Los que me conocen me habrán oído decir mil veces que mi barrio, Lavapiés, no es para nada tan inseguro como los que viven fuera de él creen. Sí, por supuesto, hay inseguridad ciudadana, pero en absoluto más que en cualquier otro barrio. De hecho, a mí nunca me ha pasado nada aquí, ni conozco a nadie a quien por la calle le hayan dado un tirón, y sin embargo, en mi antiguo barrio -Moratalaz, que para más inri tenía una colonia de guardias civiles y una escuela de Policía Nacional- me atracaron 4 veces.
Sí que sé y reconozco que el barrio fue lo que fue cuando lo fue, hace muchos años. Pero llegaron los extranjeros, todos ésos que vienen rodeados de mafias -la mafia china, la mafia magrebí, la mafia senegalesa, la mafia rusa y de los países del este...- y pusieron aquí sus propios negocios. Y aquellos de los que más desconfiaba la población española -los chinos, los marroquíes, los senegaleses- se convirtieron en los primeros que lo que querían era un barrio seguro. Porque sus mafias no se dedican a robar a los inocentes ciudadanos españoles, sino a fustigar a sus propios compatriotas, a ponerles un negocio por el morro y extorsionarles después durante décadas, a traerles sin papeles y sacarles los pocos dineros que consiguen a cambio de devolverles el pasaporte tarde, mal y nunca junto con unos papeles que nunca terminan de llegar. Esa gente, los extorsionados, los fustigados, lo único que quieren es tranquilidad, no que el barrio sea un hervidero de policía porque sí, lo único que quieren es que nadie les robe su mercancía, que es su pan, lo único que quieren es vivir como los demás, sin el temor de que les ocurra nada malo ni a ellos ni a sus familias. ¿Cómo van a ser ellos mismos los que provoquen la inseguridad ciudadana?
Todo ésto viene a que leo en el periódico que los mismos vecinos del barrio que en un principio no querían que todos esos negocios se establecieran aquí ahora no quieren que dejen el barrio por obligación, por ley. Lo mismo que pasó en Chueca, que era un nido de putrefacción durante los años 80, y Fuencarral, que estaba más que muerta durante los 90, y ahora son un foco de luz y de economía sana.
Por cierto: los que hayan conocido Tirso de Molina antes y después de la remodelación, sabrán que toda la mierda humana que se ha trasladado a otros puntos era española. Borrachos españoles, drogadictos españoles, chorizos españoles, gentuza española que no estaba dispuesta a trabajar para conseguir el brik de vino.
Cuando oigo a alguien decir que los extranjeros son los que roban se me llevan los demonios, en serio. Cuando oigo a las viejas que cotorrean en la calle sobre los trabajadores del barrio y les arrancan la piel a tiras sólo porque les tienen miedo a esas pieles de otro color, me dan ganas de recordarles que en España todas las familias tuvieron, o tienen aún, a algún miembro en Alemania, Suiza, Francia o Argentina. Cuando oigo a un oficinista que no tiene ni puta idea de hacer ningún otro oficio decir que los hispanoamericanos vienen a quitarnos el trabajo, me dan ganas de recordarle que fuímos los españoles quienes fuímos primero allí a robarles todo su oro, toda su riqueza económica y cultural, y que el trabajo que ellos realizan en España es el trabajo que esa persona no sabe o no quiere hacer.
Quizá todo ésto me duele tanto porque a muchas personas de mi "colectivo" las tratan igual, hablan de ellas sin conocerlas, las critican sin haber pensado antes en lo que van a decir, les tienen miedo, las discriminan sin más razón que su apariencia externa. Porque me revienta que la única salida de un porcentaje altísimo de transexuales sea la prostitución. Porque me reviene la hipocresía y mezquindad con que un vecindario, unos compañeros de trabajo, pueden llegar a tratar a un gay o a una lesbiana desde el momento en que saben que lo es. Sí, quizás me duele porque me toca, aunque sólo sea un poco, pero gracias a este dolor me considero a mí mismo más inteligente, más integro, más sano, más humano. Gracias, Dios, por haberme hecho a tu imagen y semejanza: gay.
Uff, qué político me veo hoy. A ver si me relajo un poco. Además, después de releer el texto, me doy perfecta cuenta de cuánto me disperso. Lo siento, jo. Ya habrá otros días para la juerga y el despiporre.
Todo ésto viene a que leo en el periódico que los mismos vecinos del barrio que en un principio no querían que todos esos negocios se establecieran aquí ahora no quieren que dejen el barrio por obligación, por ley. Lo mismo que pasó en Chueca, que era un nido de putrefacción durante los años 80, y Fuencarral, que estaba más que muerta durante los 90, y ahora son un foco de luz y de economía sana.
Por cierto: los que hayan conocido Tirso de Molina antes y después de la remodelación, sabrán que toda la mierda humana que se ha trasladado a otros puntos era española. Borrachos españoles, drogadictos españoles, chorizos españoles, gentuza española que no estaba dispuesta a trabajar para conseguir el brik de vino.
Cuando oigo a alguien decir que los extranjeros son los que roban se me llevan los demonios, en serio. Cuando oigo a las viejas que cotorrean en la calle sobre los trabajadores del barrio y les arrancan la piel a tiras sólo porque les tienen miedo a esas pieles de otro color, me dan ganas de recordarles que en España todas las familias tuvieron, o tienen aún, a algún miembro en Alemania, Suiza, Francia o Argentina. Cuando oigo a un oficinista que no tiene ni puta idea de hacer ningún otro oficio decir que los hispanoamericanos vienen a quitarnos el trabajo, me dan ganas de recordarle que fuímos los españoles quienes fuímos primero allí a robarles todo su oro, toda su riqueza económica y cultural, y que el trabajo que ellos realizan en España es el trabajo que esa persona no sabe o no quiere hacer.
Quizá todo ésto me duele tanto porque a muchas personas de mi "colectivo" las tratan igual, hablan de ellas sin conocerlas, las critican sin haber pensado antes en lo que van a decir, les tienen miedo, las discriminan sin más razón que su apariencia externa. Porque me revienta que la única salida de un porcentaje altísimo de transexuales sea la prostitución. Porque me reviene la hipocresía y mezquindad con que un vecindario, unos compañeros de trabajo, pueden llegar a tratar a un gay o a una lesbiana desde el momento en que saben que lo es. Sí, quizás me duele porque me toca, aunque sólo sea un poco, pero gracias a este dolor me considero a mí mismo más inteligente, más integro, más sano, más humano. Gracias, Dios, por haberme hecho a tu imagen y semejanza: gay.
Uff, qué político me veo hoy. A ver si me relajo un poco. Además, después de releer el texto, me doy perfecta cuenta de cuánto me disperso. Lo siento, jo. Ya habrá otros días para la juerga y el despiporre.
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