miércoles, 11 de marzo de 2009

De amor y sexo (y otras sandeces), 17

SABER POPULAR, 1: "LA PERRA DEL HORTELANO"

“¡Pero qué bueno estás!”, rezaba la pechera de la camiseta de Pablo. Jorge sonrió, pensando en que su amigo se lo decía a todos. Al menos, a todos con los que ligaba, que solían ser muñecazos de anuncio.
Antes de poder saludarle, Pablo se dio la vuelta. En la espalda de la camiseta se leía: “Tú no, zorra. ¡Tu amigo!”. Jorge sonrió más ampliamente mientras Pablo se volvía justo para darle un pico y descojonarse en su oreja derecha.
Aquello era muy típico de su amigo: una de cal y otra de arena. El problema era que en ocasiones la arena era tan gorda que no servía ni para ahuecar la tierra de una maceta. Gorda, gordísima, como su humor, casi siempre tan pasado de rosca que podía resultar irritante, insultante, incluso para un observador, que es lo que solía ser Jorge.
Se conocieron cuando tenían, exactamente, cinco años, once meses y veintinueve días el uno, y seis años y tres días el otro. Comenzaron juntos el colegio, sentados en el mismo pupitre y el mismo banco, en una época en que aún se rezaba el Ave María al empezar las clases y se “formaba” de a uno en el patio de recreo a las ocho de la mañana.
Desde aquel primer día de escuela habían sido uña y carne. Compartían desayuno en casa de Pablo y camino hacia el colegio; después, estudio y merienda en casa de Jorge, y los fines de semana, juegos. Algunas veces a los juegos se apuntaba algún que otro compañero de clase, pero eran las menos. Tardaron poco en formar su mundo aparte en el que a los demás les resultaba complicado entrar.
Y así pasaron los años, compartiendo fiestas de cumpleaños, algunos amigos, ocio, estudios. Cuando no se iban de vacaciones con la familia del otro, se pasaban todo el verano escribiéndose cartas larguísimas, llenas de bromas y medio secretos, que normalmente leían en familia para que todos compartieran sus risas.
Empezaron, a cierta edad difícil, a compartir también primeras experiencias. Se fumaron juntos su primer cigarrillo, un Camel que Jorge le robó a su padre a los trece. También su primera borrachera, que se trajeron de la discoteca del pueblo donde veraneaba la familia de Jorge, la pasaron juntos, con catorce. También a esa edad, el primer porro, con sus amigos nuevos del instituto. Más tarde, a los quince, su primera masturbación en compañía. Jorge, que tenía un hermano mayor junto al que dormía en el mismo cuarto, había aprendido a hacerlo a los nueve años, cuando su semen aún estaba lejos de conocer el suelo del planeta, y el único pelo que tenía estaba todo junto en su cabeza. Pablo había empezado tardíamente. Su “conocimiento del medio” había llegado de la mano de su padre –no literalmente, claro- a los trece años, cuando su madre descubrió en un pijama los restos de su primera polución nocturna. Le dio tantísima vergüenza que hizo todo lo posible por olvidar aquello, y sólo ejercía muy de vez en cuando, en la ducha, donde se la machacaba cruelmente durante dos minutos hasta conseguirlo, con el único ánimo de que su madre no volviera a encontrar su ropa decorada.
Para cuando llegó aquel momento, Jorge ya tenía cinco años de experiencia, por lo que ejerció de maestro de Pablo, que no había disfrutado jamás de una corrida placentera y falta de culpabilidad. Una tarde en que se suponía que debían estudiar juntos para un examen de matemáticas, Jorge sorprendió a Pablo con el descubrimiento del siglo: un Private que su hermano escondía sin mucho disimulo entre sus libros universitarios. Aquello fue sólo el comienzo de cientos y cientos de tardes que pasaron juntos, al principio babeando sobre aquella y otras revistas, después observándose el uno al otro y enseñándose trucos y maneras; más tarde, la primera vez que vieron un trío en una revista, masturbándose el uno al otro. Lo hacían muertos de vergüenza, moviendo sus manos como si aquello no fuera con ellos, como quien hace una mayonesa o bate un huevo. Pero, aunque nunca se dijeron nada, los dos sabían que aquellos eran los mejores orgasmos. Pablo llegaba a casa de Jorge ya empalmado, y en cuanto estaban en el cuarto, con el pestillo echado aunque estuvieran solos, se abrían los vaqueros y batían los huevos hasta terminar la mayonesa. Incluso, durante una temporada no muy larga, llegaron a hacerse alguna que otra mamada. No con fruición –eran tíos normales echándose una mano- sino más bien con asco.
