los coches de los invitados, había varias furgos de periodistas del corazón, ávidos de carnaza para sus cámaras. Ari apagó las luces en previsión del ataque de los paparazzi –no sería la primera vez-, pero no a tiempo. Un melenudo se acercaba corriendo cámara en mano. Sonrió encantado al reconocer al escritor gay de moda, e hizo una seña a un compañero que se acercó, micrófono en mano. Ari subió apresuradamente las ventanillas tintadas del 4x4.
- Maldita sea, ¿tenías que ser famoso?
- Cariño –respondió-, si no fuera famoso, no nos habríamos conocido.
- Vaya, ¿entonces no crees en la predestinación?
- Ahora mismo en lo único que creo es en lo cachondo que me pone verte en pelotas.
Haciendo gala del exhibicionismo de ambos, se morrearon durante un buen rato, dejando que el fotógrafo fuera feliz pese a los cristales oscuros. Después Ari puso el coche en marcha y saludó encantado a los dos periodistas, despidiéndose con dos dedos.
- Bueno. ¿Preparado, entonces?
Gerardo bufó y estiró los labios.
- No hay más remedio. Dale.
Ari abrió la puerta enrejada con un control remoto y metió el coche por el camino, aparcándolo detrás del BMW descapotable de Germana. El Jaguar de Jonathan estaba en el garaje. Se volvieron a besar ante la puerta de la casa, antes de llamar. Gerardo se colocó la camisa, la corbata, las guedejas de su melena rizada. Miró a Ari y éste le confirmó lo bien que estaba guiñándole un ojo. Se abrió la puerta.
Desde dentro les observaba una mujer escultural y sonriente, sobre unos tacones de órdago. Su pelo a lo garçon enmarcaba una cara ovalada de enormes ojos verdes, labios carnosos y una graciosa naricilla que parecía ir a moverse de un momento a otro para hacer magia. El vestido azul eléctrico se pegaba a la cintura y las caderas para bajar en una falda de tubo hasta las perfectas rodillas, y flotaba desde los hombros sobre un par de pechos turgentes que se adivinaban tras un profundo escote. Ni una sola joya, sólo el anillo de casada. Su sonrisa se ensanchó, encantada la mujer ante el silencio asombrado de los dos hombres.
- Aristóteles, cariño... ¡estás estupendo! Y tú eres Gerardo, ¿verdad? –dijo, estirando la mano hacia él-. Éste desordenado no me había dicho lo guapísimo que eres...
Ari puso los ojos en blanco mientras Gerardo le daba una suave sacudida a la mano de la mujer. Sólo su madre seguía llamándole Aristóteles.
- Si, soy Gerardo. Encantado. Tú debes ser Brontë.
La mujer rió a carcajadas y miró a Ari de hito en hito.
- Halagador, joven, pero no. Soy Germana, la madre de Brontë. Y de Aristóteles, claro. Cariño, ¿Brontë no te ha llamado? No puede venir -comentó sin darle mayor importancia mientras les indicaba levemente que entraran.
Los años de fiestas impidieron que Gerardo hiciera el ridículo dejando caer su mandíbula para dar salida a su sorprendida lengua. No tuvo más remedio que imaginar a Cher con un vestido azul eléctrico.
- Mamá... –susurró Ari- estás... ¡increíble!
- Ya lo sé, cariño, ya lo sé. ¡Pero vamos! Basta de tonterías y entrad. El hielo se debe estar deshaciendo.
Ambos la siguieron por el recibidor hacia el salón, mirando fijamente cómo subían y bajaban las perfectas nalgas al ritmo de sus vertiginosos tacones, mientras ella comentaba que la tendrían que ayudar porque les había dado la noche libre a “las chicas”.
- Aristóteles, cariño, servíos vosotros mismos. Y ponme un Martini, ¿quieres? Y por favor –se dejó caer en el sofá, indicando a Gerardo que se sentara a su lado-, por favor, cariño, deja de mirarme así, o este joven pensará cosas raras...
- Pero mamá... –Ari no había conseguido controlar su expresión como Gerardo-. Es que estás... ¡increíble!
- Eso ya lo has dicho, cariño –una divertida expresión iluminó su cara mientras apoyaba una mano abierta en la rodilla de Gerardo-. Es lo malo de estudiar Ciencias, muchacho, que no les enseñan a hablar. Supongo que tú eres de Letras.
Gerardo sonrió, enormemente consciente de aquella mano y de aquel escote flotante.
- Por supuesto. Filología Hispánica.
