Coña, ¡por fin funciona ésto!
Pues nada, voy a aprovechar ésto y que estoy de noche en vela para soltar la parrafada.
Probablemente no es más que mi derecho al pataleo porque, oyes, ya tengo cierta edad. ¿Pero qué significa tener cierta edad en mi mundo? Pues, entre otras cosas, que me he movido lo suficiente como para comparar: llevo décadas comparando. Y decididamente, cuando encuentro algo mejor, lo compro.
Todo ésto viene a que, estando en el paro, últimamente he visitado muchas páginas de perfiles, algún que otro chat... hasta ligo, que uno tiene cierta edad pero también cierto atractivo. Todas éstas cosas que no hacía desde... pff. Y he vuelto a comparar.
Los maduros no son sólo gente que ha aprendido a aburrirse. Son gente que ha... aprendido. Ya se sabe que la práctica lleva a la ciencia. Bueno, vale, ya sé que la frase no es así, pero qué coño, después de décadas practicando, llega un momento en que te licencias. Y ésto es algo que los jóvenes, pobres ellos, no entienden hasta que... se licencian. Sip, como decía Gabriela Mistral, la experiencia es un billete de lotería comprado después del sorteo. Algo así como un farolillo que enciendes tú mismo pero que llevas detrás, iluminando el camino de los demás. Pero poco a poco la sabiduría va llenando de bombillas todo tu tren, y al final eres un jodido árbol de navidad. Lo que tampoco les dice mucho a los jovencillos. A ellos ya no les hace ilusión montar árboles de navidad.
Pero a mí sí. Cada vez más. ¿Por qué, si soy ateo? Pues porque no estoy hablando de navidades, leñe. Estoy hablando de amor y sexo, y otras sandeces. Y dejémoslo claro: en el sexo, nada como un buen árbol de navidad.
Los maduros sabemos perfectamente lo que hacemos. Por supuesto, las generalizaciones son malignas, pero qué demonios, alguna cancha hay que darle a Satán.
Los jóvenes van a lo que van. El aquí te pillo, aquí te mato, puede tener su gracia unas cuántas veces, pero termina por ser cansino, aburrido, y sobre todo, rápido y muy poco gratificante. Gratificante es el dominio de los sentidos de que hacemos gala los maduros. Gratificante es que un hombre se entretenga contigo y con tu cuerpo, que hable contigo, que tenga paciencia. Un maduro, en dos minutos de recorrido con los dedos y los labios ya ha descubierto todos tus puntos erógenos, y dedica la siguiente media hora a jugar con ellos. Un jovencete ni siquiera conoce sus propias zonas erógenas, así que muchas veces, antes de llegar a la monicada del “¡siete! ¡siete! ¡siete!” ya se te ha corrido... Y no sólo éso, sino que desde el minuto uno insistirá en el siete, como si el resto de las matemáticas aún no se hubieran inventado.
Un maduro sabe que si no hay amor en un polvo, no es lo mismo. Por éso te besa y te acaricia, te hace sentir querido en un primer polvo, te hace querer repetir, aunque los dos vayáis de one-night stand. Y deja que le devuelvas todo, con lo gozoso que es ésto. ¡Por supuesto! Porque un maduro disfruta tanto dando como recibiendo (y no me refiero al ojete, leches, siempre pensando en lo mismo...)
Esa media hora (en ocasiones, gracias a los dioses, incluso más) puede ser mucho mejor que el resto. Puede convertir al siete en un ciento cuarenta y nueve. Esa media hora puede ser mucho más intensa que los escasos 3 minutos de siete. Y no sólo hablo orgásmicamente, sino que te puede hacer sentir -sin hablar de los cinco sentidos- trescientos noventa y cuatro.
¿Y la entrega? Y no hablo de regalar tu cherry, nena. Hablo de lo que pone un maduro sobre la sábana. Se entrega. Porque sabe que muchas veces es más placentero hacer disfrutar que disfrutar. Un maduro se da al 100%. Hace y se deja hacer. No es un puto mueble, un jodido cuerpo que piensa que te está regalando el elixir de la juventud porque te deja tocarle. Un maduro se dedica a darte placer y no te exije nada a cambio, porque disfruta y se divierte dándote placer. Un maduro te hace desear hacer cosas que creías que no te gustaban, y una vez las has hecho, las apuntas en tu lista de sietes. Porque un maduro te mira y además te ve, te oye y además te escucha, está atento a lo que dices con la boca y con el cuerpo, sabe lo que puede hacer y lo que no, sabe cómo hacer lo que aparentemente está más allá de tus gustos y hacerte disfrutarlo. Y además, si realmente no puedes pasar por el aro, no te hace pasar por el aro, porque sabe que hay una larguísima numeración sexual que es igualmente placentera que ese número que se te empotra en las costillas.
A un maduro no le importa llegar o no llegar al siete, y ahí está lo mejor de todo. Un maduro sabe que todas las cifras anteriores -y posteriores, que también las hay, y muchas- pueden ser tan placenteras o más que el siete. Y -oh, si- cuando http://www.blogger.com/img/blank.gifte hace llegar al siete, es como un setecientos. Es ver la galaxia entera en un jodido siete. Un maduro convierte 3 minutos de siete en veinte de setecientos. Virgen santísima, convierte al número más primo de la historia en el más redondo que puedas encontrar.
NOTA (25 de Mayo): Para aquellos que habéis flipado con el "7", aquí os dejo una muestra sobre el tema. Sí, ya, es un poco freaky, pero creo que Friends transformó el concepto freaky en este país!!
Pinchad aquí: Mónica y el siete
Siii, por supuesto que hay excepciones...