En 3º de B.U.P. el tema cambió. Jorge, que desde que comenzaron a masturbarse juntos había suspendido todos y cada uno de sus exámenes de matemáticas, escogió estudiar letras, y Pablo, que consideraba al sexo como las matemáticas de la vida, escogió Ciencias. Empezaron a salir con amigos nuevos y a disfrutar de aficiones diferentes. Jorge era carne de barriada, y pasaba las tardes con sus amigos en el parque, bebiendo calimocho o cerveza y hablando de lo humano y lo divino hasta la hora de cenar o más tarde. Pablo era más de vida nocturna y de clubes y discotecas, vicios que podía pagar más tranquilamente que su amigo; al fin y al cabo, su familia se había trasladado a la zona nueva del barrio. Los padres de Jorge terminaron muriendo de viejos en la casa en que habían vivido siempre; los de Pablo murieron en un viaje de placer por la Riviera, en el BMW que estaba destinado a ser el regalo de doctorado de su hijo.
A los diecisiete años, con miedo, vergüenza y todas las fobias incluidas, Jorge tuvo un affaire de verano con un hombre casado. En un principio pensó que sólo estaba experimentando, que todo el mundo lo hacía, que al volver a casa se enrollaría con alguna chica con la que pasaría los años de universidad para luego casarse con otra. Pero pasados unos meses aquel hombre –por otro lado atractivo, inteligente, maduro- se presentó en Madrid con los papeles del divorcio. Jorge aprendió entonces a levantar una ceja ante ciertas adversidades. Aprendió también a mentir y a silenciar, a ocultar sus andanzas y sus sentimientos, por pánico a que su familia y sus amigos heteros se pudieran enterar.
Coincidiendo con la explosión sentimental de Jorge –que duró nada menos que cuatro años- Pablo comenzó a frecuentar locales que años antes habían sido parte de la Movida Madrileña y, como tales, nido de la homosexualidad latente en la ciudad que, por aquel entonces, no tenía un barrio gay al que acudir. La mayoría de sus amigos resultaron ser gays, más o menos armarizados, y Pablo, obnubilado por la facilidad que tenía para encontrar sexo fácil con otros hombres, se lanzó de cabeza a la piscina rosa. Folló y folló y folló, sin descanso, para resarcirse de una niñez tan castradora. Nunca aprendió a levantar la ceja porque los chulazos casi nunca le fueron adversos. Pero aprendió a mentir y a silenciar, a ocultar sus andanzas y sus sentimientos por pánico a que su familia y sus amigos de siempre se pudieran enterar.
Mintieron como locos durante años. Jorge por miedo a que su padre franquista, machista y despegado le echara de casa. Pablo por miedo a que su tío-tutor franquista, machista y aparente le dejara sin la herencia que sus padres habían decidido que no podría disfrutar hasta los 25 o, en su defecto, hasta que se doctorara.
Llegaron a ocultar y mentir tan bien que tuvo que ser Ana, una amiga común, quien, cuando ya habían cumplido sus buenos veintitrés años, les pillara por banda –por separado, tampoco fue tan burra- y les hiciera enfrentarse a sus propias vidas y mentiras.
Durante años se echaron en cara su falta de sinceridad. Pablo, que en esos años no fue capaz de tomar en serio a ningún hombre, no podía creer que su mejor amigo, la persona a la que más quería en el mundo, hubiera pasado por una relación de cuatro años, y él ni siquiera se hubiera dado cuenta. Jorge, que le tenía un miedo atroz al ambiente gay, no podía creer que su idem de idem se moviera en cualquier garito como pez en el agua, que incluso fuera “buen cliente” de alguno de ellos. Y ahora, de repente, cuando era evidente que tenían en común mucho más que nunca, se sentían extraños, incómodos, infieles. Y muy lejanos el uno del otro. Tanto como aquel semen que compartieran en su pubertad y del que los dos recordaban ahora, en noches extrañas, el sabor, la densidad, el tacto, la temperatura ardiente en el techo de la boca.