- Hmm, interesante... ¿Tesis?
- La influencia de las rutas de la seda y las especias en la literatura medieval.
Germana alzó una ceja y presionó ligeramente el muslo de Gerardo.
- Me la prestarás algún día, ¿verdad? No pude con la de mi hijo. Algo plúmbeo sobre la vulcanología submarina prehistórica –le guiñó un ojo-. Tedioso.
- Deja de criticarme –dijo Ari, colocando una copa en la mano de su madre-, y dime cuántas operaciones te has hecho.
- ¡Ari! –exclamó Gerardo, fulminándole con la mirada.
- Déjale, cariño. Está tan apegado a sus piedras que nunca ha sido capaz de controlar sus... espasmos biológicos –Germana lanzó un brindis al aire, hacia su hijo-. Pues sí, un pequeño retoque aquí y allá. Pero sobre todo comida sana, mucho ejercicio, y muchas risas. Deberías pensar en éso, cariño. Tú te ríes tan poco...
- Me río todo lo que me permite este mundo, madre. Y desde que estoy con Gerardo, me río muchísimo más.
- No me extraña. Si yo tuviera a un hombre así a mi lado, me pasaría todo el día riendo de alegría.
Ari se sentó en el sillón junto al sofá y levantó su copa. Su madre y su novio hicieron lo propio.
- Por los encuentros –dijo Ari.
- Por la risa –apuntilló su madre.
Gerardo, el literato, no supo qué decir. Se sentía más cohibido de lo que pensaba estar, así que soltó un plano “por nosotros” que le sonó a rancio e inane.
- Hablando de “nosotros”. ¿Y tu “nosotros”?
- ¿Jonathan? ¡Oh! Ese hombre sí que es aburrido. Ya sabes, en una de esas reuniones de sesudos doctores. Creo que está en Ginebra, o algún sitio igual de congelado y tonto. Gerardo, querido, no te líes nunca con un neurocirujano. Los muy mezquinos creen que entienden el cerebro humano sólo porque ellos pueden tocarlo con sus manos.
- No se preocupe. Tengo la intención de morirme junto a un geólogo.
- Ah, joven, nunca se sabe, nunca se sabe... –Al ver la expresión de su hijo, puso cara de Barbie Yvanna Trump- Aristóteles, cariño, no te escandalices así. Sabes que tengo razón.
- Si, madre, pero no es lo mejor que le puedes decir a una pareja que lleva sólo un año.
- Hijo mío, sois mayorcitos. Y mira qué ejemplo tenéis. Mírame. Cincuenta y nueve años y estoy tan desaprovechada que es un insulto a la inteligencia de la Naturaleza.
- Madre... –suspiró Ari, torciendo el gesto- ¡No es cierto! Dime que no te vas a divorciar otra vez.
Su madre le miró fijamente con aquella expresión divertida en la cara. Su mano palpaba ahora las llaves de Gerardo a través de sus pantalones.
- Aristóteles, hijo mío, para tener la experiencia que tienes resultas... granítico.
- No, madre. Sólo soy práctico.
- ¿Y qué crees que quiero yo? –Su mano subió y bajó por el muslo de Gerardo y le dio un par de palmaditas. Finalmente tomó la copa entre sus dedos. Gerardo creyó haber dejado escapar un suspiro demasiado sonoro-. Hijo, tengo que aprovechar los pocos años de alegría y fuerza que me quedan. Y al ver a tu novio me afianzo en mi decisión. Jonathan es cada día más aburrido. Y sobre mi cerebro sabrá lo que quiera, pero sobre el resto de mi cuerpo no tiene ni la más mínima idea.
- Pero madre, será el cuarto divorcio...
- El que sea de letras no significa que no sepa contar, cariño.
- No, significa que te dejas llevar.
- Oh, entonces lo debes haber sacado de mí. Desde luego, de tu padre no. El pobre era una seta en la cama –rió, encantada con su primer divorcio-. ¡Ah! Hablé hace poco con él. ¿Sabéis que después de divorciarse de Teresa descubrió los placeres de la masturbación? –volvió a reír, cascabeleando-. Ah, hombres... ¡sois tan insulsos!
Gerardo observaba la conversación. Le sorprendía que Ari y su madre no se hubieran visto en casi dos años. Su forma de hablar y comportarse era la de un par de amigos íntimos que se ven y charlan sobre sus avatares todas las semanas. Aunque también se había dado cuenta de que Ari estaba ligeramente molesto, tenso. Le había sorprendido la nueva apariencia de su madre, éso era seguro, y le notaba algo descolocado, como si no supiera cómo tratarla.
