Calor, carne, carrozas... Todo a mogollón, como siempre. También pancartas y gente coreando eslóganes contra los mismos de siempre. Chulazos, sudor, chicas a tutiplén. Que mola que se hayan ido apuntando poco a poco y ahora estén ahí las primeras, y no escondidas como hace 20 años. Niños a espuertas, familias de todos los colores y tamaños, banderas arcoiris y banderas rojigualdas, famosos de mayor y menor calado. Cientos de miles de personas, probablemente más de un millón. Casi nada nuevo bajo el sol.
En algún momento, entre tanta fiesta, globo, confetti, musicón, piensas en la cantidad de sitios donde todo ésto no existe. Y piensas en la cantidad de veces en que oyes la palabra "maricón" como un escupitajo en boca de familiares, vecinos, amigos, compañeros de trabajo y que ni siquiera saben que tú lo eres, porque no llevas un jodido cartel colgando al cuello. Y piensas en todos esos hipócritas de mierda que no soportan a sus vecinas lesbianas pero se matan a pajas imaginándolas en un porno. Y en todos esos cerdos a los que les da asco imaginarse a dos hombres juntos pero babean pensando en menores de edad. O en su perra. Y en toda la soledad, las vejaciones e insultos, el miedo, el odio -en ocasiones incluso el de la madre que te parió y el padre que la ayudó- la mentira, las palizas y persecuciones, la cárcel y la pena de muerte.
Puede que se pueda organizar de otra manera. Puede que sea demasiada fiesta y demasiada poca política. Puede que haya gente que se sienta insultada por tanto pecho descubierto. Pero tú piensas, una de las muchas veces al año en que piensas en lo mismo.
Y levantas esa bandera de nylon 100% que te está haciendo sudar a mares, y gritas más alto, qué coño.