Los años siguientes pasaron volando para los dos. Vivieron momentos en su amistad que preferían olvidar. Era evidente que se habían alejado, pero no lo sentían así. Los años y las experiencias les fueron devolviendo, poco a poco, la confianza que habían perdido el uno en el otro. Sabían, de hecho, que lo que había pasado no tenía nada que ver con ellos, su amistad o su mútua confianza, sino más bien con los hechos externos, que siempre acaban por distanciar a las personas. Sus estudios, sus familias, sus amistades, sus trabajos.
Cuando Pablo tuvo un problema importante con una de sus parejas, quien le confesó, después de cuatro meses de relación, que era seropositivo, los dos supieron que su amistad, su cariño, su unidad, seguían intactos. Reforzados, incluso. Ambos lloraron juntos cuando Pablo dejó al chico, al que decía adorar, pero en quien no creía poder volver a confiar nunca. Ambos lloraron abrazados al tener en sus manos los resultados del análisis de Pablo, esta vez de alegría.
Decidieron dedicar a su relación al menos un día completo por semana, pasara lo que pasara, y así lo hicieron, incluso en momentos complicados, que también pasaron juntos, como el viaje que hicieron a Niza para repatriar los restos de los padres de Pablo. O aquella temporada durante la que Pablo ayudó a Jorge más y mejor que su psicólogo, haciéndole ver que su pareja de aquel momento abusaba psicológicamente de él, dándole pequeños empujones hasta lograr que Jorge se liberara y dejara aquel cabrón.
Durante sus visitas al psicólogo, Jorge fue capaz de soltar lo que nunca había sido capaz de decir en alto, ni siquiera pensar en alto. Se conformaba con lo que tenía porque pensaba que nadie podría superar a Pablo, que ninguna relación de pareja sería tan profunda, le proporcionaría tanto, sería comparable con su amistad. En definitiva, que estaba enamorado de él. Por supuesto, lo primero que el psicólogo le dijo fue que, en el momento en que se sintiera preparado, debía hablar con su amigo, decírselo todo.
Jorge sabía que nunca estaría preparado para confesarle a Pablo que siempre había sido su verdadero amor. Y nada de platónico; un amor completo, cálido, real. Un amor que le hacía anhelar la llegada de ese día de la semana que era exclusivo para ellos. Un amor basado en una amistad única, en un conocimiento por fin total de su amigo. Un amor que incluía un hermoso deseo sexual, que a veces le hacía excitarse al fijarse en una mano, un pezón, los labios de su amigo.
Sabía que no sentiría nunca por nadie lo mismo que por Pablo. Quizá llegara a desear a otro hombre casi igual, pero nunca amaría a otro de igual forma.
Los sentimientos encontrados eran dolorosos. Justo en aquel momento estaban más unidos que nunca a causa del problema de maltrato y de la reciente muerte de los padres de su amigo. Cuando menos deseaba verle y sentir ese calor inútil y dañino, era cuando más necesitaba su fuerza, su apoyo y su cariño. Cuando lloraba, sin poder controlarse, y Pablo le abrazaba, Jorge sabía que estaba en el lugar más seguro del mundo, y dejaba que su corazón se desbocara y que las lágrimas por lo que nunca tendría se mezclaran con las producidas por lo que había tenido.
Y aquellas frases que se le clavaban dentro. Desde luego, eran frases hechas, las frases que un amigo le dice a otro casi inconscientemente: “siempre me vas a tener a mí”, “sabes que nadie te quiere como yo”, “sabes que me puedes pedir lo que quieras”.
Jorge mintió a su psicólogo. Le dijo que le había confesado todo a Pablo, y que habían conseguido incluso mejorar su amistad, pero que nunca pasaría nada porque sabían que como amigos eran los mejores, pero que como pareja serían incompatibles. El psicólogo le puso “deberes”: debía salir con su amigo de juerga. Debía ligar con otros hombres, ligues intrascendentes, amistades con derecho a roce. Cuando sintiera debilidad por un hombre y se supiera con fuerzas para afrontar una relación, debía hacer un listado con los contras, y olvidarse de los pros.
Y así lo hizo.

