Agosto.

Esta mañana he ido al médico y estaba yo solo en esa enooorme sala en que han convertido ahora el Centro de Salud de la calle Tribulete. Gigantesco. Y vacío. Que no había nadie, de verdad. Yo solito, pudiendo escoger entre 100 asientos. Ha sido toda una experiencia ver cómo se abría la puerta, salía mi médica y decía: ¿tú éres el de las 12,30, no? Pues sí, el de las 12,30. Y poder estar con ella como unos 20 minutos, contándole todos mis dolores y sobre los aliens que me están saliendo por doquier y tal.
Éso sí, me han dado cita para el dermatólogo para el 23 de Octubre. Fecha funesta donde las haya. No por ninguna epopeya ocurrida en esa fecha (nada menos que la Creación de la Tierra, fechada hace 6.011 añitos según no sé qué religión extraña, por poner un ejemplo, o el encuentro en Hendaya en el año 1.940 de esas dos funestas figuras del siglo XX que fueron Franco y Hitler... y, para más inri, San Remigio), sino porque para ese día quedan nada más y nada menos que dos meses y medio. Y mientras tanto, el alien que tengo en la jeta seguirá picando horrores, y creciendo horrores, y seguiré sin poder afeitarme, y tal y cual.
Enigüei. Que encima me van a dejar una cicatriz en medio de la cara de la que disfrutaré para el resto de mis días. Qué bien, qué bonito.
Pero hablábamos de Agosto.
Pues éso, que es una gozada entrar a las 12,00 en cualquier bar y que todavía tengan bollería para desayunar. Y no tener que hacer cola en ningún sitio. Y que en todas las terracitas haya mesas libres. Y que la mitad de los coches estén paraditos en sus aparcamientos o tomando el sol en alguna playita mediterránea.
Éso sí, opiniones hay para todos los gustos. Si no, que se lo digan a mi amiga Isa, a la que vuelvo a linquear, aunque me haya dicho que mi muñeco simpsonizado se parece a Parada. Que ésta se la guardo por los días de los días, ¿eh?