Él, desde luego, estaba completamente descolocado, y era evidente que no sabía cómo tratarla.
- Bueno, Gerardo –prosiguió ella-, al menos sé que tú tendrás más de una alegría en la cama de mi hijo. Eso lo sé: fue adolescente antes que geólogo...
Y su mano se volvió a posar suave en su muslo, apretándolo ligeramente por encima de la rodilla. Gerardo observó durante un segundo y medio un pecho artificial y moreno que pugnaba por salirse del vestido de Germana, y se removió un poco incómodo, intentando aprisionar sus testículos entre los muslos con fuerza, para evitar que se completara la incipiente erección que estaba notando.
- Lo bueno de los geólogos –sonrió, forzado- es que se saben mover en cualquier terreno.
Germana rió y acarició todo el muslo de Gerardo. Si no fuera quien era, habría pensado que la mujer flirteaba abiertamente con él.
- Desde luego –dijo ella, entrecerrando los ojos y dirigiéndolos a su paquete- aquí tiene mucho terreno para investigar...
Gerardo tragó saliva, atormentado. Estaba a punto de pedir ayuda a su novio con una mirada desesperada, pero en el camino sus ojos se toparon, por fin, con un pezón de ella. Una décima de segundo, pero lo suficiente para que su pene rugiera. Echó todo su cuerpo hacia delante para dejar su copa en la mesita, aprovechando el movimiento para ajustar su erección al slip y para apartar su pierna de la mano de aquella mujer. La primera que había logrado ponerle cachondo desde su época de estudiante. Por fortuna, Germana se levantó de un salto.
- Bueno, creo que es hora de cenar. ¡Vamos! Ya os he dicho que me tenéis que echar una mano.
- ¿Dónde dejo ésto? –preguntó, cogiéndose la chaqueta por las solapas. Ari le señaló la entrada desde la puerta de la cocina.
- Hay un armario en el hall –le guiñó un ojo, le lanzó un beso y desapareció tras la puerta.
Gerardo suspiró. Se levantó para quitarse la chaqueta y desanudó un centímetro la corbata, que le estaba ahogando. Frente al armario, inspiró y expiró varias veces y, abriéndose la bragueta, se colocó la polla, ya fláccida, notando con las yemas de los dedos un punto de humedad en los calzoncillos.
Bufó. Ensayó tres o cuatro sonrisas en el espejo del recibidor y volvió a entrar. Pasó por el salón, que sin la presencia de la mujer parecía enorme, y se sorprendió al entrar al comedor. La comida ya estaba servida, y Germana y Ari charlaban animadamente, criticando a los muchos vecinos famosos de la urbanización. Por supuesto, “las chicas” lo habían dejado todo muy bien dispuesto antes de irse.
La cena estaba preparada para alguien que lleva un régimen muy severo, pero Germana coloreó los platos de ciento ochenta calorías con algunas salsas para que ellos la disfrutaran algo más. Resultó deliciosa culinariamente y divertida, con Germana recordando innumerables anécdotas de su hijo, propias, de sus vecinos y de sus maridos. Era una mujer indudablemente inteligente, buena conversadora. Y tan sexy que Gerardo no pudo dejar de observarla durante toda la cena. Todos sus movimientos, tantos pensados como involuntarios, le recordaban a Ari. La forma en que su novio comía ciertos alimentos con los dedos y cómo se los chupaba después. Y lo que él disfrutaba saboreando después sus labios, su barbilla. Todo su cuerpo. Con Ari había descubierto la sensualidad de las comidas. Y era evidente que había adquirido ese y otros conocimientos y comportamientos de su madre.
Cuando salieron al jardín para tomar el café, Gerardo agradeció poder sentarse solo. No sabía si soportaría de nuevo aquella mano jugando con su deseo.
Aunque tenían hotel reservado en la ciudad, Germana insistió en que se quedaran a dormir. Las chicas habían preparado para ellos la habitación de matrimonio.
- Vamos, chicos, dadle una alegría a esa cama. Hace años que nadie la usa..., ni siquiera para dormir.
Gerardo se preguntó cuánto dinero ganarían -tendrían amasado- aquellos dos. Un cuadro de unos niños en la playa coronaba la cama, y una terraza de café decimonónico la pared de enfrente. Ambos originales, le informó Ari. Jarrones de china, tapices antiguos, alfombras de lana de Cachemira hechas a mano, sábanas de seda bordadas.