PABLO Y SUS PAREJAS:
1. Es una zorra irredenta.
2. Egoísta.
3. No da importancia a sus relaciones.
4. Según él mismo dice, en la cama es un mueble que sólo busca que le satisfagan.
5. Nunca se ha enamorado de sus novios.
6. Individualista. No quiere vivir con otra persona, compartir su casa ni perder su intimidad.

Intentó colgarle alguno de estos carteles, y algunos otros que le salían sobre la marcha, cada vez que hablaba con él. Intentó difuminar todo lo bueno que su amigo le hacía sentir, y pensar en otro tema cuando, automáticamente, su cerebro escribía la lista de pros, y la de respuestas a la de contras que, con él, lo sabía, estarían perfectamente equilibrados.
Lo peor de todo era que, desde aquel momento tan delicado de su vida, Pablo parecía haber decidido que debía hacerle saber cuánto le quería, y se lo decía constantemente.
“Tú y yo deberíamos ser pareja. Pero con lo puta que soy te pondría los cuernos todos los días. Y los domingos, dos veces”.
“Te quiero un huevo, tío. Y tienes una polla preciosa. ¡Qué pena que los dos seamos activos!”
“Tío, cuando estoy contigo no me apetece mirar a otros... hehehe”
“Cómo te quiero, cabrón”.

Cuando le decía este tipo de azucarillos, le agarraba la cabeza bajo un brazo y le daba capones, como cuando eran niños, y Jorge sentía unas enormes ganas de reir. Como siempre. Como ahora.
- Vaya, así que ahora soy una zorra...
Pablo siguió riendo mientras entraban en la cafetería. Entre hipos, indicó:
- He quedado con Antonio, ¿te acuerdas de él? Espero que no te importe –y susurrando-: chorrea por ti, lo sabías, ¿no?
Uff, otra encerrona de Pablo para buscarle novio.
Después de un café y un rato de charla intrascendente, Antonio, que les había estado esperando en la cafetería, se fue al servicio.
- Vale, ya sé que es un poco pegajoso, pero tío, le gustas un huevo.
- Hombre, es majo y agradable. Y me resulta atractivo.
- ¡Ja! ¿Y a quién no? –cara de circunstancias-. Se ha tirado a medio Madrid. Al otro medio no porque son mujeres.
- Pues sí que le haces buena propaganda. ¿Me quieres enrollar con un putón?
- No, hombre. Hablé ayer con él sobre ti. Me dijo que por un tío como tú dejaría la mala vida.
- ¿Por un tío como yo, o por mí? -alzó la ceja.
- Agg, picajoso, ¿qué más da lo que dijo? –le puso una mano abierta en la cara y le empujó hacia atrás la cabeza-. Así no vas a encontrar novio nunca.
- ¿Y para qué quiero novio?
- Cierto, ¿para qué quieres novio teniéndome a mí?
Ninguno de los dos se dio cuenta de que Antonio ya estaba tan cerca como para oír la última frase.
- ¿Estáis enrollados? –preguntó, antes de sentarse.
- ¿No lo sabías? Llevamos años juntos –y ni corto ni perezoso, Pablo le metió la lengua a Jorge en la boca hasta lamerle las vértebras por dentro. Ni siquiera se sorprendió cuando su amigo le devolvió el beso: lo habían hecho mil veces.
- Haber avisado, me habría traído unos chicles de menta.
Antonio ni siquiera había llegado a sentarse. Pablo rió y Jorge tragó saliva. Se estaba acostumbrando a aquellas actuaciones que, según Pablo, sólo servían para comprobar la reacción del futurible en las citas a ciegas que le preparaba a su amigo.
- No, memo. Que esto es de coña.
- Bueno, sea como sea, cuando os apetezca un trío, soy el primero de la lista, ¿ok?
“Fallo”, pensó Pablo. Jorge pensó que era la coña perfecta para continuar la conversación, pero su amigo del alma sabía que Antonio lo decía completamente en serio.
En dos años Pablo le había presentado a Jorge a casi treinta hombres, más de la mitad de los cuales ya se habían acostado con él. Todos, menos uno, le habían propuesto un trío al conocer a Jorge, pensando que eran amigos con derecho a roce, o incluso una pareja abierta. Por supuesto, todos quedaron descartados.
En cuanto a los tíos que no se había pasado por la piedra, intuía que podían ser buenas parejas para Jorge, además de ser su tipo –nunca habían coincidido en gustos en cuanto a hombres-. A Pablo le gustaban las musculocas pasivas, y a Jorge los osazos versátiles. Pero siempre había algo que a Jorge no le gustaba. En parte por aquellos juegos a que Pablo les sometía, y que Jorge no terminaba de entender.
Sólo una de aquellas citas a ciegas había funcionado. Después de media hora de ver cómo Pablo le metía mano a Jorge, y a pesar de darse cuenta de que éste se encontraba molesto, el citado decidió marcharse.
- Bueno, chicos, veo que estoy en medio. –Nachote, que así le llamaban, comenzó a recoger móvil y tabaco para irse. Jorge, lentamente, le sujetó la mano que sujetaba el paquete de tabaco, abrió éste, y sacó uno.
- No te vayas, hombre. Y no hagas caso de este gilipollas. El pobre babea por mis huesos, pero como es un zorrón, nunca follaré con él.
Pablo, por primera vez en su vida, levantó una ceja. Se le escapó una media sonrisa y supo que por fin había encontrado a un tío que le gustaba a Jorge.
Estuvieron juntos cinco meses, durante los cuales Jorge fue casi feliz. Al principio, todo fue sobre ruedas. Nachote se acercaba mucho a lo que Jorge quería en una pareja. Pero poco a poco aquel pedazo de hombre fue sacando a la luz sus filias: primero la parafernalia leather, incluidos juguetes varios. Después, su afición por el dolor más o menos suave; una noche, le demostró a Jorge que era capaz de correrse sin tocarse la polla, sólo machacándose los pezones con los dedos. El vaso de Jorge se colmó la tarde en que Nachote le informó que, desde ese momento, Jorge iba a ser su alumno, y que la primera lección sería aprender a meterle el puño. Jorge, que adoraba el sexo “normal”, tranquilo y tierno, y sobre todo natural, con sólo dos cuerpos haciendo el amor, se quitó con mucha ceremonia el suspensorio de cuero con cremallera que le había regalado Nachote, se vistió con la misma parsimonia, escuchando las preguntas sorprendidas de su chico y, antes de cerrar la puerta para largarse, miró a Nachote a los ojos y dijo:
- Y una mierda.
Y ahí se quedó todo. Hablaron varias veces después, y Nachote lo entendió, y quiso mantener la amistad, pero a Jorge le molestaba mucho que cada vez que le veía se empalmaba, así que decidió dejarlo del todo. NI roce, ni amistad. Sólo cordialidad cuando se encontraban fortuitamente.