La primera impresión era de frialdad, pero cuando Ari se metió en la cama, Gerardo estaba tan caliente que se le tiró encima.
- Ey, ey, ey... ¿qué pasa? –preguntó entre risas.
Gerardo gruñó, con la polla de Ari ya en la boca. No dijo nada, sólo se aplicó tan bien a su actividad, que Ari se había corrido a los diez minutos completamente extasiado y sin palabras. Pero Gerardo no paró. Le separó las piernas y empezó a lamerle el culo. Ari gemía, bufaba, se estaba empalmando otra vez. Sin aviso previo Gerardo soltó sus piernas y tirando de uno de sus pies le obligó a darse la vuelta.
- ¿Qué haces? –gruñó Ari, del todo salido. Gerardo se tumbó sobre él y frotó su polla, dura y mojada, entre las cachas de su novio. Respirando fuerte le comió una oreja y susurró, en un tono que Ari no le había conocido hasta entonces:
- Te voy a follar, Ari. Te la voy a meter hasta los huevos.
Y sin decir nada más, se la metió. Ari rugió, parte dolor y parte sorpresa. Hacía años que no le daban por culo, y no lo esperaba de Gerardo, quien desde siempre se había confesado exclusivamente pasivo. Para su total confusión, cuando Gerardo se corrió dentro de él, él hizo lo propio, frotando su polla contra la seda.
Tardaron varios minutos en recuperar la respiración, durante los cuales Gerardo no dejó de acariciar, besar, chupar y morder diferentes partes del cuerpo de Ari, hasta que éste se tumbó sobre su chico y le besó en la boca.
- Te quiero, niño.
- Y yo a ti.
- ¿Pero qué te ha pasado? ¡Si seguimos follando como esta noche tienes un esclavo para los restos! –Gerardo sonreía complacido.
- No sé. Habrá sido el morbo de hacerlo en la cama de tus padres.
- No es exactamente la de mis padres –aclaró Ari, juguetón ahora-, es la de mi madre y su marido, aunque ya has oído que últimamente está huérfana.
- Bien, pues la de tu madre... -se avergonzó de lo que flotaba sibilinamente de una neurona a otra.
Ari siguió besándole tumbado sobre él, mientras sentía cómo Gerardo se iba empalmando de nuevo.
- Uff, Ari, quita un momento, pesas una tonelada.
- Más te voy a pesar dentro de un momento cuando te esté follando.
Gerardo se zafó de él y se levantó. Se quedó mirándole fijamente con los tres ojos.
- No, cariño. Voy un momento a lavarme, y cuando vuelva me vas a hacer una mamada monumental.
Ari se sentó en la cama frente a él con la intención de besarle el ombligo, pero no llegó. A medio camino su novio le abofeteó la cara con su polla dura y se fue al baño. Ari se sintió tan zorra y caliente que se tumbó en la cama, se metió dos dedos en el culo, lubrificado con el semen de Gerardo y se masturbó como un energúmeno.
Se corrió por tercera vez mientras Gerardo, de pie delante de él, le follaba la boca sujetándole por la nuca.
Recién duchado y en calzoncillos, dejó a Ari en la cama y salió al jardín. Germana hacía largos en la enorme piscina rodeada de árboles. Se estiró en una tumbona dejando que el sol mañanero terminara de secarle.
Cuando terminó de nadar, Germana envolvió su cuerpo en una toalla y se dejó caer en otra tumbona al lado de Gerardo.
- ¿Qué tal habéis dormido?
- Como niños –respondió sin mirarla.
- ¿Niños? No se diría por la fiesta que montasteis...
Ahora Gerardo sí la miró, estirando el cuello.
- Lo siento, no era nuestra intención molestarte.
- Oh, cielo, no me molestasteis en absoluto. La verdad es que ahora entiendo a mi ex-marido y su historia con la masturbación.
Gerardo tragó saliva. Pero esta vez, cuando se empalmó, no lo disimuló como había hecho por la noche.
Dos años y medio después, Ari recibió la invitación para la boda. Lloró unos minutos. Después se desnudó, se tiró en la cama, se metió dos dedos ensalivados en el culo y se masturbó como un energúmeno.
- Todavía estamos a tiempo.