- Has hecho bien –le dijo Pablo al día siguiente de romper-. No te convenía para nada.
- Pues desde que estuve con Fernando –se refería a aquel primer amor que había ocultado a todo el mundo- no había conocido a ningún otro tío que me gustara tanto.
- ¿Ni siquiera yo? –Pablo puso morritos e hizo aletear sus pestañas.
- Ni siquiera tú, lerdo –respondió, sonriendo.
- Bueno, el caso es que estás mejor sin él.
Jorge pensó que se refería a Fernando. Pablo aún no le había perdonado que le ocultara aquella relación. Pero era ridículo que le echara en cara aquello en esos momentos.
- Y si es así, ¿por qué nos presentaste?
- Hijo, tampoco lo puedo saber todo de todo el mundo. No sé, no se me ocurrió que le gustara jugar con bates de béisbol. Y además, Juanan me había dicho que era un tío muy tierno.
- Y lo es, pero... se ponía tierno con cosas demasiado grandes.
- Hombre, tú tienes un buen rabazo. Seguro que...
- No seas gil –le cortó, frunciendo el ceño-. Estoy hablando en serio.
- Bueno, bueno, perdone usted... Es que todavía me pone recordar aquellas mamadas...
- ¡Pablo, coño!
Ambos callaron un momento y observaron a la gente que se sentaba en la terraza donde estaban. Después, siguieron hablando de otros temas que no tenían nada que ver con Nachote ni con el sexo: la tienda nueva donde Pablo se gastaba nóminas enteras en ropa, las obras de remodelación del edificio donde vivía Jorge, el programa de televisión de Boris, que ninguno de los dos podía ver por sus horarios de trabajo.
- ¿Por qué sigues presentándome tíos? –preguntó Jorge de repente-. Sabes que no..., que nadie que tú me presentes...
- Ya lo sé. Pero tío, tengo que hacer algo. Tú no has nacido para estar solo. Me da rabia que todo lo que tienes no se lo des a nadie.
A Jorge le dieron ganas de decirle “Te lo doy a ti”, pero se cortó a tiempo.
- ¿No crees que debería ser yo quien les escogiera?
- Jorge, tú no sales, no te relacionas, no haces nada por conocer a gente nueva. ¡Ni siquiera chateas, tío!
- Bueno, ya lo haré cuando tenga ganas.
- Y mientras tanto estás solo. Yo lo que quiero es que tengas a alguien que te quiera, tío, alguien que te dé todo lo que yo...
Se quedaron mirándose fijamente a los ojos, hasta que la barbilla de Jorge comenzó a temblar y su visión se hizo borrosa, y tuvo que mirar al cielo y pestañear para que las lágrimas no cayeran. Quiso seguir hablando de las obras de su casa, de Boris, del hombre en la luna, pero fue incapaz de articular palabra.
- Jorge –le acarició la cara-, sabes que te quiero, ¿no?
- Claro que sí –tosió-, y yo a ti.
- No, Jorge. Digo que te quiero.
Aún tenía la mano abierta sobre la cara y el cuello de su amigo. Le secó con el dedo gordo una única lágrima.
Por la cabeza de Pablo pasaron miles de cafés y cientos de tardes, cientos de historias contadas entre risas y lágrimas.
Jorge sólo recordó una conversación:
“¿Sabes cuál es mi problema?” le había preguntado su amigo, tras una sesión de psicólogo de Jorge que le había abierto más ampollas que de costumbre. “Que nunca seré capaz de amar a nadie”. Su tono había sido distante, como si hablara de otra persona, pero sus ojos parecían de mármol. “Mis padres no me querían, ni yo a ellos, claro. Ninguno de mis novios me ha querido. Vamos, que nunca he sabido cómo se hace, ni qué se siente. Incluso cuando oigo decir Te Amo me suena falso. Tan falso como los fuck me de una peli porno”.
“Yo te amo”, había respondido Jorge. La única vez en su vida en que se lo había dicho.
“Lo sé. Y en ocasiones este amor es lo único que me ha hecho sentirme feliz”
“Entonces, ¿por qué...?”
“Amarme”, había exclamado Pablo, cortando a su amigo, “es como regar el desierto. Absorbo todo lo que me echen, pero nunca devuelvo nada. Tu problema, sin embargo, es que amas sin pensar en ti mismo, sin importarte si el objeto de tu pasión se la merece o no. Y eso tiene que acabar. Si hay alguien en el mundo que merezca que le amen, que le adoren, que le devuelvan todo con creces, ése eres tú. Yo mismo me consideraría la persona más afortunada del mundo si... pudiese darte lo que mereces”.
La barbilla de Jorge volvió a temblar, y Pablo apartó la mano de su cara.
- Me da la impresión –susurró Jorge, llamando al camarero con una mano- de que estas putas obras no acabarán nunca.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

ufff ... qué historia ... triste? feliz?
En cualquier caso es preciosa.

Y no sé, chico, me ha tocado la fibra, así es que aquí estoy egujándome unas lagrimitas.

Besicos!

MadRod dijo...

Ayyypordios, que no se os puede decir na! Me has recordado a aquella vez en que lloré desconsoladamente durante una hora después de ver... ¡La Sirenita! XD

Anónimo dijo...

Sin duda una de mis pelis disney favoritas :_(

Yo con la que lloro, la vea las veces que la vea, es con la introducción de La Bella y la Bestia.

Besicos!

MadRod dijo...

Ayns! ¿Y ese momentazo en que la última hoja de la rosa cae? Agggg!!! Por dios, que son pelis para niños!!! XD Mammamia, que llorera!