El coche descansaba en doble fila frente al camino de entrada al chalet. En el de enfrente había una fiesta en el jardín. Aunque no se veía a nadie por la vegetación, debía ser multitudinaria por el número de coches. Era la vivienda habitual de una folklórica, y además de los coches de los invitados, había varias furgos de periodistas del corazón, ávidos de carnaza para sus cámaras. Ari apagó las luces en previsión del ataque de los paparazzi –no sería la primera vez-, pero no a tiempo. Un melenudo se acercaba corriendo cámara en mano. Sonrió encantado al reconocer al escritor gay de moda, e hizo una seña a un compañero que se acercó, micrófono en mano. Ari subió apresuradamente las ventanillas tintadas del 4x4.
- Maldita sea, ¿tenías que ser famoso?
- Cariño –respondió-, si no fuera famoso, no nos habríamos conocido.
- Vaya, ¿entonces no crees en la predestinación?
- Ahora mismo en lo único que creo es en lo cachondo que me pone verte en pelotas.
Haciendo gala del exhibicionismo de ambos, se morrearon durante un buen rato, dejando que el fotógrafo fuera feliz pese a los cristales oscuros. Después Ari puso el coche en marcha y saludó encantado a los dos periodistas, despidiéndose con dos dedos.
- Bueno. ¿Preparado, entonces?
Gerardo bufó y estiró los labios.
- No hay más remedio. Dale.
Ari abrió la puerta enrejada con un control remoto y metió el coche por el camino, aparcándolo detrás del BMW descapotable de Germana. El Jaguar de Jonathan estaba en el garaje. Se volvieron a besar ante la puerta de la casa, antes de llamar. Gerardo se colocó la camisa, la corbata, las guedejas de su melena rizada. Miró a Ari y éste le confirmó lo bien que estaba guiñándole un ojo. Se abrió la puerta.
Desde dentro les observaba una mujer escultural y sonriente, sobre unos tacones de órdago. Su pelo a lo garçon enmarcaba una cara ovalada de enormes ojos verdes, labios carnosos y una graciosa naricilla que parecía ir a moverse de un momento a otro para hacer magia. El vestido azul eléctrico se pegaba a la cintura y las caderas para bajar en una falda de tubo hasta las perfectas rodillas, y flotaba desde los hombros sobre un par de pechos turgentes que se adivinaban tras un profundo escote. Ni una sola joya, sólo el anillo de casada. Su sonrisa se ensanchó, encantada la mujer ante el silencio asombrado de los dos hombres.
- Aristóteles, cariño... ¡estás estupendo! Y tú eres Gerardo, ¿verdad? –dijo, estirando la mano hacia él-. Éste desordenado no me había dicho lo guapísimo que eres...
Ari puso los ojos en blanco mientras Gerardo le daba una suave sacudida a la mano de la mujer. Sólo su madre seguía llamándole Aristóteles.
- Si, soy Gerardo. Encantado. Tú debes ser Brontë.
La mujer rió a carcajadas y miró a Ari de hito en hito.
- Halagador, joven, pero no. Soy Germana, la madre de Brontë. Y de Aristóteles, claro. Cariño, ¿Brontë no te ha llamado? No puede venir -comentó sin darle mayor importancia mientras les indicaba levemente que entraran.
Los años de fiestas impidieron que Gerardo hiciera el ridículo dejando caer su mandíbula para dar salida a su sorprendida lengua. No tuvo más remedio que imaginar a Cher con un vestido azul eléctrico.
- Mamá... –susurró Ari- estás... ¡increíble!
- Ya lo sé, cariño, ya lo sé. ¡Pero vamos! Basta de tonterías y entrad. El hielo se debe estar deshaciendo.
Ambos la siguieron por el recibidor hacia el salón, mirando fijamente cómo subían y bajaban las perfectas nalgas al ritmo de sus vertiginosos tacones, mientras ella comentaba que la tendrían que ayudar porque les había dado la noche libre a “las chicas”.
- Aristóteles, cariño, servíos vosotros mismos. Y ponme un Martini, ¿quieres? Y por favor –se dejó caer en el sofá, indicando a Gerardo que se sentara a su lado-, por favor, cariño, deja de mirarme así, o este joven pensará cosas raras...
- Pero mamá... –Ari no había conseguido controlar su expresión como Gerardo-. Es que estás... ¡increíble!
- Eso ya lo has dicho, cariño –una divertida expresión iluminó su cara mientras apoyaba una mano abierta en la rodilla de Gerardo-. Es lo malo de estudiar Ciencias, muchacho, que no les enseñan a hablar. Supongo que tú eres de Letras.
Gerardo sonrió, enormemente consciente de aquella mano y de aquel escote flotante.
- Por supuesto. Filología Hispánica.
- Hmm, interesante... ¿Tesis?
- La influencia de las rutas de la seda y las especias en la literatura medieval.
Germana alzó una ceja y presionó ligeramente el muslo de Gerardo.
- Me la prestarás algún día, ¿verdad? No pude con la de mi hijo. Algo plúmbeo sobre la vulcanología submarina prehistórica –le guiñó un ojo-. Tedioso.
- Deja de criticarme –dijo Ari, colocando una copa en la mano de su madre-, y dime cuántas operaciones te has hecho.
- ¡Ari! –exclamó Gerardo, fulminándole con la mirada.
- Déjale, cariño. Está tan apegado a sus piedras que nunca ha sido capaz de controlar sus... espasmos biológicos –Germana lanzó un brindis al aire, hacia su hijo-. Pues sí, un pequeño retoque aquí y allá. Pero sobre todo comida sana, mucho ejercicio, y muchas risas. Deberías pensar en éso, cariño. Tú te ríes tan poco...
- Me río todo lo que me permite este mundo, madre. Y desde que estoy con Gerardo, me río muchísimo más.
- No me extraña. Si yo tuviera a un hombre así a mi lado, me pasaría todo el día riendo de alegría.
Ari se sentó en el sillón junto al sofá y levantó su copa. Su madre y su novio hicieron lo propio.
- Por los encuentros –dijo Ari.
- Por la risa –apuntilló su madre.
Gerardo, el literato, no supo qué decir. Se sentía más cohibido de lo que pensaba estar, así que soltó un plano “por nosotros” que le sonó a rancio e inane.
- Hablando de “nosotros”. ¿Y tu “nosotros”?
- ¿Jonathan? ¡Oh! Ese hombre sí que es aburrido. Ya sabes, en una de esas reuniones de sesudos doctores. Creo que está en Ginebra, o algún sitio igual de congelado y tonto. Gerardo, querido, no te líes nunca con un neurocirujano. Los muy mezquinos creen que entienden el cerebro humano sólo porque ellos pueden tocarlo con sus manos.
- No se preocupe. Tengo la intención de morirme junto a un geólogo.
- Ah, joven, nunca se sabe, nunca se sabe... –Al ver la expresión de su hijo, puso cara de Barbie Yvanna Trump- Aristóteles, cariño, no te escandalices así. Sabes que tengo razón.
- Si, madre, pero no es lo mejor que le puedes decir a una pareja que lleva sólo un año.
- Hijo mío, sois mayorcitos. Y mira qué ejemplo tenéis. Mírame. Cincuenta y nueve años y estoy tan desaprovechada que es un insulto a la inteligencia de la Naturaleza.
- Madre... –suspiró Ari, torciendo el gesto- ¡No es cierto! Dime que no te vas a divorciar otra vez.
Su madre le miró fijamente con aquella expresión divertida en la cara. Su mano palpaba ahora las llaves de Gerardo a través de sus pantalones.
- Aristóteles, hijo mío, para tener la experiencia que tienes resultas... granítico.
- No, madre. Sólo soy práctico.
- ¿Y qué crees que quiero yo? –Su mano subió y bajó por el muslo de Gerardo y le dio un par de palmaditas. Finalmente tomó la copa entre sus dedos. Gerardo creyó haber dejado escapar un suspiro demasiado sonoro-. Hijo, tengo que aprovechar los pocos años de alegría y fuerza que me quedan. Y al ver a tu novio me afianzo en mi decisión. Jonathan es cada día más aburrido. Y sobre mi cerebro sabrá lo que quiera, pero sobre el resto de mi cuerpo no tiene ni la más mínima idea.
- Pero madre, será el cuarto divorcio...
- El que sea de letras no significa que no sepa contar, cariño.
- No, significa que te dejas llevar.
- Oh, entonces lo debes haber sacado de mí. Desde luego, de tu padre no. El pobre era una seta en la cama –rió, encantada con su primer divorcio-. ¡Ah! Hablé hace poco con él. ¿Sabéis que después de divorciarse de Teresa descubrió los placeres de la masturbación? –volvió a reír, cascabeleando-. Ah, hombres... ¡sois tan insulsos!
Gerardo observaba la conversación. Le sorprendía que Ari y su madre no se hubieran visto en casi dos años. Su forma de hablar y comportarse era la de un par de amigos íntimos que se ven y charlan sobre sus avatares todas las semanas. Aunque también se había dado cuenta de que Ari estaba ligeramente molesto, tenso. Le había sorprendido la nueva apariencia de su madre, éso era seguro, y le notaba algo descolocado, como si no supiera cómo tratarla.
Él, desde luego, estaba completamente descolocado, y era evidente que no sabía cómo tratarla.
- Bueno, Gerardo –prosiguió ella-, al menos sé que tú tendrás más de una alegría en la cama de mi hijo. Eso lo sé: fue adolescente antes que geólogo...
Y su mano se volvió a posar suave en su muslo, apretándolo ligeramente por encima de la rodilla. Gerardo observó durante un segundo y medio un pecho artificial y moreno que pugnaba por salirse del vestido de Germana, y se removió un poco incómodo, intentando aprisionar sus testículos entre los muslos con fuerza, para evitar que se completara la incipiente erección que estaba notando.
- Lo bueno de los geólogos –sonrió, forzado- es que se saben mover en cualquier terreno.
Germana rió y acarició todo el muslo de Gerardo. Si no fuera quien era, habría pensado que la mujer flirteaba abiertamente con él.
- Desde luego –dijo ella, entrecerrando los ojos y dirigiéndolos a su paquete- aquí tiene mucho terreno para investigar...
Gerardo tragó saliva, atormentado. Estaba a punto de pedir ayuda a su novio con una mirada desesperada, pero en el camino sus ojos se toparon, por fin, con un pezón de ella. Una décima de segundo, pero lo suficiente para que su pene rugiera. Echó todo su cuerpo hacia delante para dejar su copa en la mesita, aprovechando el movimiento para ajustar su erección al slip y para apartar su pierna de la mano de aquella mujer. La primera que había logrado ponerle cachondo desde su época de estudiante. Por fortuna, Germana se levantó de un salto.
- Bueno, creo que es hora de cenar. ¡Vamos! Ya os he dicho que me tenéis que echar una mano.
- ¿Dónde dejo ésto? –preguntó, cogiéndose la chaqueta por las solapas. Ari le señaló la entrada desde la puerta de la cocina.
- Hay un armario en el hall –le guiñó un ojo, le lanzó un beso y desapareció tras la puerta.
Gerardo suspiró. Se levantó para quitarse la chaqueta y desanudó un centímetro la corbata, que le estaba ahogando. Frente al armario, inspiró y expiró varias veces y, abriéndose la bragueta, se colocó la polla, ya fláccida, notando con las yemas de los dedos un punto de humedad en los calzoncillos.
Bufó. Ensayó tres o cuatro sonrisas en el espejo del recibidor y volvió a entrar. Pasó por el salón, que sin la presencia de la mujer parecía enorme, y se sorprendió al entrar al comedor. La comida ya estaba servida, y Germana y Ari charlaban animadamente, criticando a los muchos vecinos famosos de la urbanización. Por supuesto, “las chicas” lo habían dejado todo muy bien dispuesto antes de irse.
La cena estaba preparada para alguien que lleva un régimen muy severo, pero Germana coloreó los platos de ciento ochenta calorías con algunas salsas para que ellos la disfrutaran algo más. Resultó deliciosa culinariamente y divertida, con Germana recordando innumerables anécdotas de su hijo, propias, de sus vecinos y de sus maridos. Era una mujer indudablemente inteligente, buena conversadora. Y tan sexy que Gerardo no pudo dejar de observarla durante toda la cena. Todos sus movimientos, tantos pensados como involuntarios, le recordaban a Ari. La forma en que su novio comía ciertos alimentos con los dedos y cómo se los chupaba después. Y lo que él disfrutaba saboreando después sus labios, su barbilla. Todo su cuerpo. Con Ari había descubierto la sensualidad de las comidas. Y era evidente que había adquirido ese y otros conocimientos y comportamientos de su madre.
Cuando salieron al jardín para tomar el café, Gerardo agradeció poder sentarse solo. No sabía si soportaría de nuevo aquella mano jugando con su deseo.
Aunque tenían hotel reservado en la ciudad, Germana insistió en que se quedaran a dormir. Las chicas habían preparado para ellos la habitación de matrimonio.
- Vamos, chicos, dadle una alegría a esa cama. Hace años que nadie la usa..., ni siquiera para dormir.
Gerardo se preguntó cuánto dinero ganarían -tendrían amasado- aquellos dos. Un cuadro de unos niños en la playa coronaba la cama, y una terraza de café decimonónico la pared de enfrente. Ambos originales, le informó Ari. Jarrones de china, tapices antiguos, alfombras de lana de Cachemira hechas a mano, sábanas de seda bordadas.
La primera impresión era de frialdad, pero cuando Ari se metió en la cama, Gerardo estaba tan caliente que se le tiró encima.
- Ey, ey, ey... ¿qué pasa? –preguntó entre risas.
Gerardo gruñó, con la polla de Ari ya en la boca. No dijo nada, sólo se aplicó tan bien a su actividad, que Ari se había corrido a los diez minutos completamente extasiado y sin palabras. Pero Gerardo no paró. Le separó las piernas y empezó a lamerle el culo. Ari gemía, bufaba, se estaba empalmando otra vez. Sin aviso previo Gerardo soltó sus piernas y tirando de uno de sus pies le obligó a darse la vuelta.
- ¿Qué haces? –gruñó Ari, del todo salido. Gerardo se tumbó sobre él y frotó su polla, dura y mojada, entre las cachas de su novio. Respirando fuerte le comió una oreja y susurró, en un tono que Ari no le había conocido hasta entonces:
- Te voy a follar, Ari. Te la voy a meter hasta los huevos.
Y sin decir nada más, se la metió. Ari rugió, parte dolor y parte sorpresa. Hacía años que no le daban por culo, y no lo esperaba de Gerardo, quien desde siempre se había confesado exclusivamente pasivo. Para su total confusión, cuando Gerardo se corrió dentro de él, él hizo lo propio, frotando su polla contra la seda.
Tardaron varios minutos en recuperar la respiración, durante los cuales Gerardo no dejó de acariciar, besar, chupar y morder diferentes partes del cuerpo de Ari, hasta que éste se tumbó sobre su chico y le besó en la boca.
- Te quiero, niño.
- Y yo a ti.
- ¿Pero qué te ha pasado? ¡Si seguimos follando como esta noche tienes un esclavo para los restos! –Gerardo sonreía complacido.
- No sé. Habrá sido el morbo de hacerlo en la cama de tus padres.
- No es exactamente la de mis padres –aclaró Ari, juguetón ahora-, es la de mi madre y su marido, aunque ya has oído que últimamente está huérfana.
- Bien, pues la de tu madre... -se avergonzó de lo que flotaba sibilinamente de una neurona a otra.
Ari siguió besándole tumbado sobre él, mientras sentía cómo Gerardo se iba empalmando de nuevo.
- Uff, Ari, quita un momento, pesas una tonelada.
- Más te voy a pesar dentro de un momento cuando te esté follando.
Gerardo se zafó de él y se levantó. Se quedó mirándole fijamente con los tres ojos.
- No, cariño. Voy un momento a lavarme, y cuando vuelva me vas a hacer una mamada monumental.
Ari se sentó en la cama frente a él con la intención de besarle el ombligo, pero no llegó. A medio camino su novio le abofeteó la cara con su polla dura y se fue al baño. Ari se sintió tan zorra y caliente que se tumbó en la cama, se metió dos dedos en el culo, lubrificado con el semen de Gerardo y se masturbó como un energúmeno.
Se corrió por tercera vez mientras Gerardo, de pie delante de él, le follaba la boca sujetándole por la nuca.
Recién duchado y en calzoncillos, dejó a Ari en la cama y salió al jardín. Germana hacía largos en la enorme piscina rodeada de árboles. Se estiró en una tumbona dejando que el sol mañanero terminara de secarle.
Cuando terminó de nadar, Germana envolvió su cuerpo en una toalla y se dejó caer en otra tumbona al lado de Gerardo.
- ¿Qué tal habéis dormido?
- Como niños –respondió sin mirarla.
- ¿Niños? No se diría por la fiesta que montasteis...
Ahora Gerardo sí la miró, estirando el cuello.
- Lo siento, no era nuestra intención molestarte.
- Oh, cielo, no me molestasteis en absoluto. La verdad es que ahora entiendo a mi ex-marido y su historia con la masturbación.
Gerardo tragó saliva. Pero esta vez, cuando se empalmó, no lo disimuló como había hecho por la noche.
Dos años y medio después, Ari recibió la invitación para la boda. Lloró unos minutos. Después se desnudó, se tiró en la cama, se metió dos dedos ensalivados en el culo y se masturbó como un energúmeno.
2 comentarios:
Jodeeeeeeeeeeeeeeer .... que tu madre se case con el hombre a quien amas debe ser lo peor ... :-(
Pozí. Pero hijo, la viiida es asíiii, no la he inventadooo yooooo...
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